Capítulo 10 (parte 2): 9 de junio, 2024.
Atardecía en el barrio Ernesto Guevara. A medida que bajaba el sol, un viento fresco comenzaba a levantar polvareda entre las casas. Abrí un poco la ventana, agradecido. La primavera eterna en la que habíamos vivido cómodamente durante cuatro meses había dado lugar a una semana de calor y humedad que se había presentado de sopetón, abriéndose paso a los empujones. El pronóstico indicaba que alguien había apretado el botón que daba comienzo al verano y que a partir de esa semana, se esperaban temperaturas cada vez más altas.
Perdón… la palabra que usaron fue “sofocantes”, pero tengo demasiado calor como para siquiera pensar en escribirla.
Contrario a otros veranos, donde el clima invitaba a una rutina de ventanas abiertas, comidas frescas y vida al aire libre, estas primeras semanas de junio amenazaban con maltratar a todo aquél que no tuviese a mano un ventilador o una pileta. Y en el barrio, esas cosas aún no habían sido inventadas.
Yo había comenzado a prepararme para las audiciones que tendrían lugar al día siguiente. La temática era libre, por lo que la decisión había sido compleja: ¿Con qué podría sorprender al director?
“Es como elegir qué cocinar”, había opinado Paulo, con quien me reunía a menudo para escucharnos y aconsejarnos, ya que él también buscaba un puesto para ese concierto. “Si te doy a elegir entre dos o tres comidas, es sencillo. Pero si te digo que hagas lo que quieras, la infinidad de elecciones posibles te terminan por anular”.
Byron había dejado bien en claro que esas audiciones supondrían no solo la elección de los roles de liderazgo en la orquesta, sino también una completa reestructuración de la misma. Mientras pasaba largas tardes intentando refinar cada uno de los detalles del concierto que había elegido, yo sospechaba que gran parte de mis colegas estaban haciendo exactamente lo mismo. Los resultados de esas audiciones incluirían nuevos puestos de trabajo para muchos músicos, ya fuesen miembros actuales de la More Lucky o caras nuevas que venían de afuera. Y, por desgracia, también significaba que muchos integrantes actuales quedarían irremediablemente afuera.
- ¿Qué sabés de tu fila?- pregunté a Paulo, mientras lo observaba apoyar su contrabajo en un rincón de la sala, con sumo cuidado. Los últimos 10 minutos habían sido un deleite de notas graves, perfectamente ejecutadas.
- Si me querés preguntar por los violines, hacelo. Nadie te va a juzgar- murmuró, de espaldas a mí.
Suspiré, con una mezcla de fastidio y diversión. Jamás en nuestros varios meses de amistad había logrado obtener una respuesta seria al primer intento. A veces, ni siquiera al segundo o al tercero.
- Ya que estás, podés contármelo todo- respondí.
El muchacho puso a funcionar la maquina de café y se sentó en un sofá de aspecto viejo, que dominaba buena parte de la sala.
- Los contrabajos audicionan. Todos. Yo incluido, como seguramente sospecharás por la tortura a la que te someto día por medio. Parece que también tenemos un par de chicas jóvenes que vienen de otra ciudad-. Se detuvo un momento, pensativo. Yo me preparé para un comentario sobre la belleza femenina que, por algún extraño motivo, no llegó. En lugar de ello, Paulo siguió hablando, mientras contaba con los dedos.
- Cellos… los de siempre, nada nuevo. Gomez quiere ser jefe de fila. A esta altura ya debe haber perdido un par de dedos, por desgaste físico. Y Harper se conforma con mantener su puesto. De los vientos casi no se nada, salvo que nuestras dos oboístas chinas piensan presentarse. Luego están las violas, todas nuevas, según parece. Por antipatía a Byron o temor a la audición, ninguno de nuestros cinco violistas estrella piensan presentarse. Respecto a los violines, hay un cierto argentino con cara de querer café…- Se detuvo, mirándome con una media sonrisa. Dejé pasar el chiste, como de costumbre.
- …luego hay varios violinistas de La Paz, que lo van a intentar. Todos viejos colegas que alguna vez integraron la More Lucky. Por supuesto que los actuales miembros también se presentan. Lee sigue en el extranjero. Y creo que eso es todo-. El tono en el que terminó la frase, mientras se levantaba para buscar el café, me hizo sospechar que había algo que no me estaba contando. Dejó una taza en mis manos y se sentó, mirándome como si esperase una pregunta. Alcé una ceja, animándolo a seguir. Ya nos conocíamos tanto que algunas palabras resultaban superfluas.
- A ver, yo se que te presentás para concertino- comenzó, yo asentí con la cabeza. – Parece que hay una chica de Mongolia que se presenta al mismo puesto-.
Me quedé un momento en silencio. ¿Mongolia existía, aún? ¿O era otro de los chiste de Paulo?
- Me lo contó Harper y me mostró algunos videos de su trabajo como solista en su país. Es excelente. Realmente excelente. Y es muy joven. Creo que aún no cumple dieciocho años- concluyó, con un deje de amargura. Yo entendí perfectamente el significado tras estas últimas palabras: en el mundo artístico la juventud se aprecia mucho. Un músico excelente de 15 años tiene mucho más margen de mejoría que otro, igualmente excelso, de 40. Si esa chica realmente era tan buena, mi actuación tenía que ser aún mejor. Me prometí internamente no buscar esos videos. No necesitaba más presión de la que ya tenía.
A la mañana siguiente, nos encontrábamos todos en uno de los recintos anexos que daban a la sala de ensayos, a la que Byron hacía pasar filas enteras para las audiciones.
Yo llevaba allí casi dos horas, en medio de una atmósfera insoportable. Si tuviese que hablar de un defecto que atraviesa a toda la comunidad musical internacional, sería el de no saber cuándo tocar y cuándo no. Pareciera que la mayor parte de los músicos no sabe qué hacer con su instrumento cuando lo tiene en las manos, si no es sacarle algún tipo de sonido. El que sea. Este comportamiento se repite, desgraciadamente, mientras una orquesta afina, mientras alguien hace un comentario o da indicaciones, mientras un director pide silencio… e incluso en un recinto cerrado, en donde más de 50 músicos tienen que convivir durante varias horas en un espacio de unos pocos metros cuadrados.
Y si bien no estábamos demasiado incómodos por la falta de espacio, el hecho de que cada uno de mis colegas estuviese enfrascado en su propio mundo interno, tocando pasajes de orquesta o desgranando veloces notas en una innecesaria muestra de virtuosismo, volvía a la atmósfera insufrible.
Byron había comenzado por llamar a la fila de vientos. Primero los metales. Y ahora las maderas casi habían concluido, según mis cálculos. Esperaba que, al empezar con las cuerdas, llamase primero a los violines.
Mientras esperaba, había dedicado la mitad de mi tiempo a mirar por la ventana y la otra mitad a observar a mis colegas. Harper, la chica nórdica alta que me había dado la bienvenida, algunos meses atrás, era la única que no parecía nerviosa. Se la veía relajada y fresca, como siempre. Sostenía su violoncello en la mano, mientras permanecía de pie, charlando con cualquier persona que se acercase a ella. A unos metros, Paulo conversaba con una chica joven de cabello oscuro, cortado a la usanza masculina. Me imaginé que sería uno de los músicos nuevos, llegados desde La Paz.
Y seamos sinceros: lo primero que hice, cuando llegué, fue buscar a la chica de la que me habían hablado. Fue Paulo quien me la señaló, casi al instante.
- Señoras y señores… el tigre de Mongolia- mumuró.
Miraba por una de las ventanas, con su violín en la mano. Su figura menuda transmitía una extraña autoridad (de hecho, había un significativo espacio vacío a su alrededor, al que nadie se acercaba). Se mantenía inmóvil, con la espalda recta. Sus rasgos orientales eran hermosos y muy delicados, aunque había algo en su expresión que mudaba entre la severidad y la disciplina. Obviamente, cualquier intento de acercarme a saludarla quedó inmediatamente descartado. En lugar de eso, me había apoyado contra una de las paredes para controlar por enésima vez que mis partituras estuviesen en orden.
La gran mayoría de los violinistas continuaba en su mundo de sonidos, ajenos a todo, cuando la enorme puerta se abrió por segunda vez. Las maderas salieron apresuradamente, mientras la figura imponente de Byron observaba a la gente a su alrededor.
- Violines. Todos. Y rápido- murmuró en voz baja, aunque perfectamente audible.
Entré y me senté en una de las butacas, mientras una chica de mirada cansada sacaba apresuradamente su violín y comenzaba a afinar. Byron ocupaba su silla elevada de director y la violinista se había ubicado en donde generalmente se encuentra el solista, en cualquier orquesta. La vi suspender su arco sobre el instrumento durante un breve instante y luego comenzó a tocar. Reconocí el concierto de Tchaikovsky desde sus primeras notas. Siempre me pareció una de las piezas más gentiles que se ha escrito. No se por qué, hay algo en ella que me transmite una enorme amabilidad.
Mientras la chica tocaba, bajé la mirada hacia las hojas sobre mi regazo. Desde que había sabido de la audición, había decidido participar con el concierto de Mozart número 3. Es una obra que conozco bien y en la cual puedo demostrar una gran sensibilidad artística. Ahora me preguntaba si, en vista de lo que estaba oyendo, no habría elegido una pieza demasiado sencilla.
Recordé las palabras de uno de mis maestros, en Argentina: “No se trata de qué toques… si no de cómo lo toques. No hay música mala, solo música mal tocada”. Esperé que Byron fuese de la misma opinión.
Uno a uno, los violinistas fueron pasando. Apenas terminaba uno, el resto intercambiaba una breve mirada hasta que alguno de nosotros asentía brevemente con la cabeza, para dar a entender que sería el siguiente. El director solo los escuchaba durante tres o cuatro minutos, hasta que los interrumpía golpeando una cucharita de metal contra una copa de cristal. Hacía gracia ver el pequeño objeto metálico entre sus enormes dedos.
Finalmente, sin mirar a nadie, la muchacha mongola se levantó. Su zancada era larga y decidida y su cabello oscuro acompañaba cada paso con un suave rebote sobre sus hombros. Parecía estar en completo control incluso de eso.
Se ubicó en su lugar y dirigió una mirada a algún punto en la sala, en la lejanía. ¿Qué había en sus ojos? ¿Era tranquilidad? ¿Era ímpetu? ¿Realmente estaba mirando a algo o solo dirigía su mirada hacia dentro, como cualquier músico, momentos antes de comenzar?
Con un fluido movimiento comenzó a tocar. Sentí un suspiro de envidia y placer a mi alrededor, el cual compartí. Las primeras notas de la “Introducción y Rondó caprichoso” de Saint-Saënz pueden llevarte al paraíso en unos pocos segundos… o delatar la completa inexperiencia del intérprete. Es un comienzo muy sencillo que deja al descubierto todo cuanto el músico tiene para comunicar. En este caso la interpretación era tan perfecta que (como había oído decir en mis viajes) yo sentí que podría emborracharme con un vaso de agua.
A la introducción sigue una parte mucho más virtuosa. Me relajé en la butaca, disfrutando de la interpretación, como si no estuviese en un concurso sino solo como espectador en un teatro.
- Usted siga así, Jacob- murmuró una voz profunda junto a mi oído. Salté como si me hubiesen electrocutado, aunque por suerte nadie lo notó. Me voltee rápidamente para encontrar a Byron sentado detrás de mí. Fruncí mi ceño, sin saber qué decir.
- Usted compórtese como un niño con un chocolate- continuó el director – Disfrute de la audición de la señorita Indira. Incluso hasta podría aplaudirla, cuando termine. No es como si se estuviese jugando su puesto en la More Lucky, ¿Cierto?-
Entendí perfectamente la ironía y comencé a argumentar, en voz baja, que una cosa no quitaba la otra. Que pensaba dar mi mejor esfuerzo, sin dudas, pero que eso no me impedía disfrutar de la música bien ejecutada. Detrás de mí, la violinista seguía tocando.
- No lo intente, por el amor del cielo. Cuando esa niña termine de tocar, suba y gane la audición. No espero menos de mis músicos- me dijo en un tono severo, taladrándome con la mirada. – Usted está aquí por el puesto de concertino, no para aplaudir a la competencia como si fuese un mandril que acaba de recibir una nuez. ¿O me equivoco? Si no quiere el puesto, no me haga perder tiempo escuchando lo que sea que haya traído-
- ¡Claro que quiero el puesto, pero…!-
- Entonces concéntrese en lo que está a punto de tocar. No en disfrutar. Ya escuché suficiente de esta excelentísima y talentosa muchacha. Prepárese. Usted sigue-
Mientras el director se levantaba, la pieza llegaba a sus últimas notas. Volví a dirigir mi atención hacia la chica, que ahora seguía con la mirada a Byron mientras volvía a su silla.
Un momento después, la chica volvía a su butaca, mientras yo tomaba su lugar. Nos miramos a los ojos durante un instante, al cruzarnos, aunque no supe leer su rostro.
El concierto que yo había preparado comienza con un acorde en sol mayor. Una primer descarga de energía casi triunfal. Una intención, como si la música se presentase con una gran fanfarria. Esas primeras notas tienen que ser claras y risueñas. A menudo se dice que muchas piezas de Mozart deberían ser interpretadas como un tenor bonachón que ríe mientras canta. Como si el mismo compositor fuese un Momo que mezcla la genialidad de su obra con una despreocupación satírica.
Y la idea de ese primer acorde nada tuvo que ver con el sonido que salió de mi violín, por desgracia. Algo en la energía de mi torso y brazos falló a último momento y el resultado fue un leve carraspeo, donde tendría que haberse escuchado una explosión de luz. Sentí que la sala se oscurecía, mientras mi estómago me reprochaba ese torpe comienzo. Aún así hice lo que siempre hacía ante cualquier error en mi interpretación: lo dejé atrás inmediatamente, como si no hubiese ocurrido. Me concentré en cada nota, intentando dar lo mejor de mí. Me concentré en la mano que controlaba el arco, como quien intenta hablar lo más claramente posible.
Alguna vez, el director de una orquesta estudiantil en mi ciudad, Bahía Blanca, me dijo que la música era la única experiencia en la cual se vivía cada segundo como algo único. El único momento en el que no estábamos pensando en el pasado o el futuro, sino viviendo una sucesión de instantes en los que no existe nada más.
Y así fue. Me relajé, mientras manejaba ese pequeño fragmento de madera que conectaba mi mano con las cuerdas. Convertí todo en un único canal de intención y energía motriz, moldeando cada nota con la sensibilidad de mis dedos, mientras dejaba que la mano izquierda pasease sobre el violín, confiando ciegamente en que conocía de memoria el camino mecánico de notas que atravesaban el concierto.
Me temo que, como músicos, nunca podemos ser completamente objetivos mientras tocamos. Por lo que llegué al final de la pieza en medio de una agitación musical interna, sin estar del todo seguro del resultado de lo que acababa de hacer.
Abrí mis ojos, preguntándome cuándo los había cerrado. La multitud de violinistas permanecía imperturbable. Byron asintió brevemente con la cabeza y me indicó con un gesto de la mano que podía sentarme.
Tengo que ser sincero, no recuerdo del todo bien el resto de las audiciones. Sí se que el nivel se mantenía alto. Y que las interpretaciones fueron de una gran calidad… o al menos recuerdo disfrutarlas mucho. Pero no tengo memorias concretas, si bien el recuerdo es reciente.
Recuerdo los rostros tensos, entre el miedo y la concentración. Recuerdo como Byron se levantó de su butaca y nos invitó a salir, tras la última ejecución. Recuerdo salir en fila, entre varias personas que llevaban su violín en la mano. Recuerdo un momento de luz cegadora, cuando salimos a la sala de espera, aunque no pensé que la sala de ensayos estuviese tan en penumbra. Recuerdo que el director esperó a que todos saliesen y llamó a las violas, con breves palabras. Recuerdo que me dirigí hacia afuera, ansioso por respirar algo de aire fresco y que, antes de cerrar la puerta tras de mí, vi durante un instante que Byron murmuraba algo a la muchacha asiática, mientas esta asentía con gesto inexpresivo.
Unas horas después, ya entrada la tarde, dejaba el violín junto a la mesa de la cocina. Había entrado por la puerta con una sensación de pesadumbre, fruto de las emociones de aquel día. Me sentía fatigado… y la satisfacción de haber dado una buena audición se mezclaba con la frustración por saber que no había sido perfecta. Aquél primer acorde me carcomía, incluso sabiendo que no me hacía ningún bien reprochándome por lo que ya no podía cambiar.
Apenas sintió mis pasos dentro de la sala, Merlina vino hacia mí con la cola apuntando al techo. Suspiré, sonriendo, y me senté en el suelo para permitirle que se restregase contra mí. No podía sentirme mal mientras el animalito caminaba a mi alrededor, emitiendo leves maullidos. Cambié mi camisa negra por una remera vieja, apresuradamente y salimos a dar una vuelta por el barrio. Me moría de ganas de caminar un poco, cenar algo fresco y tirarme en la cama a leer.
Los días siguientes transcurrieron sin sobresaltos. Me concedí el día siguiente a la audición como una vacación obligada, sin agarrar mi instrumento. En lugar de ello me dediqué al trabajo y a recuperar horas de sueño. Al día siguiente, sin embargo, ya había reincorporado el estudio a mi rutina. La música es una deidad caprichosa a la cual hay que dedicarle tiempo de forma regular.
Si les parece, me ahorro la rutina aburrida de los días siguientes… y salto directamente al día de hoy. Al domingo 9 de junio. Concretamente a la mañana de hoy, en la que Paulo golpeó mi puerta cerca del mediodía. Yo ya me había resignado a pedirle que no vienese por la mañana, ya que mi horario laboral requería plena atención a mis tareas desde las 8 hasta las 13. Sin embargo (lo sé bien) no lo hace por maldad, sino por simple despreocupación.
- ¡Hola, viejo!-. Siempre usaba esa expresión para saludarme.
Sonreí y lo invité a entrar con un gesto de la cabeza, repasando mentalmente el contenido de la heladera, en caso de que decidiésemos almorzar juntos. El muchacho no se movió.
- No, te vine a buscar para ir al teatro. Los resultados de la audición están publicados. Silvia nos está esperando en el auto-.
Lo miré, confundido, mientras mi cabeza y mi estómago iniciaban un reñido match de lucha libre.
- ¿Quién es Silvia?-
- Más importante es quién era Silvia- repuso, sonriente. Inevitablemente iba a responderme con una broma, antes de darme la información que le estaba pidiendo. – Hasta hace dos semanas era una mujer preciosa con la que yo estaba saliendo a tomar algo en el centro de La Paz. Ahora se supone que es mi novia, aunque prefiero darle algunos días para que se arrepienta-
Compuse una media sonrisa incrédula y lo miré de reojo, mientras iba a buscar mis zapatillas.
- ¿Me hablás en serio?-
- Yo siempre hablo en serio. Está en el auto, esperándonos-
- ¿Y yo me entero así?-
- Problema tuyo, viejo. Rami la conoció hace dos semanas. Nos la cruzamos en La Paz-
Me sentí ligeramente ofendido por ser el último en enterarme, mientras una de las vocecitas de mi cabeza me reprochaba el haber pasado varias semanas sin visitar a Rami.
- Te mataría… pero la noticia me alegra demasiado como para enojarme- comenté, saliendo por la puerta con las llaves en la mano.
Unos minutos después, viajaba hacia el centro de La Paz en la parte de atrás del viejo auto de Paulo. En el asiento del acompañante se sentaba una mujer alta, con una mata de oscuros cabellos rizados, que se había volteado durante un par de segundos para saludarme con una breve sonrisa.
- Luego del teatro, los tres a tomar algo para festejar… y ahí vas a ver cómo se le va lo tímida y la vas a querer tanto como a mí- había comentado Paulo, sentándose ante el volante. La mujer soltó una breve carcajada, mirando hacia abajo.
Fue un viaje agradable y tranquilo, como suele ocurrir cuando uno encara la ruta, en una mañana veraniega. El viento entraba con fuerza por las ventanillas abiertas, lo que resultaba muy agradable, aunque dificultaba el diálogo. Pese al estruendo, Paulo se giraba hacia Silvia, enfrascado en una conversación que no llegaba a oír. Preferí dejarles su intimidad y dedicarme a observar el paisaje.
- ¿Habías estado alguna vez en el teatro?- pregunté a Silvia, buscando algo de conversación, mientras subíamos las escalinatas.
- Cuando era chica, con mis padres. Pero hacía años que no venía por esta zona- me respondió. Su sonrisa era franca, aunque parecía no estar del todo cómoda con desconocidos.
Entramos por la enorme puerta principal. En el atrio ya había un nutrido grupo de músicos reunidos ante el tablón de anuncios. Entre coloridos carteles que anunciaban conciertos y obras de teatro, una lista escrita a mano llevaba el título “Resultados audiciones More Lucky. Estación junio / julio 2024”.
Saludé a un par de colegas con una sonrisa y un movimiento de la cabeza, mientras esperaba que los que estaban adelante se moviesen para poder pasar. Cuando llegué ante el tablón, las puertas volvieron a abrirse. Indira entró caminando apresuradamente, con un gesto serio y decidido. Sus ojos rasgados estaban fijos en el tablón, mientras caminaba resueltamente. Varias personas se apartaron de su camino.
La observé llegar hasta mí y clavar la mirada en la lista. Yo hice lo mismo.
Pasee la mirada por las distintas filas hasta llegar al apartado “violines”. En un arranque de optimismo, observé primero los nombres bajo el título “Violines I”. Para mi sorpresa, mi nombre estaba allí. Mi alegría por el logro y la ligera decepción por no haber obtenido el puesto de concertino se mezclaban, bailando en un mar de emociones en mi estómago. Casi por instinto, miré de reojo a la muchacha, que también se había girado hacia mí. Torció la boca en un gesto que no supe descifrar y se fue, tan rápido como había llegado. ¿Era compasión? ¿Me estaba diciendo que lo lamentaba? ¿O era acaso un “Mala suerte, otra vez será”?
Volví a mirar la lista, buscando el apartado de concertino, convencido de encontrar su nombre allí. Pero no. Por debajo de la lista de violines se leía “Puesto de concertino: Anastasia Castillo”. El nombre no me sonaba de nada. Volví a mirar la lista de violines. Efectivamente, el nombre de Indira estaba junto al mío. Así que ninguno de los dos había obtenido el puesto.
Suspiré, notando que la tensión en mi estómago se relajaba. Ya había pasado todo. E incluso si no había obtenido el puesto que quería, al menos tocaría en la iglesia cuyo nombre compartía. La sensación agridulce de logro y derrota comenzaba a dar paso a una calma carente de emociones.
Salí de la sala. Afuera, ante las escalinatas, Paulo y Silvia me esperaban.
- ¡Felicidades a ambos!- dijo la mujer, sonriente. Tonto de mí, ni siquiera me había molestado en buscar el nombre de Paulo. Respondí con una sonrisa, sin saber que decir.
- Un honor volver a compartir la música, amigo-, dijo Paulo en tono solemne. - ¿Vamos? Nos espera una cerveza y algo para masticar-
- Encantado- respondí, comenzando a bajar las escalinatas con ellos. Antes de entrar al auto, sin embargo, lo detuve con un toque en la espalda.
- Vos conocés a todo el mundo. ¿Tenés idea de quién es Castillo? No la vi en las audiciones-
Paulo soltó una carcajada.
- Mi querido amigo… bienvenido, una vez más, a la More Lucky- y subió al auto.
- ¿Qué significa eso?- insistí, subiendo también.
Vi como el muchacho ponía las llaves, arrancaba el vehículo y comenzaba a girar el volante para encarar la primera calle.
- Significa, estimado, que nadie nunca va a ser lo suficientemente bueno para Byron. Pero que, por fortuna para él, conoce músicos de todo el mundo que van a acudir cada vez que los llame-
La More Lucky en la catedral de San Francisco.
Por algún motivo, Byron desapareció de la foto. Debería estar delante de la plataforma.
De los músicos mencionados en el relato: A la izquierda de la plataforma se encuentra Castillo, en su rol de concertino. A su izquierda, Indira. En la fila de cellos, Gomez, que consiguió el puesto de jefe de fila y detrás suyo Harper, altísima como siempre. Paulo, a su derecha, con su inseparable contrabajo.
Perdón… la palabra que usaron fue “sofocantes”, pero tengo demasiado calor como para siquiera pensar en escribirla.
Contrario a otros veranos, donde el clima invitaba a una rutina de ventanas abiertas, comidas frescas y vida al aire libre, estas primeras semanas de junio amenazaban con maltratar a todo aquél que no tuviese a mano un ventilador o una pileta. Y en el barrio, esas cosas aún no habían sido inventadas.
Yo había comenzado a prepararme para las audiciones que tendrían lugar al día siguiente. La temática era libre, por lo que la decisión había sido compleja: ¿Con qué podría sorprender al director?
“Es como elegir qué cocinar”, había opinado Paulo, con quien me reunía a menudo para escucharnos y aconsejarnos, ya que él también buscaba un puesto para ese concierto. “Si te doy a elegir entre dos o tres comidas, es sencillo. Pero si te digo que hagas lo que quieras, la infinidad de elecciones posibles te terminan por anular”.
Byron había dejado bien en claro que esas audiciones supondrían no solo la elección de los roles de liderazgo en la orquesta, sino también una completa reestructuración de la misma. Mientras pasaba largas tardes intentando refinar cada uno de los detalles del concierto que había elegido, yo sospechaba que gran parte de mis colegas estaban haciendo exactamente lo mismo. Los resultados de esas audiciones incluirían nuevos puestos de trabajo para muchos músicos, ya fuesen miembros actuales de la More Lucky o caras nuevas que venían de afuera. Y, por desgracia, también significaba que muchos integrantes actuales quedarían irremediablemente afuera.
- ¿Qué sabés de tu fila?- pregunté a Paulo, mientras lo observaba apoyar su contrabajo en un rincón de la sala, con sumo cuidado. Los últimos 10 minutos habían sido un deleite de notas graves, perfectamente ejecutadas.
- Si me querés preguntar por los violines, hacelo. Nadie te va a juzgar- murmuró, de espaldas a mí.
Suspiré, con una mezcla de fastidio y diversión. Jamás en nuestros varios meses de amistad había logrado obtener una respuesta seria al primer intento. A veces, ni siquiera al segundo o al tercero.
- Ya que estás, podés contármelo todo- respondí.
El muchacho puso a funcionar la maquina de café y se sentó en un sofá de aspecto viejo, que dominaba buena parte de la sala.
- Los contrabajos audicionan. Todos. Yo incluido, como seguramente sospecharás por la tortura a la que te someto día por medio. Parece que también tenemos un par de chicas jóvenes que vienen de otra ciudad-. Se detuvo un momento, pensativo. Yo me preparé para un comentario sobre la belleza femenina que, por algún extraño motivo, no llegó. En lugar de ello, Paulo siguió hablando, mientras contaba con los dedos.
- Cellos… los de siempre, nada nuevo. Gomez quiere ser jefe de fila. A esta altura ya debe haber perdido un par de dedos, por desgaste físico. Y Harper se conforma con mantener su puesto. De los vientos casi no se nada, salvo que nuestras dos oboístas chinas piensan presentarse. Luego están las violas, todas nuevas, según parece. Por antipatía a Byron o temor a la audición, ninguno de nuestros cinco violistas estrella piensan presentarse. Respecto a los violines, hay un cierto argentino con cara de querer café…- Se detuvo, mirándome con una media sonrisa. Dejé pasar el chiste, como de costumbre.
- …luego hay varios violinistas de La Paz, que lo van a intentar. Todos viejos colegas que alguna vez integraron la More Lucky. Por supuesto que los actuales miembros también se presentan. Lee sigue en el extranjero. Y creo que eso es todo-. El tono en el que terminó la frase, mientras se levantaba para buscar el café, me hizo sospechar que había algo que no me estaba contando. Dejó una taza en mis manos y se sentó, mirándome como si esperase una pregunta. Alcé una ceja, animándolo a seguir. Ya nos conocíamos tanto que algunas palabras resultaban superfluas.
- A ver, yo se que te presentás para concertino- comenzó, yo asentí con la cabeza. – Parece que hay una chica de Mongolia que se presenta al mismo puesto-.
Me quedé un momento en silencio. ¿Mongolia existía, aún? ¿O era otro de los chiste de Paulo?
- Me lo contó Harper y me mostró algunos videos de su trabajo como solista en su país. Es excelente. Realmente excelente. Y es muy joven. Creo que aún no cumple dieciocho años- concluyó, con un deje de amargura. Yo entendí perfectamente el significado tras estas últimas palabras: en el mundo artístico la juventud se aprecia mucho. Un músico excelente de 15 años tiene mucho más margen de mejoría que otro, igualmente excelso, de 40. Si esa chica realmente era tan buena, mi actuación tenía que ser aún mejor. Me prometí internamente no buscar esos videos. No necesitaba más presión de la que ya tenía.
A la mañana siguiente, nos encontrábamos todos en uno de los recintos anexos que daban a la sala de ensayos, a la que Byron hacía pasar filas enteras para las audiciones.
Yo llevaba allí casi dos horas, en medio de una atmósfera insoportable. Si tuviese que hablar de un defecto que atraviesa a toda la comunidad musical internacional, sería el de no saber cuándo tocar y cuándo no. Pareciera que la mayor parte de los músicos no sabe qué hacer con su instrumento cuando lo tiene en las manos, si no es sacarle algún tipo de sonido. El que sea. Este comportamiento se repite, desgraciadamente, mientras una orquesta afina, mientras alguien hace un comentario o da indicaciones, mientras un director pide silencio… e incluso en un recinto cerrado, en donde más de 50 músicos tienen que convivir durante varias horas en un espacio de unos pocos metros cuadrados.
Y si bien no estábamos demasiado incómodos por la falta de espacio, el hecho de que cada uno de mis colegas estuviese enfrascado en su propio mundo interno, tocando pasajes de orquesta o desgranando veloces notas en una innecesaria muestra de virtuosismo, volvía a la atmósfera insufrible.
Byron había comenzado por llamar a la fila de vientos. Primero los metales. Y ahora las maderas casi habían concluido, según mis cálculos. Esperaba que, al empezar con las cuerdas, llamase primero a los violines.
Mientras esperaba, había dedicado la mitad de mi tiempo a mirar por la ventana y la otra mitad a observar a mis colegas. Harper, la chica nórdica alta que me había dado la bienvenida, algunos meses atrás, era la única que no parecía nerviosa. Se la veía relajada y fresca, como siempre. Sostenía su violoncello en la mano, mientras permanecía de pie, charlando con cualquier persona que se acercase a ella. A unos metros, Paulo conversaba con una chica joven de cabello oscuro, cortado a la usanza masculina. Me imaginé que sería uno de los músicos nuevos, llegados desde La Paz.
Y seamos sinceros: lo primero que hice, cuando llegué, fue buscar a la chica de la que me habían hablado. Fue Paulo quien me la señaló, casi al instante.
- Señoras y señores… el tigre de Mongolia- mumuró.
Miraba por una de las ventanas, con su violín en la mano. Su figura menuda transmitía una extraña autoridad (de hecho, había un significativo espacio vacío a su alrededor, al que nadie se acercaba). Se mantenía inmóvil, con la espalda recta. Sus rasgos orientales eran hermosos y muy delicados, aunque había algo en su expresión que mudaba entre la severidad y la disciplina. Obviamente, cualquier intento de acercarme a saludarla quedó inmediatamente descartado. En lugar de eso, me había apoyado contra una de las paredes para controlar por enésima vez que mis partituras estuviesen en orden.
La gran mayoría de los violinistas continuaba en su mundo de sonidos, ajenos a todo, cuando la enorme puerta se abrió por segunda vez. Las maderas salieron apresuradamente, mientras la figura imponente de Byron observaba a la gente a su alrededor.
- Violines. Todos. Y rápido- murmuró en voz baja, aunque perfectamente audible.
Entré y me senté en una de las butacas, mientras una chica de mirada cansada sacaba apresuradamente su violín y comenzaba a afinar. Byron ocupaba su silla elevada de director y la violinista se había ubicado en donde generalmente se encuentra el solista, en cualquier orquesta. La vi suspender su arco sobre el instrumento durante un breve instante y luego comenzó a tocar. Reconocí el concierto de Tchaikovsky desde sus primeras notas. Siempre me pareció una de las piezas más gentiles que se ha escrito. No se por qué, hay algo en ella que me transmite una enorme amabilidad.
Mientras la chica tocaba, bajé la mirada hacia las hojas sobre mi regazo. Desde que había sabido de la audición, había decidido participar con el concierto de Mozart número 3. Es una obra que conozco bien y en la cual puedo demostrar una gran sensibilidad artística. Ahora me preguntaba si, en vista de lo que estaba oyendo, no habría elegido una pieza demasiado sencilla.
Recordé las palabras de uno de mis maestros, en Argentina: “No se trata de qué toques… si no de cómo lo toques. No hay música mala, solo música mal tocada”. Esperé que Byron fuese de la misma opinión.
Uno a uno, los violinistas fueron pasando. Apenas terminaba uno, el resto intercambiaba una breve mirada hasta que alguno de nosotros asentía brevemente con la cabeza, para dar a entender que sería el siguiente. El director solo los escuchaba durante tres o cuatro minutos, hasta que los interrumpía golpeando una cucharita de metal contra una copa de cristal. Hacía gracia ver el pequeño objeto metálico entre sus enormes dedos.
Finalmente, sin mirar a nadie, la muchacha mongola se levantó. Su zancada era larga y decidida y su cabello oscuro acompañaba cada paso con un suave rebote sobre sus hombros. Parecía estar en completo control incluso de eso.
Se ubicó en su lugar y dirigió una mirada a algún punto en la sala, en la lejanía. ¿Qué había en sus ojos? ¿Era tranquilidad? ¿Era ímpetu? ¿Realmente estaba mirando a algo o solo dirigía su mirada hacia dentro, como cualquier músico, momentos antes de comenzar?
Con un fluido movimiento comenzó a tocar. Sentí un suspiro de envidia y placer a mi alrededor, el cual compartí. Las primeras notas de la “Introducción y Rondó caprichoso” de Saint-Saënz pueden llevarte al paraíso en unos pocos segundos… o delatar la completa inexperiencia del intérprete. Es un comienzo muy sencillo que deja al descubierto todo cuanto el músico tiene para comunicar. En este caso la interpretación era tan perfecta que (como había oído decir en mis viajes) yo sentí que podría emborracharme con un vaso de agua.
A la introducción sigue una parte mucho más virtuosa. Me relajé en la butaca, disfrutando de la interpretación, como si no estuviese en un concurso sino solo como espectador en un teatro.
- Usted siga así, Jacob- murmuró una voz profunda junto a mi oído. Salté como si me hubiesen electrocutado, aunque por suerte nadie lo notó. Me voltee rápidamente para encontrar a Byron sentado detrás de mí. Fruncí mi ceño, sin saber qué decir.
- Usted compórtese como un niño con un chocolate- continuó el director – Disfrute de la audición de la señorita Indira. Incluso hasta podría aplaudirla, cuando termine. No es como si se estuviese jugando su puesto en la More Lucky, ¿Cierto?-
Entendí perfectamente la ironía y comencé a argumentar, en voz baja, que una cosa no quitaba la otra. Que pensaba dar mi mejor esfuerzo, sin dudas, pero que eso no me impedía disfrutar de la música bien ejecutada. Detrás de mí, la violinista seguía tocando.
- No lo intente, por el amor del cielo. Cuando esa niña termine de tocar, suba y gane la audición. No espero menos de mis músicos- me dijo en un tono severo, taladrándome con la mirada. – Usted está aquí por el puesto de concertino, no para aplaudir a la competencia como si fuese un mandril que acaba de recibir una nuez. ¿O me equivoco? Si no quiere el puesto, no me haga perder tiempo escuchando lo que sea que haya traído-
- ¡Claro que quiero el puesto, pero…!-
- Entonces concéntrese en lo que está a punto de tocar. No en disfrutar. Ya escuché suficiente de esta excelentísima y talentosa muchacha. Prepárese. Usted sigue-
Mientras el director se levantaba, la pieza llegaba a sus últimas notas. Volví a dirigir mi atención hacia la chica, que ahora seguía con la mirada a Byron mientras volvía a su silla.
Un momento después, la chica volvía a su butaca, mientras yo tomaba su lugar. Nos miramos a los ojos durante un instante, al cruzarnos, aunque no supe leer su rostro.
El concierto que yo había preparado comienza con un acorde en sol mayor. Una primer descarga de energía casi triunfal. Una intención, como si la música se presentase con una gran fanfarria. Esas primeras notas tienen que ser claras y risueñas. A menudo se dice que muchas piezas de Mozart deberían ser interpretadas como un tenor bonachón que ríe mientras canta. Como si el mismo compositor fuese un Momo que mezcla la genialidad de su obra con una despreocupación satírica.
Y la idea de ese primer acorde nada tuvo que ver con el sonido que salió de mi violín, por desgracia. Algo en la energía de mi torso y brazos falló a último momento y el resultado fue un leve carraspeo, donde tendría que haberse escuchado una explosión de luz. Sentí que la sala se oscurecía, mientras mi estómago me reprochaba ese torpe comienzo. Aún así hice lo que siempre hacía ante cualquier error en mi interpretación: lo dejé atrás inmediatamente, como si no hubiese ocurrido. Me concentré en cada nota, intentando dar lo mejor de mí. Me concentré en la mano que controlaba el arco, como quien intenta hablar lo más claramente posible.
Alguna vez, el director de una orquesta estudiantil en mi ciudad, Bahía Blanca, me dijo que la música era la única experiencia en la cual se vivía cada segundo como algo único. El único momento en el que no estábamos pensando en el pasado o el futuro, sino viviendo una sucesión de instantes en los que no existe nada más.
Y así fue. Me relajé, mientras manejaba ese pequeño fragmento de madera que conectaba mi mano con las cuerdas. Convertí todo en un único canal de intención y energía motriz, moldeando cada nota con la sensibilidad de mis dedos, mientras dejaba que la mano izquierda pasease sobre el violín, confiando ciegamente en que conocía de memoria el camino mecánico de notas que atravesaban el concierto.
Me temo que, como músicos, nunca podemos ser completamente objetivos mientras tocamos. Por lo que llegué al final de la pieza en medio de una agitación musical interna, sin estar del todo seguro del resultado de lo que acababa de hacer.
Abrí mis ojos, preguntándome cuándo los había cerrado. La multitud de violinistas permanecía imperturbable. Byron asintió brevemente con la cabeza y me indicó con un gesto de la mano que podía sentarme.
Tengo que ser sincero, no recuerdo del todo bien el resto de las audiciones. Sí se que el nivel se mantenía alto. Y que las interpretaciones fueron de una gran calidad… o al menos recuerdo disfrutarlas mucho. Pero no tengo memorias concretas, si bien el recuerdo es reciente.
Recuerdo los rostros tensos, entre el miedo y la concentración. Recuerdo como Byron se levantó de su butaca y nos invitó a salir, tras la última ejecución. Recuerdo salir en fila, entre varias personas que llevaban su violín en la mano. Recuerdo un momento de luz cegadora, cuando salimos a la sala de espera, aunque no pensé que la sala de ensayos estuviese tan en penumbra. Recuerdo que el director esperó a que todos saliesen y llamó a las violas, con breves palabras. Recuerdo que me dirigí hacia afuera, ansioso por respirar algo de aire fresco y que, antes de cerrar la puerta tras de mí, vi durante un instante que Byron murmuraba algo a la muchacha asiática, mientas esta asentía con gesto inexpresivo.
Unas horas después, ya entrada la tarde, dejaba el violín junto a la mesa de la cocina. Había entrado por la puerta con una sensación de pesadumbre, fruto de las emociones de aquel día. Me sentía fatigado… y la satisfacción de haber dado una buena audición se mezclaba con la frustración por saber que no había sido perfecta. Aquél primer acorde me carcomía, incluso sabiendo que no me hacía ningún bien reprochándome por lo que ya no podía cambiar.
Apenas sintió mis pasos dentro de la sala, Merlina vino hacia mí con la cola apuntando al techo. Suspiré, sonriendo, y me senté en el suelo para permitirle que se restregase contra mí. No podía sentirme mal mientras el animalito caminaba a mi alrededor, emitiendo leves maullidos. Cambié mi camisa negra por una remera vieja, apresuradamente y salimos a dar una vuelta por el barrio. Me moría de ganas de caminar un poco, cenar algo fresco y tirarme en la cama a leer.
Los días siguientes transcurrieron sin sobresaltos. Me concedí el día siguiente a la audición como una vacación obligada, sin agarrar mi instrumento. En lugar de ello me dediqué al trabajo y a recuperar horas de sueño. Al día siguiente, sin embargo, ya había reincorporado el estudio a mi rutina. La música es una deidad caprichosa a la cual hay que dedicarle tiempo de forma regular.
Si les parece, me ahorro la rutina aburrida de los días siguientes… y salto directamente al día de hoy. Al domingo 9 de junio. Concretamente a la mañana de hoy, en la que Paulo golpeó mi puerta cerca del mediodía. Yo ya me había resignado a pedirle que no vienese por la mañana, ya que mi horario laboral requería plena atención a mis tareas desde las 8 hasta las 13. Sin embargo (lo sé bien) no lo hace por maldad, sino por simple despreocupación.
- ¡Hola, viejo!-. Siempre usaba esa expresión para saludarme.
Sonreí y lo invité a entrar con un gesto de la cabeza, repasando mentalmente el contenido de la heladera, en caso de que decidiésemos almorzar juntos. El muchacho no se movió.
- No, te vine a buscar para ir al teatro. Los resultados de la audición están publicados. Silvia nos está esperando en el auto-.
Lo miré, confundido, mientras mi cabeza y mi estómago iniciaban un reñido match de lucha libre.
- ¿Quién es Silvia?-
- Más importante es quién era Silvia- repuso, sonriente. Inevitablemente iba a responderme con una broma, antes de darme la información que le estaba pidiendo. – Hasta hace dos semanas era una mujer preciosa con la que yo estaba saliendo a tomar algo en el centro de La Paz. Ahora se supone que es mi novia, aunque prefiero darle algunos días para que se arrepienta-
Compuse una media sonrisa incrédula y lo miré de reojo, mientras iba a buscar mis zapatillas.
- ¿Me hablás en serio?-
- Yo siempre hablo en serio. Está en el auto, esperándonos-
- ¿Y yo me entero así?-
- Problema tuyo, viejo. Rami la conoció hace dos semanas. Nos la cruzamos en La Paz-
Me sentí ligeramente ofendido por ser el último en enterarme, mientras una de las vocecitas de mi cabeza me reprochaba el haber pasado varias semanas sin visitar a Rami.
- Te mataría… pero la noticia me alegra demasiado como para enojarme- comenté, saliendo por la puerta con las llaves en la mano.
Unos minutos después, viajaba hacia el centro de La Paz en la parte de atrás del viejo auto de Paulo. En el asiento del acompañante se sentaba una mujer alta, con una mata de oscuros cabellos rizados, que se había volteado durante un par de segundos para saludarme con una breve sonrisa.
- Luego del teatro, los tres a tomar algo para festejar… y ahí vas a ver cómo se le va lo tímida y la vas a querer tanto como a mí- había comentado Paulo, sentándose ante el volante. La mujer soltó una breve carcajada, mirando hacia abajo.
Fue un viaje agradable y tranquilo, como suele ocurrir cuando uno encara la ruta, en una mañana veraniega. El viento entraba con fuerza por las ventanillas abiertas, lo que resultaba muy agradable, aunque dificultaba el diálogo. Pese al estruendo, Paulo se giraba hacia Silvia, enfrascado en una conversación que no llegaba a oír. Preferí dejarles su intimidad y dedicarme a observar el paisaje.
- ¿Habías estado alguna vez en el teatro?- pregunté a Silvia, buscando algo de conversación, mientras subíamos las escalinatas.
- Cuando era chica, con mis padres. Pero hacía años que no venía por esta zona- me respondió. Su sonrisa era franca, aunque parecía no estar del todo cómoda con desconocidos.
Entramos por la enorme puerta principal. En el atrio ya había un nutrido grupo de músicos reunidos ante el tablón de anuncios. Entre coloridos carteles que anunciaban conciertos y obras de teatro, una lista escrita a mano llevaba el título “Resultados audiciones More Lucky. Estación junio / julio 2024”.
Saludé a un par de colegas con una sonrisa y un movimiento de la cabeza, mientras esperaba que los que estaban adelante se moviesen para poder pasar. Cuando llegué ante el tablón, las puertas volvieron a abrirse. Indira entró caminando apresuradamente, con un gesto serio y decidido. Sus ojos rasgados estaban fijos en el tablón, mientras caminaba resueltamente. Varias personas se apartaron de su camino.
La observé llegar hasta mí y clavar la mirada en la lista. Yo hice lo mismo.
Pasee la mirada por las distintas filas hasta llegar al apartado “violines”. En un arranque de optimismo, observé primero los nombres bajo el título “Violines I”. Para mi sorpresa, mi nombre estaba allí. Mi alegría por el logro y la ligera decepción por no haber obtenido el puesto de concertino se mezclaban, bailando en un mar de emociones en mi estómago. Casi por instinto, miré de reojo a la muchacha, que también se había girado hacia mí. Torció la boca en un gesto que no supe descifrar y se fue, tan rápido como había llegado. ¿Era compasión? ¿Me estaba diciendo que lo lamentaba? ¿O era acaso un “Mala suerte, otra vez será”?
Volví a mirar la lista, buscando el apartado de concertino, convencido de encontrar su nombre allí. Pero no. Por debajo de la lista de violines se leía “Puesto de concertino: Anastasia Castillo”. El nombre no me sonaba de nada. Volví a mirar la lista de violines. Efectivamente, el nombre de Indira estaba junto al mío. Así que ninguno de los dos había obtenido el puesto.
Suspiré, notando que la tensión en mi estómago se relajaba. Ya había pasado todo. E incluso si no había obtenido el puesto que quería, al menos tocaría en la iglesia cuyo nombre compartía. La sensación agridulce de logro y derrota comenzaba a dar paso a una calma carente de emociones.
Salí de la sala. Afuera, ante las escalinatas, Paulo y Silvia me esperaban.
- ¡Felicidades a ambos!- dijo la mujer, sonriente. Tonto de mí, ni siquiera me había molestado en buscar el nombre de Paulo. Respondí con una sonrisa, sin saber que decir.
- Un honor volver a compartir la música, amigo-, dijo Paulo en tono solemne. - ¿Vamos? Nos espera una cerveza y algo para masticar-
- Encantado- respondí, comenzando a bajar las escalinatas con ellos. Antes de entrar al auto, sin embargo, lo detuve con un toque en la espalda.
- Vos conocés a todo el mundo. ¿Tenés idea de quién es Castillo? No la vi en las audiciones-
Paulo soltó una carcajada.
- Mi querido amigo… bienvenido, una vez más, a la More Lucky- y subió al auto.
- ¿Qué significa eso?- insistí, subiendo también.
Vi como el muchacho ponía las llaves, arrancaba el vehículo y comenzaba a girar el volante para encarar la primera calle.
- Significa, estimado, que nadie nunca va a ser lo suficientemente bueno para Byron. Pero que, por fortuna para él, conoce músicos de todo el mundo que van a acudir cada vez que los llame-

La More Lucky en la catedral de San Francisco.
Por algún motivo, Byron desapareció de la foto. Debería estar delante de la plataforma.
De los músicos mencionados en el relato: A la izquierda de la plataforma se encuentra Castillo, en su rol de concertino. A su izquierda, Indira. En la fila de cellos, Gomez, que consiguió el puesto de jefe de fila y detrás suyo Harper, altísima como siempre. Paulo, a su derecha, con su inseparable contrabajo.
Toda una aventura musical y si en algo estoy de acuerdo, que más que tocar bien un instrumento es como se toca y lo que el artista es capaz de trasmitir al oyente.
ResponderEliminarGracias, por tu visita y por este diario tan personal que nos dejas.
Un saludo.
Gracias a vos, Campirela. Tu presencia en el blog siempre es un placer.
EliminarY sí... estamos de acuerdo en el tema de la expresión. Hace un tiempo le preguntaron a Pablo Saravì (excelentísimo violinista argentino) qué era lo que más le había costado aprender, con su instrumento. Su respuesta fue "Aprender a frasear como un cantante".
La ficción narrativa debe concitar en el lector la emoción y el sentimiento ďe los personajes. En este relato de competencia musical, el lector se siente correlator, al experimentar la tensión previa a la audición que siente que es tan suya como del autor. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarĹa tensión frente a una audición ďonde se va a entregar todo y un lnesperado final. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarQuerido Carlos, si algún día edito algún libro, te prometo que te llamo para que escribas la contratapa. Mil gracias por leer :)
Eliminarme encantas
ResponderEliminarUn abrazo grande!
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