Capítulo 15: 29 de julio, 2025.

Ver acercarse agosto en La Paz siempre involucra un movimiento de gente que llega y que se va, la aparición de varios conciertos de “fin de temporada”, una invasión de cigarras que se dedica a parlotear ruidosamente durante todo el día… y una ola de calor que vuelve la vida un poco más lenta (y muchas veces nocturna, siendo que desde el mediodía hasta que baja el sol, la gente evita salir de casa).

Conscientes de esto último, hace más de 50 años, el director del Teatro Municipal de La Paz (hoy, Teatro More Lucky) y un grupo de músicos decidieron fundar el “Festival sombrío”.
Inicialmente se trataba de un ciclo de conciertos que comenzaban desde la caída del sol y que se extendían hasta la medianoche. La idea era poder disfrutar de la música lejos del calor agobiante que asolaba la región durante aquellas semanas.
El primer Festival Sombrío había tenido lugar en 1973 y, desde entonces, muchas cosas habían cambiado. Lo que inicialmente había involucrado estilos varios por parte de los artistas locales, de a poco había migrado hacia el jazz, el blues, el góspel y el funk. Hoy se trataba de un evento conocido en todo el mundo, al cual artistas internacionales acudían (por iniciativa personal o por invitación del gobierno de La Paz) para un ciclo de dos semanas de música que se extendía desde las primeras horas de la tarde hasta bien entrada la noche.
Si bien nunca lo mencioné en el blog, recuerdo perfectamente mi primer festival, allá por 2019.
Los lectores más antiguos recordarán que los primeros años de mi aventura fueron algo escasos en música, debido a una intensa búsqueda laboral y a los múltiples y continuados infortunios que se sucedían sin descanso (no me quejo: al menos me dieron material de escritura). Por ello mismo, cuando ese julio 2019 la ciudad se vistió de música, yo no podía creer lo que estaba viendo: 4 escenarios distintos, desparramados por distintos lugares del centro de la ciudad. Cuartetos, quintetos, orquestas y big bands de todo tipo y color. Artistas provenientes de todo el mundo. Formas de jazz, blues y funky como jamás había escuchado. Cada concierto que oía eran otros tantos que me estaba perdiendo. El enorme centro de la ciudad rebalsaba de gente, turismo, sonrisas y vida. Y cada noche los pies se movían sin descanso, para ir de un escenario a otro, pasando incluso delante de artistas callejeros que se exhibían en música, danza, malabares. Una auténtica locura que duraba un par de semanas, todos los días.
Luego llego la pandemia, como todos recordarán. El festival se retomó en 2022, como si nada hubiese ocurrido. Desde entonces, siempre esperé esas dos semanas como si se tratase de mi cumpleaños o navidad. Con los primeros calores, enormes camiones comenzaban a aparecer para montar los escenarios. Carteles promocionales aparecían en cada esquina, mostrando los larguísimos programas que involucraban decenas de músicos y que se coronaban con artistas de la talla de Jeff Beck, Eric Clapton o Phil Collins.

De lo que yo nunca había sido muy consciente era del rol de los músicos locales durante el festival. Al menos hasta que, un miércoles a la mañana, había recibido un mensaje de Paulo:
“Viejo, estoy llegando a La Paz hacia el mediodía. ¿Así que te mudaste? Si me aparezco en tu departamento con comida y otras 5 personas, ¿Me abrís la puerta?”.
Si hay algo que me caracteriza (una de las pocas cosas de las que puedo estar orgulloso) es de tener siempre la puerta abierta a amistades. Mi respuesta fue inmediata: “Por supuesto, corazón. Dejame ver qué tengo en la heladera”.
“Llevo todo yo”, fue su último mensaje.
Algunas horas después, estábamos llenando la mesa de platos, cubiertos y comida que habían traído Paulo y Silvia. Luego de los abrazos emocionados y el reencuentro, me habían contado que la orquesta nacional de Croacia había suspendido el último concierto de la temporada, por lo que sus vacaciones habían comenzado antes de lo previsto.
- Y menos mal…- dijo Paulo, sentándose – …porque también llegó una invitación para tocar en La Paz, durante el festival. Me alegró mucho poder decir que sí-
- ¿En serio?- pregunté, contento. Todo lo que rodease el Festival Sombrío tenía mi inmediata simpatía. Sobre todo, si involucraba a mis amigos.
- Y vos también, papanatas- dijo, apuntándome con un tenedor. No entendí el comentario. Cerca nuestro, Silvia nos daba la espalda mientras lavaba unos tomates. La oí reír en voz baja y mi corazón se llenó de una repentina simpatía por ambos. No había tenido demasiado tiempo de conocer a la mujer, pero cada reencuentro (y cada abrazo sincero) la posicionaba en mi vida como una extensión natural de mi amistad con Paulo. Una amistad que yo valoraba mucho.
Mientras miraba a mi amigo, levantando una ceja, sonó el timbre. Tenía que ser alguno de los invitados al almuerzo. El muchacho me había dicho que todos habían insistido en comer juntos, mientras me agradecía el poder hacer la reunión en mi departamento. Según me había explicado, su padre se estaba recuperando de una operación de rutina, por lo que prefería no molestarlo con almuerzos improvisados.
Un minuto después, Harper se asomó desde la escalera, mirando alrededor y, al verme en el umbral de la puerta, se acercó con un paso elegante. Sin dejar nunca de sonreír, me saludó con su extraño movimiento de contoneo, que respondí de la misma forma. Nunca entendí de dónde venía ese saludo que solo hacía conmigo, pero se había convertido en un código entre los dos, al encontrarnos en los ensayos de la More Lucky. La chica finlandesa estaba vestida impecablemente y lucía una luminosa sonrisa que parecía jamás abandonar su rostro.
Mientras los muchachos se saludaban, emocionados, el timbre volvió a sonar. Unos segundos después, otros dos músicos de la orquesta subían las escaleras. Me quedé junto a la puerta abierta, escuchando el eco de sendos pares de pasos… y curiosamente, un sonido de uñas los acompañaba. Poco después un muchacho alto con una barba muy tupida y un par de lentes gruesos apareció desde la escalera. Cioffo era contrabajista, hijo de inmigrantes italianos. Dueño de un carácter fuerte y un humor sumamente irónico, aunque carente de malas intenciones. Todo esto se hizo patente en un instante cuando, al llegar a mi lado, me palmeó la cara con una media sonrisa y musitó: “Hermano, qué feo que sos. Me alegra verte”.
Pocos segundos después, un perro blanco hermoso apareció, olisqueando por todos lados, seguido por una de las percusionistas de la More Lucky. Conocía a Lisa de algunas salidas grupales y cenas con el grupo. Se trataba de una muchacha de cabello claro, que le caía desordenadamente sobre los hombros. Algunos piercings adornaban su rostro y esgrimía una sonrisa sincera, que coronaba un par de ojos llenos de energía. Personalmente jamás había conocido a una persona tan genuina e hiperactiva como ella. Era como si su cuerpo y su mente se conectasen sin ningún tipo de barrera social. Si quería correr, corría. Si quería transformar una mesa en una percusión improvisada, lo hacía… y si quería saltar para tocar todos los carteles de la calle, mientras el grupo caminaba detrás de ella, lo hacía. Personalmente, siempre consideré que nos hace falta más gente así en este mundo pudoroso.
Lisa miró a su perro y, con una media sonrisa de disculpa, murmuró:
- Quizás debí avisarte que venía con Igor-
- Los perros siempre son bienvenidos- le aseguré, agachándome con una mano extendida y apartando la mirada para dejar que me conociese. La precaución fue completamente innecesaria: el perro se acercó con mucha dulzura, me lamió el rostro y entró en el departamento sin hacerse rogar.
Dentro, los saludos y abrazos continuaban.
- ¿Ya se enteró?- preguntó Harper cuando ya estuvimos todos sentados. El almuerzo consistía en arroz recién hecho, verduras varias, algunos encurtidos y conservas de morrones y berenjenas.
- En eso estábamos- dijo Silvia, mirando a Paulo. El muchacho asintió, masticando.
- Viejo, vos sos un extranjero recién llegado a esta maravillosa tierra y, por desgracia, no has tenido la suerte de conocer otro director que Byron- dijo, mirándome. Como era habitual, me resultaba imposible saber en qué medida bromeaba y cuánto era verdad. Por lo que, como de costumbre, lo dejé hablar.
- ¡Pero…!- continuó, en una nota de dramatismo - …hay muchos más. Todos igual de capaces. Y, la mayoría, menos sombríos-. En eso último tuve que darle la razón.
- Larguísimo, lo hacés- dijo Cioffo, levantando una mano para impedirle continuar. Se volvió hacia mí, con un gesto serio. - ¿Conocés a Pedrín?-
- Con ese apodo no parece un director que inspire demasiado respeto- repuse, sonriente.
- Ningún apodo, Jacob. Es su apellido. Y dirige “L’ensemble contemporain”. Una orquesta dedicada a tocar composiciones de músicos actuales, entre el jazz, el minimalismo, el serialismo contemporáneo, etc, etc, etc-. Cioffo se detuvo un momento, alzando las cejas en un gesto interrogante.
- Hasta ahora te sigo- le aseguré.
- Porque te estoy hablando en términos simples, para no sobrecalentarte el cerebro. La cuestión es que, como todos los años, el Ensemble tiene un lugar en los conciertos del Festival. Pero debido a que una cierta violinista japonesa se volvió demasiado exitosa para el bien de todos nosotros, tenemos una vacante para “solista idiota”. Creo que encajarías, por varios motivos-
Observé a mis colegas. Todos me miraban, salvo Paulo que perseguía una aceituna que evadía su escarbadientes girando de un lado a otro del plato.
- Ahora nos va a sugerir nombres- dijo, sin alzar la vista.
- De hecho sí- admití – Estaba pensando en Lee…-
- Desaparecido en acción. Creo que está en Venecia- respondió Paulo.
- ¿Indira?-
- En Mongolia, de vacaciones. Y lo mismo Eleanor- asintió Harper.
Permanecí mudo un par de segundos, pensando en otros nombres. Es uno de mis muchos defectos: siempre considero que hay alguien mejor que yo, para lo que sea.
- Ni te gastes en pensar, no queremos que te desmayes. Total, ya aceptaste- retomó la palabra Cioffo. Y, acto seguido, dejó encima de la mesa un pequeño rectángulo plastificado con mi nombre, una foto de mi rostro que parecía extraída de mis redes sociales y el título del festival. Una cinta negra y amarilla la coronaba, para llevarlo al cuello.
Suspiré, intentando asimilar la noticia. Por un lado, ser parte de ese evento al que había aprendido a amar me llenaba de alegría. Por otro lado, me asustaba un poco la seriedad del cargo. La palabra “solista” siempre me resultaba intimidante.
- Gracias- murmuré, poco convencido.
- ¿Sabés que con ese “pass” podés entrar gratis a cualquier concierto del festival?- comentó Harper, sonriente.
- El festival ES gratis- dije, sin entender.
- Casi todo, sí. Salvo por los artistas que se presentan en la Arena. Y escuché que este año viene Mika-.

Un par de horas después, Harper y Cioffo habían vuelto a casa y Silvia se encontraba en el balcón, fumando y hablando por teléfono con sus padres. Paulo se encontraba al lado de la cocina, mirando atentamente la cafetera en espera de que esta empezaste a hervir. Yo estaba en el sillón, con un pilón de partituras entre las rodillas.
Había estado hojeando las obras atentamente. El problema no era tanto que estuviesen escritas a mano, si no el fuerte sabor contemporáneo de toda esa música. Cada estilo musical es un lenguaje en sí mismo. Como cualquier idioma que desconozcamos, a pesar de que use las mismas letras a las que estamos acostumbrados desde niños, sus palabras nos resultan inentendibles. Lo mismo ocurría cuando un músico clásico intentaba abordar obras de jazz o de música contemporánea: el sentido de las frases le resultaba completamente ajeno. Me esperaban algunos días de estudio intenso, aunque siempre agradecía la oportunidad de descubrir música que me resultase lejana.
Una de las obras era un largo solo de 14 minutos de notas veloces que no parecían responder a ningún patrón, aunque probablemente fuesen armónicas al contexto general de la orquesta. No daban ni un segundo para respirar. Otra, por el contrario, eran pequeños grupos de compases, completamente aislados entre sí. Ni siquiera parecía una partitura. La giré, teniéndola en alto, para que Paulo la viese.
- Se llama “música analógica”- dijo, sirviendo el café – Cada una de las 43 “sugerencias” es un posible ingrediente que el director va asignando a uno u otro músico, mediante gestos. La idea es que, en cada ejecución, se escuche un resultado diferente. Quien dirige va jugando con la obra, mezclando las sugerencias y asignándolas como cree más conveniente-
- Brillante- repuse, admirado. Esto no iba a ser fácil.
- ¿En qué pensás, viejo?- me preguntó Paulo, divertido, alcanzándome una taza.
- En que voy a tener que pedir el día libre en el trabajo, para este concierto- respondí, con sinceridad.
- ¿No trabajás a la mañana como traductor?-
- Sí… y a la noche soy camarero-. Paulo levantó una ceja, mirándome. – Un empleo de verano, “viejo”- repuse, enfatizando la última palabra con una sonrisa.

Pocos días después, me encontraba en una sala de ensayos, decorada con austeridad. Afuera, una fuerte tormenta de verano descargaba baldes de agua sobre la ciudad. Las ventanas de la sala estaban abiertas para permitir entrar un poco del viento fresco que se había levantado hacía un par de horas, con las primeras gotas. Todos agradecíamos un poco de respiro, luego del sofocante calor de los últimos días.
A pesar de mis dudas iniciales, las tardes de estudio habían sido un agradable momento para descubrir una música a la que jamás me había dedicado. El hecho de no haber encontrado ninguna de aquellas obras en Youtube, me emocionaba. Me sentía como un arqueólogo ante un hallazgo que se revelaba lentamente. Y así había trascurrido la semana: Mi trabajo para el Ministerio por la mañana, el estudio de aquellas obras por la tarde y el interminable correr de pedidos que atendía en el restaurant, por la noche.
Pedrín había venido a saludarme apenas entré a la sala. Se trataba de un hombre joven y fornido, de rostro apuesto y sonrisa confiada. Una barba rala y una mata de cabellos rizados le daban el aspecto ligeramente descuidado pero profesional que ya conocía de cualquier músico que se dedicase al jazz.
- ¿Jacob? Vos sos mi nuevo solista, ¿Cierto?-
- Así parece- sonreí, estrechándole la mano. La energía del hombre era contagiosa.
- Excelente. Mirá, no tengo mucho que decirte, salvo que esta es tu silla y que acá se aprende haciendo. En la mayoría de tus solos tenés “diálogos” con el clarinete. Creo que entre latinos se van a saber entender-.
Me giré. Las sillas estaban acomodadas formando dos semicírculos, como si se tratase de la mitad de un anfiteatro. En una de ellas, mirándome, se sentaba un muchacho de tez tostada y ojos inquietos, que extraía una larguísima nota de un clarinete. Cuando se quitó el instrumento de la boca, vi que lucía una barba candado muy cuidada. Me guiñó un ojo, con una sonrisa que devolví. Me pregunté de dónde sería.
Poco después, nos encontrábamos todos sentados, listos para empezar. Las sillas estaban ocupadas por algunos violinistas, dos violoncellos (Harper y una chica flacucha, de tez trigueña), varias flautas y un par de clarinetes. Por detrás se sentaban tres muchachas que, por la falta de instrumentos, supuse que serían cantantes. El resto de las sillas las ocupaban otros vientos. De pie, detrás de nosotros, se encontraba una enorme sección de percusión. Había todo tipo de tambores y marimbas, además de otros instrumentos que jamás había visto.
Pedrín se situó ante nosotros, con una mano en un bolsillo y la otra levantada. Me miró, con un leve asentimiento de la cabeza. Repetí el gesto y el hombre nos dio el “ataque”.
A mi alrededor se levantó una música sumamente armónica, de apariencia minimalista. Parecía una única frase que se repetía, una y otra vez, con levísimas variaciones de algún instrumento, lo que daba un sentido oculto de progresión. La obra evolucionaba de forma sumamente gradual, pero el oído podía sentir los cambios.
Como había supuesto, aquel galimatías de notas sin pies ni cabeza cobraba sentido con el resto de los instrumentos. Era como un rompecabezas hecho de flecos de tela que, atándolos entre sí, formaban una figura clara. Sin embargo, el entramado tenía su complejidad. La percusión pasaba de un ritmo irregular al siguiente sin anticipar nada o dar tregua. Supongo que cualquier músico clásico se acostumbra a depender de el latido regular de una obra (lo mismo que hacemos cuando movemos un pie al ritmo de la música), pero aquello carecía completamente de regularidad… y, aún así, tenía una lógica interna.

Aquella misma tarde, el grupo había vuelto a reunirse para saludar a Paulo. Nos encontrábamos en una mesa de un bar, al aire libre. Además de quienes habían asistido al almuerzo, otros tantos músicos del “ensemble” nos acompañaban. El clarinetista y la chica trigueña habían resultado ser un matrimonio de Chile que se encontraban trabajando en La Paz desde hacía años. Se habían presentado como Louis y Valen. Angela también se encontraba allí, charlando con otras dos flautistas. Y Paulo era, como de costumbre, el epicentro social que se dividía entre 4 charlas a la vez.
Lisa acababa de llegar a la reunión, luego de volver a su departamento para dejar unas enormes congas y recoger a Igor. Y a mí me alegraba mucho tener un perro cerca… así podía charlar con alguien de mi edad, en fin.
La muchacha me entregó la correa del animal, que apoyó la cabeza sobre mi regazo, e inmediatamente giró una silla con un fuerte ruido a metal, para sentarse a horcajadas, apoyando los codos sobre el respaldo.
- ¿Cómo están los brazos?- preguntó, retomando la conversación que habíamos interrumpido durante el almuerzo. La muchacha había notado rápidamente como una de mis manos se crispaba sobre la mesa, por lo que yo le había contado de mis problemas durante el último concierto y las “prácticas” con Byron.
- Mejor, gracias- respondí. Lisa alzó una ceja, con una sonrisa irónica. – En serio. Tendrías que haberme visto hace unos meses. Estoy mejor. Mis brazos me permiten hacer música, responden casi siempre a la perfección… solo querría que, en momentos como este, donde estoy compartiendo en paz con amigos, las manos no se crispasen solas-
- Quizás es cuestión de tiempo- comentó la muchacha. Asentí, en silencio. - ¿Notás alguna diferencia, tocando acá en lugar de hacerlo en la More Lucky?-
- De hecho, sí. No es solo el cambio de estilo o el hecho de tener un director más… humano. La atmósfera es distinta. Desde luego, mi rol en el ensamble requiere más responsabilidad incluso de la que tengo en la orquesta. Pero aún así siento que el fin es la música en sí misma. Que si me equivoco, hay espacio para corregir. Que todos estamos acá para construir algo que valga la pena. Y supongo que eso también ayuda a que mis brazos colaboren-
- Hermoso, todo…- respondió Lisa. E inmediatamente dejó su “pass” sobre la mesa, en el que se veía una foto suya con dos orejas al estilo Mickey Mouse. – …pero sabés perfectamente que también venimos por esto. El sábado toca Mika-. Nuestras carcajadas sobresaltaron al perro.

No me quiero extender sobre la descripción de un concierto que ya realicé tantas otras veces en este blog. Solo voy a aclarar que amo la música clásica… pero que poder tocar en un ambiente distendido, llevando una camisa verde a cuadros en lugar del regio “uniforme de violinista” consistente en camisa y corbata, fue un agradable cambio.
Mientras caminaba hacia la sala en donde se iba a realizar el concierto, pasé por delante de dos de los escenarios céntricos en los que ya había sendas bandas de jazz desgranando una cascada de notas de un modo mágico. Una enorme mujer de tez oscura cantaba en el escenario más grande, acompañada por un grupo de hombres impecablemente vestidos.
Todo aquello era el festival que yo había aprendido a amar. Era ese momento de música y emociones que marcaba el punto más alto del verano y la promesa de un nuevo año. Era un evento que siempre me había fascinado… y del cual ahora era parte.
Mientras dejaba atrás los escenarios y caminaba por un sendero de piedra hacia la sala, notaba el ligero peso del “pass” que se balanceaba colgando de mi cuello. La emoción de sentirme parte de todo aquello era enorme.
La sala estaba repleta. Los músicos ya ocupaban sus posiciones y Pedrín hablaba a la multitud. Volvía a tener las manos en los bolsillos y hablaba de forma entusiasta, encantando al público y preparándolos para lo que estaban por escuchar. Aproveché a mirar a mi alrededor. Paulo sostenía su contrabajo con una mano, mientras se rascaba la barba con la otra, en un gesto distraído. Lisa, en medio de la enorme fila de percusión, charlaba con un hombre anciano, que sostenía dos palillos. Antes de volver mi atención al director, capté la mirada de Harper. Un gesto breve y amistoso. Una invitación silenciosa al disfrute de la música. Recordé una breve charla que habíamos tenido la noche anterior, luego de compartir algunas horas de música en el centro.
Tengo que reconocer ante el lector que siempre me gustó mucho bailar, a pesar de que mi naturaleza pudorosa no me permitiese hacerlo demasiado seguido. Me resulta fundamental tener cerca a gente que, igual que yo, disfrute del movimiento sin necesidad de saber exactamente qué hacer. Gente que simplemente encuentre ese placer sencillo de dejar el cuerpo libre.
- No te imaginaba bailarín- comentó Harper, sonriente, luego de un par de horas de movernos entre la música y las multitudes. Nos habíamos reconocido inmediatamente compatibles: dos personas que no saben bailar, pero que van a hacerlo de todas formas, sin pensar mucho en el cómo.
- Es que por lo general necesito alguien con mi nivel de locura- respondí.
La muchacha se detuvo, con un brillo irónico en los ojos.
- ¿Me estás llamando loca?- preguntó, en voz baja.
- Así parece- repuse, fingiendo seriedad.
- Excelente, entonces. No tengo nada que explicarte. Ya sabés cómo funciono- rió.
Caminamos en silencio durante un par de minutos. A mi alrededor, la música se mezclaba con el agradable sonido de las voces familiares de mis amigos.
- ¿Te vas de vacaciones a algún lado?- preguntó la chica finlandesa.
- ¿Y perderme el festival? Ni soñarlo-
- Excelente… vamos a bailar durante dos semanas, entonces. Sin parar. Te quiero acá, con nosotros, todas las noches. Este festival aún no conoció a sus dos “más mejores” bailarines-

Mi mente volvió al presente cuando noté que el director dejaba de hablar y, tras un breve aplauso de la multitud, se volvía hacia la orquesta.
Respiré profundamente y me llevé el violín al hombro en un gesto fluido. Con la misma tranquilidad con la que recordaba disfrutar la música, hacía años. Con la misma desenvoltura con la que había bailado con Harper durante los primeros días del festival, entre un mar de personas de todo el mundo. Mis dedos encontraron instintivamente el abrazo familiar de la madera que reconocía como una parte de mí. Como una extensión de mi propio cuerpo.
Pedrín volvió a dirigirnos un asentimiento interrogativo y, tras un par de segundos de suspensión, se levantó sobre sus tobillos y descargó un gesto enérgico sobre la orquesta. Mis manos respondieron antes de que mi cabeza entendiese lo que estaba ocurriendo. Me sentía relajado.














Comentarios

  1. ♥Querido Amigo aventurero♥
    ............♥♥.... ♥♥… Abrazos
    ......... ♥......♥.....♥…y
    .......... ♥.....♥....♥… te dejo un besito
    ............. ♥.....♥ .….......se feliz!!!
    ................. ♥..que Dios te bendiga..
    Te deseo con todo mi corazón un
    .......¡Feliz día, lleno de amor
    ♥♫♥**♥♫♥**♥♫♥*--*♥♫♥**♥*♫♥**♥

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    1. Siempre es un placer contar con tu presencia en el blog, Liz :)

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  2. ¡Hola! Muy bueno y a la vez me ha dado nostalgia por el sonido de las cigarras. Un abrazo ❤️

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    1. Depende en qué zona de la ciudad te encuentres, se las oye más o menos fuerte. Hay partes más agrestes (o que tienen algún parque cerca) en donde las cigarras se vuelven practicamente esordecedoras. Es parte del paisaje sonoro del verano, acá.

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  3. Hermoso......¡Feliz día, lleno de amor ❤️

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  4. Hola !
    no hay nada para escuchar de esa musica??

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    1. Alguien subió un par de minutos de un ensayo. Me temo que es todo lo que hay.
      (Para poner algún rostro a mis personajes: Al frente, con los violoncellos en mano, se ve a Harper y Valen. Atrás de la orquesta, a la izquierda, junto a un hombre mayor, se encuentra Lisa)

      https://www.youtube.com/shorts/ybL1z-PNrUE

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  5. ♥♥♥Querido Martín ♥♥♥
    ♥Te deseo de todo corazón un♥
    ♥¡Feliz fin de semana!♥
    ♥Abrazos y te dejo besitos♥

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  6. So great you enjoyed this festival.
    Thank you for sharing.

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  7. Hola, es evidente la necesidad que me deja de estar ahi en este mismo momento, compartiendo estas sensaciones con mis propios amigos y familia, disfrutar del momento y bailar.

    nuevo seguidor.

    Saludos

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    1. Qué alegría y qué sorpresa ver otro bahiense!
      El festival es anual. Así que es siempre visitable.

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  8. Esos amigos son oro. Voy a buscar el video que has puesto para ponerles cara.
    Un besazo!

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    1. Dejé el link en un comentario, más arriba.
      Un abrazo grande, Morella.

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  9. Descubro ahora interesante tu blog voy a darme un paseo por él.

    Un saludo.

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    1. Los nuevos lectores son siempre bienvenidos :)
      Siempre recomiendo leer la historia desde el inicio (capítulo 0) para entender ciertoos contextos. Aún así, intento que cada capítulo sea una historia en sí misma.

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  10. Qué envidia me dais los que tenéis el don para la música.
    Yo soy un cero musical.
    Saludos.

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    1. Soy de la firme idea que todos podemos aprender música. A veces se trata de encontrar el instrumento adecuado para vos. A veces se trata de encontrar un buen docente. A veces se trata de encontrar el tiempo (que a veces no abunda) para practicar de forma periódica. Pero no existe tal cosa como alguien "sin talento" para la música :)
      Considera que mi alumna de mayor edad tenía 92 años. Y tocaba el violín de forma hermosa. ¡Animo! ¡La música siempre va a estar ahí para vos!
      Un saludo y gracias por leer.

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  11. Muy buenas tardes. Ha sido un placer pasar a leerte. Excelente capitulo, y el final del capítulo "Mis manos respondieron antes de que mi cabeza entendiese lo que estaba ocurriendo. Me sentía relajado." Me ha encantado. Echaré un ojo por el blog Saludos

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    1. Muchísimas gracias por el comentario y por la lectura! Siempre es un placer saber que lo que uno escribe es apreciado.

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  12. Que buen capitulo! muchas gracias por compartir tus escritos.

    Un saludo desde Plegarias en la Noche

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