Cuentos de navidad, edición 2024: "Paulo".

Mientras subía por una calle desierta, que llevaba al centro de La Paz, mi mente recorría viejas canciones sobre brindis y despedidas.

“Levanta una copa por la libertad. Algo que nunca podrán quitarnos.”

La calle estaba plagada de luces que pendían de las farolas y de adornos navideños. El centro de La Paz y sus alrededores ya se vestían de navidad desde los últimos días de noviembre. Yo siempre había sentido una enorme debilidad por todo lo que ocurría alrededor de aquella fiesta. Desde niño me embargaba, cada diciembre, el espíritu navideño de decorar, cocinar, compartir. Era una época que esperaba con ansias, cada fin de año.
Mientras tanto, el invierno había llegado a la ciudad, raudo y repentino. Luego de un largo otoño de agradables temperaturas frescas, todos nos habíamos despertado una mañana con un viento helado que golpeaba las ventanas. La primera visión, tras salir de casa, había sido las colinas que rodeaban la ciudad, cubiertas de nieve. Desde entonces la temperatura no superaba los 5 grados.

“He aquí un brindis, a la buena compañía. Y otro a mis muchachos. Bebamos y alegrémonos, todos de una misma copa”.

A lo largo de los años viviendo en La Paz, me había acostumbrado a sus infinitas subidas y bajadas. La belleza de una ciudad construida en una zona montañosa radicaba en que uno nunca caminaba en línea recta. Con el tiempo, mis piernas se habían fortalecido y ya no notaban el esfuerzo de las escaladas. Lo que sí era una novedad, este invierno, era mi poca tolerancia al frío. Siempre lo había aguantado muy bien, casi diría que lo disfrutaba. Este invierno, sin embargo, me resultaba algo más crudo. Un médico, al cual yo acudía una vez al año por controles periódicos, me había comentado que había perdido casi 15 kilos, con respecto al año anterior. Y la verdad es que, si prestaba atención, podía sentir un cuerpo delgado que no me era del todo familiar, bajo el abrigo. Quizás fuera ese el motivo por el cual tiritaba un poco mientras subía a pie aquella por calle interminable. Pensar que a menudo “Los peripatéticos” bromeaban, en nuestras excursiones a la montaña, cuando veían que todos tenían un abrigo puesto y yo seguía de remera.

“Así que lléname ahora la copa de la despedida. Buenas noches y que la dicha los acompañe siempre.”

Los peripatéticos… era increíble cuántas cosas habían cambiado desde que me había mudado al barrio Guevara, hacía ya algunos años. Había llegado a aquél barrio muy en contra de mi voluntad, por sugerencia de mis superiores del Ministerio, para evitar problemas con un cierto sector político de la ciudad. Poco de eso parecía importar, ahora, pero había supuesto un enorme cambio en mi vida. Yo, que siempre había sido una persona solitaria, me había visto integrado en un grupo extraño y variopinto de personas muy diferentes entre sí. Probablemente si alguien nos hubiese preguntado, en medio de un almuerzo, que era lo que nos unía, todos nos hubiésemos encogido de hombros.
Un ex programador informático, enamorado del contrabajo, con grandes dotes para el humor. Una cantante latina, de carácter animoso y vivaracho. Una veterinaria, acompañada siempre por su perro con el que tenía una relación casi simbiótica. Un violinista de una ciudad cercana a La Paz, que bailaba a su propio ritmo. Un percusionista y compositor con un gran sentido de la moda.
Y un argentino que, a veces, se detenía en medio de una excursión a la montaña para mirarlos a todos y pensar en qué estaba haciendo, viviendo en una tierra lejana. Pocas veces encontraba una respuesta.

La subida llegó a su fin, me encontraba en el centro de La Paz. Se veían pocas personas, todas caminando apresuradamente para protegerse del viento helado que soplaba con insistencia. A lo lejos, al final de la calle, se veía un grande cartel iluminado. El “Bar del Sol”. El punto de la reunión. Y el motivo por el cual yo no estaba en casa, sosteniendo una taza de te contra mi pecho.
Mientras me acercaba al bar, seguía pensando en cómo había cambiado todo en estos años. Parecíamos habernos vuelto todos un grupo inseparable. A pesar de que cada uno de nosotros mantenía relaciones personales con los demás miembros del grupo. Con el tiempo, sin embargo, las corrientes de la vida y las obligaciones laborales nos habían arrastrado a puntos diferentes del enorme mar social en el que intentábamos nadar sin hundirnos.
Gluck llevaba un largo tiempo trabajando en el extranjero. Lo habían contratado como sonidista en una importante cadena televisiva. Lee a menudo se encontraba tocando en orquestas fuera de la ciudad. Había prometido venir a la reunión, esta noche, pero últimamente lo veíamos poco. Rami también había desaparecido en medio de su agitada vida laboral y prácticamente habíamos perdido contacto.
Y ahora Paulo se iba.
Me detuve, a pocos metros del bar. Y me quité la capucha del abrigo, buscando sentir el viento frío en mi cara. Buscando despejarme un poco de la marea de pensamientos que me embargaban.
Paulo se iba.
Hacía unas pocas semanas, me había enviado un mensaje de apariencia urgente (tenía algunos errores de ortografía que delataban que lo había escrito a toda prisa). Preguntaba si podíamos almorzar juntos.

Llevábamos casi media hora, delante de una tarta de verduras que yo había improvisado velozmente. Charlábamos de cualquier cosa. Era esa charla que precede a las cosas importantes. O a las noticias. Esperaba, sin embargo, que no fuesen malas noticias.
Por fin Paulo había dejado el tenedor sobre el plato y me había mirado, pasándose una mano por la cabeza.
- Tenés talento para la cocina, eso no te lo voy a negar-.
Dejé pasar ese primer comentario humorístico. Podía ver cómo juntaba algo de coraje. Pensé en ayudarlo yo mismo con algo de humor.
- ¿A quién mataste, Paulo? Contame…-
El muchacho sonrió, brevemente.
- ¿Te acordás del consejo de mi profesor de contrabajo, sobre empezar a presentarme a cuanto concurso encontrase? Para acostumbrarme a la exposición, para mejorar mi técnica en vivo… para hacer oficio, digamos-
Asentí con la cabeza.
- En estos últimos meses participé de varios concursos. La idea no era buscar trabajo, solo vivir la experiencia. Como si fuese posible, ¿No? Siempre se presentan músicos de altísimo nivel.
Tomó un sorbo de vino. Yo hice lo mismo.
- Hace unos días me apunté a un concurso online para una orquesta en Croacia. De esos en los que envías un video tocando. Cosa de rutina-
Dejé el vaso sobre la mesa y lo miré fijo. ¿Podía ser? El tono de su voz, entre feliz y aterrado, parecía confirmarlo.
- Paulo, carajo, ¿Me estás diciendo que te acaban de contratar de una orquesta en Croacia?-
El muchacho me miraba fijo, con una expresión angustiada en la cara.
- ¿Y Silvia?-
- Hace dos días que no deja de llorar… pero parece que quiere venir conmigo-
Nos quedamos un momento en silencio, mirándonos fijamente.
- Paulo, carajo… ¿Croacia?- enfaticé la última palabra.
- Concursé por concursar. Grabé el video casi por rutina. Nunca hubiese pensado que pudiesen realmente ofrecerme un trabajo-
- Oferta que vas a aceptar, supongo-
- Si… no… no sé. Sí, supongo que sí. Quería hablar con vos, antes-
- ¿Qué tengo que ver, yo?-
Ahí estaba nuevamente el Martín que todos conocíamos y habíamos aprendido a querer. Incrédulo ante la posibilidad de que un amigo considerase tanto su opinión que quisiese escucharla antes de emprender un cambio de vida.
Otro largo silencio. Me aclaré la garganta.
- Mirá, Paulo… carajo, Croacia… mirá, tengo dos cosas para decirte. La primera es que hay ciertos trenes que tenemos que tomar. Sos un músico preparado y talentoso. Te ofrecieron este trabajo. Yo diría que es una hermosa oportunidad. Pensá en la experiencia que podés conseguir. Pensá en cuánto podés aprender de un contexto musical nuevo. De un país nuevo. Pensá en que es algo que añoraste durante mucho tiempo. La Paz no va a desaparecer. Te lo dice alguien que también decidió dejar su lugar y sus afectos para ir a ver cómo era el césped del otro lado de la valla. Viajar te enriquece la vida de un modo imaginable. ¡Y sos joven, qué embromar! Hoy es Croacia, mañana quien sabe. Tenés toda la vida por delante. Quizás dentro de dos años sea Austria… o La Paz, nuevamente. Pero, si aceptás, vas a volver cambiado. Fortalecido-
Paulo asintió, en silencio. Luego alzó las cejas brevemente, en un pedido silencioso de la otra cara de la moneda.
- La segunda- comencé lentamente – Es que no creo en eso de que los trenes pasan una única vez en la vida. Si decidís quedarte, no aceptar este trabajo, tu vida va a seguir. Seguirías creciendo acá. Puede que incluso dentro de poco tiempo llegue otra oportunidad que te guste más. Quizás Croacia no sea tu respuesta… pero eso no significa que sea eso o nada. La vida va a seguir ofreciéndote cosas. Pero yo, personalmente, creo que deberías aceptar.
- Sí, yo también…- asintió el muchacho. Nunca lo había visto tan serio. Tan aterrado por un futuro que se presentaba prometedor. - ¿Y Silvia?-
Torcí la boca.
- Me parece que eso es entre ustedes. Yo agradezco todos los días el saber que ustedes dos se encontraron. Creo que tienen tanto para ofrecerse, el uno al otro. Pero esta situación es algo que requiere tranquilidad… y una larguísima charla. Sin embargo, si necesitás consejos románticos de un argentino… supongo que puedo inventarme algo-
Paulo rió en silencio y se levantó de la silla para abrazarme.

Ahora, delante del Bar del Sol, en donde Paulo había convocado un nutrido grupo de gente para una cena de despedida, mi cabeza intentaba recordar cuántas semanas habían pasado desde esa charla.
No lograba decidirme… pero la realidad es que, desde entonces, Paulo había estado muy ocupado preparándose para un enorme cambio de vida. Casi no nos habíamos visto.
Entré al bar. Era increíble la cantidad de gente que había ahí. Aunque tratándose de Paulo, no me sorprendía. Hay gente que, sencillamente, es un imán para hacer amigos.
Al fondo de una larga mesa se encontraban Lee y Alizee, enfrascados en una conversación con gente que yo no conocía. Detecté rápidamente un movimiento, casi a la mitad de la mesa. Una muchacha menuda me hacía gestos, disimuladamente, indicándome una silla vacía. La reconocí como una de las flautistas de la More Lucky. Una muchacha llamada Angela.
Me senté junto a ella. Nos sonreímos, algo cohibidos, e inmediatamente se estiró para tomar una botella de vino y servir un poco en dos copas.
- No sé cómo terminé sentada entre gente que no conozco. Gracias al cielo que llegaste, Martín-
Mi carcajada fue la primera de muchas, esa noche.

La cena transcurrió velozmente. Paulo dedicaba su tiempo a beber e intercalar entre diversos grupos, integrándose a todo tipo de conversaciones. Yo había pasado un par de horas charlando con Angela y con algunos amigos del contrabajista que no conocía. De a poco había logrado hacer de nexo entre tres adultos de cuarenta y largos y una flautista que no aparentaba más de veinte.
En algún momento, ya promediando los postres, se había acercado Silvia. Tomó una silla vacía y se sentó junto a mí, dedicándome una sonrisa triste que parecía muy sincera. Quizás una de las primeras sonrisas sinceras que se permitía en toda la noche.
- ¿Cómo estás, Sil?- pregunté, poniéndole una mano en el hombro. Era increíble el enorme cariño que había desarrollado en pocos meses por aquella mujer. Si bien no habíamos compartido tanto (había forjado una bella y sólida amistad con Alizee, pero yo solo la veía en algunas reuniones grupales), habían bastado unas pocas charlas para identificarla como una persona sincera, sensible, con mucho mundo y un gran corazón.
- No tengo idea de qué estoy haciendo o a dónde estoy yendo- reconoció la mujer, mirando su vaso de vino. – Pero espero que salga todo bien. Espero que nosotros estemos bien-. Dijo esto último lanzando una rápida mirada a Paulo, que en ese momento brinda ruidosamente con su hermana.

Será nuestra naturaleza, será por algún tipo de mecanismo secreto que nos ayudó a reconocernos como personas compatibles, cuando yo me había mudado al barrio Guevara. Será por ser, cada uno de nosotros, una persona que disfruta de los grupos, pero que se siente más cómoda en situaciones íntimas.
Sea por el motivo que fuera y casi sin mediar palabra, nos habíamos dirigido en un pequeño grupo a un pequeño café, cercando al bar, luego de la cena. Se trataba de un lugar acogedor, pero muy extraño en sus horarios. Nunca se sabía si se lo encontraría abierto o no. Podía estar cerrado un viernes a las cuatro de la tarde y abierto un lunes a las tres de la mañana. La cuestión es que, esperanzados, habíamos decidido compartir un último momento juntos en “Lescré”. Que, por fortuna, estaba abierto.
Me senté junto a Alizee, en una pequeña mesa rodeada de bancos de madera. Delante de mí estaban Paulo y Silvia. Angela había decidido acompañaros y también Miguel, un amigo de Paulo que yo había visto solo un par de veces. Quizás por querer compartir algo más de tiempo con su amigo… o quizás por Angela, con quien conversaba animosamente.

Querido lector, no recuerdo bien de qué se habló durante esa última hora en la que compartimos café y algo dulce. Lo que significa que la charla fue poco importante para un blog… pero muy reconfortante para un grupo de amigos que saben que están a punto de tomar caminos separados.
No hablamos de música. No hablamos de la posibilidad de trabajar en el extranjero. No hablamos de nada demasiado importante. Probablemente solo nos hayamos permitido deslizarnos como niños en un tobogán, a través de una conversación plagada de anécdotas e ideas. Recuerdo que todos sonreíamos. Recuerdo que, por debajo de las sonrisas, había una reflexión profunda y algo melancólica. Como cuando las nubes oscurecen el sol durante un instante, en un día de primavera.
Cuando el local decidió cerrar (siempre fiel a sus caprichosos horarios), nos dedicamos a los últimos saludos, en medio de una larga calle invernal.
Últimos comentarios, últimas anécdotas, muchos deseos de buena fortuna, promesas de reencuentros, abrazos sinceros. Probablemente no supiésemos cómo despedirnos. La atmósfera festiva invadía la calle, que estaba plagada de luces y de adornos. Como de costumbre, la navidad tenía algo maravilloso y nostálgico… y ese 20 de diciembre, más que nunca.
Uno a uno, los integrantes de la reunión fueron saludando uy alejándose en diferentes direcciones. El grupo se desmigajaba, muy de a poco. Yo recordé la última escena de una hermosa ficción argentina: “Los simuladores”.
Cuando finalmente Paulo y Silvia partieron, ofrecí a Alizee acompañarla a la parada del autobús que llegaba al barrio Guevara. Suponía que, de todas formas, no iba a poder dormirme fácilmente, esa noche. Y siempre habíamos encontrado reconfortante la presencia del otro, cuando no había otra gente alrededor.
Caminamos en silencio durante algunos minutos, hasta que yo solté un involuntario suspiro.
- Se van a extrañar, ¿Eh?- comentó la muchacha en voz baja. Estaba envuelta en una bufanda enorme y cubierta por un gorro de lana.
- Parece increíble que se vayan. Pero estoy contento-
Alizee me miró con una de sus típicas sonrisas, entre comprensiva e irónica.
- Sí, bueno…- reconocí - …mi parte más egoísta no quiere que se vaya. Pero también estoy contento por él-
- Me pasa lo mismo con Silvia-.
Llegamos a la parada justo cuando el chofer se colocaba ante el volante. Nos avisó que partiría dentro de cinco minutos.
Me giré hacia Alizee para despedirme, pero me encontré con un rostro pensativo. Demasiado pensativo.
- ¿Y vos qué vas a hacer en navidad?- preguntó.
- Lo de siempre… me voy a cocinar algo riquísimo, voy a poner la Misa Criolla de Ramirez y luego esperaré a la medianoche con un pedazo de pan dulce en una mano y un vaso de vino en la otra. Quizás llame a mis padres. Como todos los años. ¿Vos? ¿Valle Claro?-
Valle Claro era el pueblo donde Alizee había nacido y donde aún vivían sus padres.
- Dos semanas con mamá- asintió, con un gesto irónico en los ojos. Reímos brevemente y ella volvió a componer una expresión seria y pensativa.
- Decime… ¿Y si yo te invitase a pasar navidad con nosotros?-


















"¡Acercate, Martín! ¡¡ACERCATE!!"

(Última foto del grupo, en "Lescré". Paulo apoyó su teléfono en la mesa junto a la nuestra, encendió la cuenta regresiva antes de que cualquiera de nosotros pudiese prepararse, y comenzó a gritar para que yo no quedase fuera del plano)

Comentarios

  1. Querido amigo, te deseo con todo mi corazón
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    ¡UN FELIZ AÑO 2025!
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    ¡*Amor, Paz, Felicidad*!
    Abrazos y te dejo un besito, se Feliz
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