Cuentos de Navidad - Tres: Historias de una navidad bahiense.

Cuando bajé del colectivo, en la Terminal de Omnibus de Bahía Blanca, sentí que respiraba aire familiar por primera vez en mucho tiempo.
Luego llegué a casa. Bueno, “casa”. La casa de mis padres. Mi casa. Se entiende. Llegué, en fin. Y sentí que el peso acumulado en mis hombros a través de meses y meses de viajes, rostros, dificultades, moderados éxitos, sinsabores y miedos, finalmente desaparecía y me permitía respirar.
Desayuné con mis padres, con la presencia reconfortante de mi enorme perra negra, apoyada sobre mis pies. Miré por la ventana, entre risas, a un paisaje que mis ojos reconocían y abrazaban. Oí los familiares sonidos de un barrio que me había visto crecer. Y es que la música de cada ciudad, de cada lugar, tiene una cadencia particular. Si se sabe oírla, se reconoce una melodía distinta en cada lugar. La música de mi barrio sonaba a aves cuyo trino podía acompasar con mi propia voz, a motores gastados de autos asmáticos que pasaban cada pocos minutos, a un viento incesante y cálido que abrazaba las copas de los árboles. La lengua me sabía a sabores de la infancia y la conversación fluía con la ligereza de lo familiar.

Entonces llegó el tornado.
Y la música de los días cambió.

Aunque no es de esto de lo que quiero hablar en este “tercer cuento”. Bah, no es un cuento, exactamente… más bien es un compendio de folclore bahiense. Me quedan unos cuantos días en mi ciudad, antes de volver a La Paz. Y, siendo primero de año, noto con cierto alivio que algunas cosas no cambiaron. Si el lector me lo permite, paso a describir una serie de fenómenos de navidad.



Como primero, tenemos al Círculo Ártico. No, no es una región polar. Es más bien un aquelarre con tintes de club social.
A ver… quien quiera definir al Círculo Ártico como una pandilla de hechiceros, estaría exponiéndose a la desilusión. Este grupo de viejos habitantes de la ciudad no tiene grandes poderes. No sabe sacar animales de prendas de vestir, ni transformar el agua en vino (Y no es que no lo hayan intentado, pero por desgracia aún tienen que acercarse a la vieja vinería de calle Patricios para aprovisionarse, cada vez que tienen una reunión). Simplemente están allí, haciendo fuerza para que haga frío.
Explico: El viejo Círculo Ártico comenzó, allá en los 80, como un grupo de hombres fanáticos de las películas de navidad. Cuando digo fanáticos, digo obsesivos. Y cuando digo películas de navidad, el lector debe entender que me refiero a películas estadounidenses. De esas en donde hay historias de amor envidiables. Donde la esperanza es una cosa casi tangible. Y en donde hay nieve. Mucha nieve.
Y el Círculo Polar quería nieve.
El Círculo Polar (nombre satírico dado por los vecinos de la zona) se reunía durante la semana de navidad y año nuevo, con el único objetivo de disfrutar de tardes maratónicas, plagadas de pan dulce y películas navideñas. Se trataba, hace ya 40 años, de hombres y mujeres de mediana edad que añoraban una navidad nevada. Querían patinar sobre hielo en una fuente central de Nueva York. Querían oír cascabeles de trineo. Querían vestirse con ropas pesadas y que tuviese sentido comer alimentos calóricos. Pero, desgraciadamente, vivían en el hemisferio sur.
Esto, por supuesto, no detuvo sus actividades… aunque un buen día (la crónica dice que fue durante la navidad de 1998) los meteorólogos notaron que, el 24 a la noche, la temperatura no subió de los 20 grados.
Esto, que podría haber sido un fenómeno aislado y olvidable, se tornó una costumbre. A partir de esa fecha, cada víspera de navidad, la temperatura bajaba abruptamente. Como si alguien jugase con un GPS climático, la ciudad abandonaba sus calurosas temperaturas para sumirse en el frío durante una noche.
Ya a partir de la mañana del 24 se comenzaba a notar una brisa que crecía desde el sur. Los habitantes de la ciudad, acostumbrados al extraño fenómeno, sacaban algo de abrigo ligero. Los hornos se prendían desde más temprano y casi se podía oír un lejano tintinear de cascabeles.
Hoy nadie recuerda al Círculo Ártico. Pero, si se presta atención, se puede observar un grupo de hombres y mujeres que recorren la ciudad a paso lento y cansado. Van vestidos de rojo y verde, acorde a una tradición navideña de tierras extranjeras. Esgrimen una sonrisa de satisfacción. Y, si uno les pasa cerca, puede oírlos cantando villancicos en inglés en voz baja, casi inaudible. Aunque en perfecta armonía.


Una historia algo más conocida es la del Circo XX.
Probablemente porque es más reciente. Y también algo más sensacionalista.
No es raro que en el periodo estivo, circos y parques de diversiones lleguen a la ciudad. Un buen día, un vecino abre la ventana para dejar entrar algo de fresco y oye una voz frenética que parece llenar las calles, aunque no proviene de ningún lugar.
Citemos el caso de 2007: Carlos Araujo, viejo bandoneonista de la ciudad, saca la reposera a la puerta de su casa. Su mujer ya lo está esperando, también sentada, con el mate en mano. Comparten la infusión durante unos 20 minutos… hasta que les parece oír una extraña voz que los llama desde lejos.
“¡CIRCO ACUÁTICO SOBRE YELLOW!”. (Algunos testigos insisten en que la palabra final era “hielo”, aunque jamás se pusieron de acuerdo).
Araujo levanta la cabeza sorprendido. La voz es cada vez más fuerte. Finalmente, cuando pareciera que los gritos se ciernen sobre ellos como un ave de rapiña que amenaza sus vidas, el músico y su mujer entran en su casa, despavoridos.
De estas historias hay muchísimas. Nadie conoce el origen de la voz… pero lo cierto es que, luego de unas semanas de gritos incorpóreos, el circo se materializa de la nada. El circo, o espectáculo, o parque de diversiones. Siempre es la misma secuencia. Y los valientes insisten en que, a través de los años, siempre se trata de la misma gente que recorre el mundo con espectáculos engañosamente diversos… pero que siempre se trata de lo mismo. Solo usan nombres diferentes, año a año.
Durante el verano de 2019, también volvió la voz. No podía ser de otra manera. Aunque esta vez anunciaba el “CIRCO XX”.
Y un par de semanas después, el circo apareció.
La verdad es que sí parecían los mismos actores, payasos, acróbatas y vendedores de golosinas que el año anterior habían aparecido junto con el “WORLD CENTER PARK”. Pero a nadie pareció importarle.
Al menos hasta que comenzó la pandemia.
Yo me encontraba en La Paz, por lo que la historia me la refirieron hace unos pocos meses. Pero parece que alguien empezó a hacer memoria y descubrió un extraño patrón: A lo largo de los años, cada vez que el Circo XX volvía a la ciudad, ocurría una desgracia.
En 1993, llegó el World Center Park. Sin novedades.
En 1994, el Circo Acuático. Sin novedades.
En 1995, el Circo XX. Con el asesinato en masa de una numerosa familia, habitante del centro de la ciudad.
En 1996, llegó el Gran Circus. Sin novedades.
En 1997, otra vez el Circo Acuático…
Saltemos hasta el verano de 2001, cuando el Circo XX hizo nuevamente su aparición en las afueras de Bahía Blanca, trayendo una crisis financiera a nivel nacional.
O a 2007, cuando se incendiaron las históricas oficinas del banco central de Bahía Blanca.
O a 2013, cuando ocurrió la enorme plaga de langostas.
O, si el lector me cree, a 2023… cuando el circo llegó un par de semanas antes de que yo mismo desembarcase en la terminal de ómnibus. Y trajese consigo en tornado que devastó gran parte de la ciudad.


Tengo una última anécdota y los dejo en paz.
Se trata del Hombre Árbol.
Casi los oigo reírse, pero juro que todo esto es cierto.
Se trata de nuestra versión personal de Santa Claus. Una entidad navideña que recorre la ciudad en bicicleta, con el único objetivo de repartir felicidad y contagiar alguna sonrisa.
A ver cómo explico esto…
Es un árbol. En bicicleta.
O quizás sea una persona disfrazada de árbol, no lo se. Lo dudo, francamente. No permite que se le acerquen demasiado, por lo que nadie logró verlo muy de cerca.
La historia cuenta que el Hombre Árbol puede aparecer en cualquier momento entre el 20 de diciembre y el 10 de enero. Nunca se sabe bien de donde… pero cuando menos se lo espera, se oye el cascabel de una bicicleta. De cualquier dirección se ve venir un pino montado en bicicleta. No es más que un árbol de casi dos metros de altura, cuyas raíces traccionan los pedales del viejo vehículo, que se mueve rechinando y quejándose.
Nadie recuerda cuándo apareció por primera vez. Seguramente causó más de un desmayo a las señoras “bien” del centro. O incluso la alarma de la policía local. Pero la realidad es que se lo ve todos los años.
Luego de la crisis de 2001, incluso, comenzó a aparecer rodeado de luces de colores que se prendían y apagaban, como si entendiese la amargura que atravesaba el país y quisiese aportar su granito de arena.
El Hombre Árbol es uno de los personajes inexplicables que pueblan una ciudad en donde el viento nunca deja de soplar. En donde los colectivos siguen rutas caprichosas e incomprensibles. En donde las calles están plagadas de kioscos en donde se vende absolutamente de todo. En donde creamos un campeón mundial de básquet, en el mismo club en donde luego perderían la vida 13 personas.
El Hombre Árbol es un híbrido entre vegetal y deseo navideño. Es eso. Es un ente mudo que recorre la ciudad en su vieja bicicleta para despertarnos un poco del sopor de la cotidianeidad. Cada año llega con suficiente tiempo como para recordarnos (antes de que sea tarde) que se acerca la navidad… y que ya va tocando pensar en la familia, en abrazarnos un poco más, en desear el bien de forma sincera.
El Hombre Árbol puede ser un augurio de buenos deseos, para quienes tienen el corazón puro… o un dedo acusador para quienes, incluso en las fiestas, se siguen comportando de forma mezquina.

Comentarios

  1. Hola Martín, sin duda tus Navidades han dado mucho de aventura.
    Qué diferente se viven a este lado del planeta.
    Aunque los españoles las vivimos, no es como tú nos has explicado en tu entrada, aquí las cosas se relajan más.
    Además, creo que somos mucho más consumistas que vosotros.
    De todos modos, las navidades de este nuevo siglo nada tienen que ver con las de anterior.
    Te deseo un buen comienzo de año y que todos tus proyectos se lleven a cabo. Un saludo.

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    Respuestas
    1. ¡Qué gusto leerte, Campirela!
      Tengo la sospecha de que Latinoamérica es más dada a ciertas formas de (digamos) mística rústica. Incluso en cómo se vive el cristianismo, hay algo que mezcla la solemnidad ritualística de Europa con las prácticas antiguas de los esclavos africanos o los habitantes aborígenes del territorio.
      Un abrazo. Que tengas buen comienzo de año :)

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  2. Me maravillas me deleito con tus plabaras

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