Capítulo 14: 29 de abril, 2025.

Era una mañana tranquila y soleada.
El calor se resistía en llegar a la región. Los días estaban salpicados de hermosos momentos de sol primaveral y súbitas ráfagas de viento fresco que sorprendían a los transeúntes.
Mientras las clases con Byron continuaban su curso y yo buscaba dominar mi cuerpo como si fuese un animal ajeno a mi voluntad, la More Lucky seguía con su programación habitual. Una vez por mes presentábamos un concierto con un programa distinto. Como si se tratase del menú de una cena elegante, las galas siempre incluían una pequeña entrada, un plato principal y un postre. Generalmente en forma de una pieza breve, que introdujese el programa, una sinfonía y un pequeño concierto para solista y orquesta.
Los ensayos seguían sucediéndose, varios días a la semana. Esa misma mañana, mientras bajaba del autobús que se detenía delante al teatro y me dirigía hacia las escalinatas, pensaba en los cambios en mi rutina. De viajar en compañía de Paulo y Rami, partiendo del barrio Guevara, a esperar un autobús con un montón de desconocidos adormilados. La vida se había vuelto algo solitaria.
En esos pensamientos me encontraba yo cuando entré en el enorme hall del teatro y me encontré con Indira, que se encontraba delante de un tablón de anuncios, colgando un afiche.
Me acerqué, descolgándome el instrumento del hombro. La violinista se volteó y me sonrió, a su manera tímida. Recordé que siempre se cubría la boca con una mano, cuando no podía evitar soltar una carcajada.
- ¿Algún concierto?- pregunté, acercándome al afiche. La chica negó con la cabeza. Se trataba del anuncio de una muestra de arte, en uno de los salones principales de la universidad de La Paz. El afiche mostraba lo que parecía ser una pintura abstracta de pinceladas oscuras que variaban entre el ocre, distintas tonalidades de azul y el negro. Había algo muy interesante en la combinación de colores, si bien nunca fui un entendido del arte contemporáneo.
- “Los rostros de la estepa”- leí en voz alta, observando el título del evento.
- Sí, es la primera muestra de una amiga que llegó a Perú hace unos pocos meses-
- ¡Ah! ¿De Mongolia también?-
- Exacto. Ella llegó en la última camada de artistas plásticos y músicos que envió la universidad de arte de mi país-
Recordé rápidamente las últimas audiciones, un par de meses atrás, en las que se habían presentado otras chicas de Mongolia. Mas concretamente, una oboísta, una cantante lírica y otra violinista. Por supuesto, ahora integraban las filas de la More Lucky. Su nivel era impresionante.
- ¿Y porqué La Paz? Sobre todo, desde el otro lado del mundo-
Indira se quedó en silencio durante un instante, como si meditara sus palabras.
- Hay una…- frunció el ceño -… no sé cómo llamarla. Digamos que es una embajadora. Y a la vez una especie de matriarca de mi comunidad, aquí en La Paz-
Asentí, esperando que continuase.
- Ella es quien se encarga de conseguir becas, recibe a quienes llegan al país, nos presenta los unos a los otros, organiza las fiestas del año nuevo lunar… es quien mantiene viva la llama de nuestra comunidad, en Perú. Y es, probablemente, el motivo por el cual hay tantos jóvenes de Mongolia estudiando o trabajando acá-
- Suena como una persona increíble. No me imagino a un argentino haciendo algo así por sus compatriotas-
Indira asintió, mientras se pasaba una mano por el pelo que llevaba recogido en una trenza. Pocas veces se la veía con el pelo atado.
- La señora Nyamma ha hecho muchísimo por los mongoles que se encuentran en este país. Ella mismo llegó hace veinte años y tuvo que abrirse paso completamente sola. Ahora, según dice, no quiere que nadie más tenga que recorrer su mismo infierno. Si hoy estamos acá y tenemos oportunidades, es gracias a ella-
La muchacha volvió a mirar el afiche y yo hice lo mismo. A veces olvidaba que no convenía sostenerle la mirada durante demasiado tiempo. Pensaba en la mujer que acababa de describirme, sintiendo un profundo respeto y admiración. Ser el pilar que sostiene una pequeña comunidad tenía que ser una labor extenuante… aunque sin duda, viendo los resultados, valía cada esfuerzo.
- ¿Y entonces la muestra?- pregunté, por llenar el silencio.
- ¡Ah, Esme! Sí, ella llegó hace poco. Ya era una artista talentosa en Ulán Bator. Esta es la primera vez que expone sus cuadros en vivo en el extranjero. Todos estamos muy contentos por ella-
El sonido amortiguado de varias voces que charlaban nos advirtió que nuestros colegas estaban llegando. Indira pasó el dedo sobre la cinta adhesiva, con un gesto distraído, antes de tomar el estuche de su violín. Mientras nos dirigíamos a la sala de ensayo, la sentía mirarme de reojo.
- Quisiera que los músicos de la orquesta vinieran. Pero no quiero molestar- musitó, en voz baja. Yo me incliné hacia ella, intentando oírla mejor. Indira solía hablar en voz baja, cualquiera fuese la situación.
- Una invitación nunca molesta. Y parece una ocasión interesante. Yo seguro voy-.
Los ojos rasgados de la muchacha se encendieron en una breve sonrisa.

Un par de semanas después, subía una de las escaleras de la Universidad de La Paz. Jamás había estado ahí dentro. El lugar era imponente. Las paredes estaban recubiertas de un tapiz aterciopelado color vino y lámparas que representaban candelabros colgaban del techo cada dos metros. Las escaleras mismas estaban alfombradas y se respiraba un aire erudito entre las personas que subían y bajaban la escalera. Incluso el guardia de seguridad que había encontrado en la entrada había respondido con una gran amabilidad cuando había preguntado por el salón de la muestra.
Nada más entrar me encontré con una imagen que no esperaba.
Luego de la visión de la pintura abstracta en el afiche, había imaginado que ese sería el tema general de la muestra. Sin embargo, a lo largo de un corredor iluminado por la luz que entraba desde enormes ventanales, se exponían una serie de retratos muy variados. Todos tenían el mismo estilo de pintura al oleo, con pequeñas pinceladas que parecían algo caóticas al observarlas desde cerca, pero que rápidamente conformaban unos rostros llenos de detalles al mirarlas desde una cierta distancia.
Se trataba de personas jóvenes, de rasgos orientales. Al observar el conjunto en su totalidad, rápidamente entendí el nombre de la muestra. “Los rostros de la estepa”, ¿Cómo no lo había pensado antes?
A lo largo del corredor, un gran número de jóvenes iba y venía entre los cuadros. Todos parecían conocerse entre sí. Supuse que serían parte de la comunidad mongola de la que me había hablado Indira. Me fije en que la gran mayoría llevaba ropas típicas. Parecían casacas de estilo oriental, de colores vividos y variados, con unos pocos detalles en dorado alrededor de las mangas.
Me acerqué al retrato que tenía más cerca. Se trataba de una joven de cabello rojo y mirada desafiante. Permanecí allí unos instantes, mientras algo cosquilleaba en mi cabeza. ¿No había visto una muchacha así al fondo del corredor? Me volteé y estiré un poco el cuello. Sí, ahí estaba. Y sin duda era ella. Sus ojos transmitían la misma fuerza distante, mientras caminaba observando los retratos. Me giré hacia el siguiente cuadro. Un chico de cabello muy corto, cuello largo y mirada soñadora me contemplaba desde el lienzo. Sus ojos serios transmitían una cierta formalidad protocolar. Comencé a buscarlo con la mirada. Tenía que ser aquél joven alto, envuelto en una gabardina aterciopelada.
El siguiente cuadro mostraba a la violinista que había ingresado a la orquesta hacia un par de meses. No me costó reconocerla. Jamás había visto una muchacha de piel tan blanca.
Permanecí varios minutos delante del retrato, intentando profundizar en cada uno de los detalles. Tengo que reconocer que es una actividad que me fascina. La contemplación de una obra de arte es como saborear una comida exquisita: cada bocado trae algo nuevo. Cada instante acerca nuevos detalles que dan profundidad y riqueza a la experiencia.
Siempre me produjo un intenso placer el perderme en la contemplación de un cuadro, mientras mis ojos realizan la doble tarea de relajarse para apreciar el efecto general y a la vez bucear dentro de los detalles, intentando acercarme al proceso mismo de cada pincelada del artista. Jamás voy a olvidar la primera vez que tuve delante La Primavera de Botticelli.
Una voz finita y delicada me sacó del estado de contemplación. La joven del cuadro se encontraba a mi lado, sonriendo. Ella también vestía una delicada casaca blanca, con detalles en negro.
Nunca habíamos tenido oportunidad de conversar, en la orquesta, y sinceramente no lograba recordar su nombre. Se trataba de una chica de baja estatura y cabello corto, muy oscuro, que se curvaba en torno a su rostro, dibujando el contorno. Como ya dije antes, jamás había visto un rostro tan blanco. Y no es que fuese pálida… simplemente relucía con una blancura tierna y bonachona, como un pastel de bodas.
- ¿Qué te parece?- preguntó, acercándose al retrato.
- Acabo de llegar… pero estoy muy sorprendido. El trabajo de esta chica es extraordinario-
- Esme tiene mucho talento- asintió.
La observé de reojo, mientras ella continuaba saludando a los recién llegados. ¿Qué era lo que mi mente me gritaba con tanta insistencia, sobre aquellos retratos? Creí comprenderlo unos momentos después: el rostro que me observaba desde el lienzo tenía un brillo emocionado en los ojos, una cierta energía. Como una liebre que permanece aparentemente calma, pero que podría echar a saltar de un momento a otro. Aquel brillo me parecía extraño en los ojos de la muchacha tímida que, durante todo un mes, había visto llegar al ensayo en completo silencio y retirarse sin cruzar palabra con nadie.
La observé más atentamente. En ese preciso instante se encontraba rodeada de un pequeño grupo de jóvenes, que la escuchaban entre divertidos y fascinados mientras ella hablaba a toda velocidad en lo que, supuse, sería su lengua.
No, definitivamente aquella chica no era la persona tímida que yo creí adivinar durante los ensayos. El brillo en los ojos del cuadro parecía representarla fielmente mientras hablaba sin parar y movía las manos, emocionada. Solo que yo nunca había sabido verla así.
Me moví hacia otro cuadro. Era claro que aquella joven que me observaba con la cabeza ligeramente ladeada era Indira. Me concentré en su mirada, en sus ojos, en la energía que parecía transmitir la pintura. Sin dudas ahí estaba la verdadera Indira. Su temple. Su fuerza interna. La Indira que solo aparecía cuando se llevaba el violín al hombro. La verdadera, que se escondía a simple vista.
Me dirigí hacia el cuadro de un muchacho de frente amplia y cabello aleonado. Sus ojos transmitían una extraña afirmación sobre sí mismo. El retrato me observaba con la seguridad de quien ya ha decidido cómo ganar una partida de ajedrez en los próximos tres movimientos.
Me encontraba buscando al muchacho entre la multitud de rostros asiáticos que se movía, cuando un violín comenzó a sonar detrás de mí.
La chica de piel blanca se encontraba en el centro mismo de la sala, desgranando una extraña melodía de tintes orientales, pero diferente a cualquier cosa que yo hubiese escuchado. Incluso si recordaba vagamente a otras melodías chinas o japonesas, había algo muy diferente en esa música. Un aire fuerte y solitario emanaba de ese violín. Y lo que parecía ser la inmensidad de una tierra fría y agreste. Me reproché a mi mismo el no saber nada de Mongolia, mientras la música me llenaba de curiosidad. La chica permanecía casi inmóvil, mientras sus dedos surcaban el instrumento. A su alrededor, todos se habían acercado hasta formar un respetuoso círculo en torno a ella que parecía contenerla y proteger su música. Los rostros permanecían impasibles, compartiendo esa extraña energía que parecía unirlos como comunidad.
En un par de ocasiones la vi intercambiar una rápida mirada con una muchacha vestida de verde, que la observaba sonriendo. Supuse que debía ser la artista.
La melodía terminó en una larga nota, que se fue desvaneciendo como arrastrada por el viento. El aplauso fue cálido y formal. La joven vestida de verde se adelantó unos pasos y se abrazaron afectuosamente. Su pelo lacio y oscuro le caía sobre la espalda. Al igual que sus compatriotas, tenía unos ojos rasgados de un profundo color negro, aunque su tez era un poco más oscura.
Cuando la multitud volvió a dispersarse, la violinista se retiró hacia una puerta a mitad del corredor. Nuestras miradas se encontraron y se detuvo, sonriente. Suspiró con una mezcla de alegría y cansancio, mientras yo hacía la silenciosa mímica de un aplauso.
- ¿Qué te pareció?- preguntó
- Jamás había escuchado algo así. Parecía…- me detuve, con temor de resultar exagerado en mi descripción. En lugar de eso, preferí sincerarme. – Creo que nunca nos presentamos. Yo soy Martín-
- Eleanor- respondió. Y, ante mi mirada confundida, agregó: - Nací en Estados Unidos y mis padres querían que tuviese un nombre occidental-
Estreché su mano y lo intenté de nuevo.
- Te decía… tu música me hizo pensar en una llanura enorme. Inabarcable. Salvaje y fría, aunque llena de vida-
- Creo que es una buena descripción de Mongolia- asintió Eleanor – La mayor parte de la población se encuentra en nuestra capital, Ulán Bator. Pero es un país enorme y casi despoblado. La mayor parte es una estepa, “salvaje” como decís vos, poblada por algunas tribus nómades-.
Pensé durante un momento en los paralelismos con Argentina.
- La Patagonia también es una enorme estepa despoblada, ahora que lo pienso. Y no me parece casualidad que nuestra música folclórica use los mismos sonidos que la de ustedes, aunque sean tan diferentes entre sí-
Eleanor estaba por responder, cuando oímos una voz que la llamaba. La chica de cabellos rojizos se acercaba con paso decidido. Intercambiaron unas rápidas frases en mongol, mientras yo las observaba fascinado. La lengua parecía una combinación de sonidos ligeramente guturales, algo similar al ruso… aunque diferente de cualquier cosa que yo hubiese oído. Intenté detectar algo que me resultase familiar, aunque lejanamente. Pero definitivamente era un idioma distinto a cualquier otro que yo conociese.
- Esta es Frey- dijo Eleanor, señalando a la recién llegada. La reconocí como la cantante lírica que había presentado audición en la orquesta. Estaba vestida impecablemente, según la moda italiana. Una larga cabellera teñida de un rojo intenso le caía por la espalda y un par de anteojos enmarcaban unos ojos de aire seguro y desafiante.
- ¿Estados Unidos también?- aventuré, con una nota de humor. Frey frunció el ceño, sin comprender, pero Eleanor soltó una breve carcajada.
- No, acá la mayoría tenemos un segundo nombre occidental. Es un regalo que nos da la embajada cuando salimos de Mongolia, para que podamos movernos más cómodamente entre occidentales-
Asentí, sin saber bien si aquello me parecía del todo correcto. ¿Porqué no podrían mantener su nombre y ya? Me acordé de los músicos chinos y coreanos de la More Lucky. Ahora que lo pensaba, ellos también se presentaban con su “nombre legal”.
- ¿Puedo saber tu nombre mongol?- pregunté amablemente.
La respuesta fue una larguísima palabra que no logré retener.
- …ok- asentí, con gesto derrotado, mientras Eleanor soltaba una carcajada.

Una media hora más tarde, había terminado de recorrer los retratos. En muchos de ellos había reconocido a las personas que tenía alrededor. En otros tantos, no. Sin embargo, de algo estaba seguro: los rostros que me miraban desde el lienzo parecían más fieles a la realidad que las personas mismas a quienes representaban. Como si reflejasen el alma de un modo que la carne misma no lograba reflejar.
Cuando estaba pensando en saludar y retirarme, reparé en un cuadro que no había visto antes. Se encontraba al final del salón, cerca de una esquina.
Me acerqué curioso, convencido de que se trataba de otro retrato… pero me equivocaba.
Ante mi se alzaba una pintura algo más grande que las demás. La luz de los ventanales no le llegaba directamente como a las otras, pero aún así, este cambio de luz parecía favorecer mucho a los colores.
Se trataba de un hombre de cabellos largos y un fino bigote. En una de sus manos se posaba un halcón y llevaba lo que parecía ser una pluma entre sus dedos. Su rostro transmitía una mezcla de fuerza y calma. Pero había algo más. Una mirada que parecía escrutar dentro mío de un modo completamente despreocupado. Como si pudiese leer en la parte más íntima de mi alma sin que preocuparse por pedir permiso o perdón. Había una fuerza en sus ojos que me hacía temerlo, respetarlo y admirarlo.
No sé cuánto tiempo me quedé delante de ese cuadro. Los ojos del hombre me tenían completamente atrapado. E incluso cuando intentaba huir con mi mirada a otras partes de la pintura, buscando apreciar otros detalles, sus ojos me reclamaban con firmeza. Quizás hubiesen pasado solo un par de minutos o media hora… o más. Pero en un momento sentí una voz suave que se acercaba, acompasada por unos pasos.
- ¿Qué hacés?- preguntó la artista, mirando a su obra a los ojos. Durante un instante dudé sobre si la pregunta iba dirigida a mí o al hombre del cuadro. Un segundo después, la chica se giró para mirarme con una sonrisa de curiosidad.
- Adiviná- repuse, con un gesto de la cabeza hacia el cuadro. En seguida lamenté esa humorada de tinte irónico, pero el hechizo del cuadro había dejado mi mente algo atontada. La muchacha pareció tomarse mi desafío en serio. Compuso un gesto de concentración, sin dejar de mirarme a los ojos.
- ¿Pensar?- aventuró.
- La verdad es que me estaba hundiendo en tu pintura. Me encantó lo que hiciste con los retratos, pero este es realmente especial. ¿Quién es?-
Volvimos a contemplar la pintura.
- No es nadie… o eso creo. No sé. Lo saqué de mi cabeza-
En seguida recordé algo que mi padre, pintor aficionado, me había contado alguna vez: “Pintar sin un modelo en el que basarse es dificilísimo”.
- ¿En serio lo inventaste de la nada?-
- Sí, ¿Porqué?-
Callé durante unos segundos, mientras seguíamos mirando el cuadro.
- Porque… mirá, esto lo debés saber mejor que yo. Me da la impresión de que los retratos reflejan una parte íntima de tu comunidad. Una que no sale a la luz demasiado seguido. Los siento genuinos. Dolorosamente transparentes. Como si hubieses capturado la esencia de cada uno de ellos. Pero este hombre acá…- me detuve, buscando las palabras - …hay algo enormemente fuerte en sus ojos que no logro explicar. Algo maravilloso y sobrecogedor-. Esperaba no estar resultando exagerado.
La chica asintió con la cabeza.
- Gracias… es lo que buscaba al pintarlo-
Nos quedamos allí, mudos. Sentí la necesidad de romper el silencio de alguna forma, cosa rara en mí.
- Perdón, no me presenté. Soy Martín Jacob- dije.
- Esmeralda. Es un placer- sonrió la chica y me ofreció una de sus pequeñas manos. Tenía una sonrisa agradable y sincera. Aunque allí también parecía haber algún secreto escondido. Como si ella misma fuese una de sus pinturas.
“Claro” pensé “Sus amigas la llamaron Esme”.
- ¿Es tu nombre legal?-
- Algo así… es la traducción más cercana a mi nombre, en español.
- Te hace justicia- le aseguré, observándola. La casaca que llevaba era sencilla, de un verde oscuro con tan solo unos detalles florales en los puños y el grueso cinturón que le rodeaba la cintura. Su piel tenía una curiosa tonalidad ligeramente tostada y sus ojos oscuros me observaban atentamente.
Esmeralda se giró hacia el corredor durante un momento, antes de volverse nuevamente hacia mí.
- ¿Damos una vuelta?- propuso, con un gesto de absoluta seriedad en el que participaba todo su rostro. Dudé durante un momento.
- ¿Segura? Es tu muestra, después de todo-
- Sí, una vuelta breve- respondió y me invitó a encabezar la marcha, con una sonrisa y un gesto de la cabeza.
Empezamos a caminar hacia las puertas, mientras el sol caía lentamente en el horizonte, dando al salón y a los cuadros una nueva luz. Otra identidad.
Si a alguno de los presentes le resultó extraño que la figura central del evento se retirase, no parecieron demostrarlo. Nadie nos observó, mientras salíamos del salón.


















(Voy a romper brevemente la barrera hermética del blog, por pedido de la artista:
 Si el lector quiere conocer la obra de Bilguun-Ochir, a quien está dedicado este capítulo, puede encontrarla en Instagram como "beegii.ts")

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho. Voy a buscarla.
    Un besazo!

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  2. Emotivo , bello y interesante capitulo narrativo lleno de
    la realidad que nos rodea con el estado de animo vivo.
    enhorabuena Martin Jacob mis saludos.jr.

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    1. Señor Vazquez, siempre es un placer tenerlo de visita en el blog :)

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  3. Te aplaudo. La obra también me gusta, la buscaré. Saludos

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