Capítulo 9: Viernes, 8 de septiembre.

"Puede que tengas nuevos mensajes”.

La notificación de WhatsApp llevaba ahí una semana. Burlona, ante la esterilidad de un chat que había aprendido a estar en silencio. O quizás yo mismo había aprendido a estar en silencio.
Abrí la aplicación y pasee la mirada por las últimas conversaciones. La mayoría tenía mas de un mes. Las únicas que seguían activas eran el grupo que mantenía con mis padres (bautizado con el nombre de nuestra perra, en un arranque de nostalgia) y el chat del trabajo, con ocasionales actualizaciones de Lonehome, y cientos de pdf que iban y venían. Los fines de semana solían llegar propuestas de caminatas o almuerzos al chat de mis vecinos, luego de que Rami nos declarase "Los peripatéticos" y crease una sala para el grupo.
Me plantee escribir a alguien, aunque más no fuese por ver si aquella molesta notificación desaparecía, pero descarté rápidamente la idea. No se me ocurría qué decir, ni a quién.
Dejé el teléfono arriba de la mesa y volví mi atención a la laptop, con una traducción a medio terminar.
Había pasado las últimas dos horas del domingo trabajando, a falta de algo mejor que hacer. El verano entraba por la ventana abierta, tras la cual se veía el barrio maquillado de sol y vida. El mundo a mi alrededor parecía haberse despertado de un largo sueño invernal: las cigarras cantaban con fuerza durante todo el día, tan animadas que no hubiese podido decir si eran cien o mil. Las jornadas se sucedían, calurosas y largas. El barrio Ernesto Guevara se había vestido con un manto de hierba verde que cubría toda la zona, salvo el área que rodeaba el cobertizo.
Y a esa hora, acompañando el suave descenso del sol, se respiraba un aire de paz y liviandad. Sin mencionar que todo olía a domingo.
Me gustaría tener a mano un lindo y emocionante resumen de los últimos meses. Me gustaría poder contar alguna buena anécdota trabajando bajo la batuta de Byron, adornarla con algunos pájaros negros, explicarle al lector el cierre argumental de cada uno de los malos tragos que había experimentado durante mi último relato. Pero la realidad siempre es un poco más simple que cualquier construcción literaria: La orquesta había entrado en receso estival dos semanas después de mi ingreso, por lo que mi contrato comenzaría en febrero del año siguiente. La policía de La Paz me había indemnizado con un buen porcentaje del dinero que había perdido en el robo (tras lo cual me sugirieron que entrase al siglo XXI y abriese una cuenta bancaria). Merlina no había vuelto a tener ataques, gracias a su medicación. Lonehome seguía enviándome documentos para traducir y pidiendo mi opinión extraoficial en algún caso interesante que tuviese entre manos. La monotonía de mi primer verano en el barrio había devuelto algo de paz a mi vida. Incluso mis dolores y molestias habían desaparecido luego de un par de semanas sin sobresaltos.
Incluso había comenzado a pasar algo más de tiempo con mis vecinos. Salvo por Lee, a quien veíamos cada pocas semanas y Gluck que se encontraba vacacionando en el extranjero, el grupo se reunía a menudo para comer o compartir una taza de alguna infusión. No era raro que hubiese algo de tiempo para la música, en esas reuniones improvisadas, pero en general la charla invadía el ambiente sonoro.
Alizee había decidido sacar a relucir sus conocimientos como guía de montaña (detalle que, en vistas de su casi terminada formación en veterinaria, había decidido omitir hasta el día de hoy) invitándonos a hacer senderismo y algo de escalada. Paulo se reveló también un experto en la materia y yo descubrí que, luego de años desde la última vez que había acompañado a mi padre a escalar (actividad que compartíamos muy a menudo, cuando era joven) aún me encontraba en forma. Mi vieja pasión por la montaña resurgió con la fuerza de la añoranza.
Lo que en un principio parecían un par de meses de rutina y trabajo, se acabaron revelando como un muy necesario periodo de reposo mental.
Generalmente detesto estar sin nada que hacer. Soy una persona que necesita tener novedades en la semana, cosas que esperar con ansias, algo que diferencie un día de otro… y sin embargo, el poder dedicarme a mi trabajo y proyectos sin horarios demasiado estrictos, terminó por ayudarme a encontrar algo de tranquilidad.
Por supuesto, toda moneda tiene dos caras. Las largas jornadas veraniegas tienden a llevar a los introvertidos a extremos exagerados: Creo que si no hubiese sido por las cenas grupales o las visitas individuales de los muchachos, yo probablemente habría pasado todo el verano con la única compañía de mi instrumento, la gata, el trabajo y las ocasionales caminatas que tanto amaba. Y, afrontémoslo, más temprano que tarde habría acabado por perder la capacidad del habla… y probablemente hubiese empezado a maullar.
Sin embargo no fue así. El formar parte de una pequeñísima comunidad parlanchina me rescataba del tentador refugio de mi propia soledad, cada vez que estaba a punto de perder adrede la llave de la puerta del departamento.
No era raro, tampoco, que los muchachos me hiciesen visitas individuales. Y lo que en un principio eran charlas sobre cualquier cosa (mayormente música) pronto cobró un cierto cariz de profundidad. Rami y Paulo comenzaron a abrirse y a contarme reflexiones, preocupaciones, anhelos, deseos para el futuro… y, por supuesto, a interesarse por mí. Luego de largos monólogos, tendían a condimentar la charla con preguntas personales. Cosa que (y lo digo con algo de culpa) detesto.
Mi padre siempre me había dicho, algo burlón, que tendría que haberme dedicado a la psicología. Pocas cosas me resultan tan fascinantes como empezar a desgranar el rompecabezas que supone una persona. Si no fuese por las reglas sociales tácitas que aconsejan respetar la privacidad ajena, yo probablemente me perdería en calles y plazas, asaltando a la gente para pedirle que me cuente alguna buena historia sobre sí misma. Y mis amigos, por supuesto, rápidamente se convirtieron en una suerte de objeto de estudio. Si resulta irónico o hipócrita que me incomode hablar de mi mismo, mientras que me emociona tanto escuchar al resto, sabrán disculparme. Para algo tengo un blog en el que vuelco vivencias y reflexiones, después de todo. En fin…
Rami resultó ser una mujer extremadamente social, con una enorme sed de vínculos. Era de esas personas que naturalmente se convierten en el centro de atención de una reunión. Tenía un talento natural por relacionarse con prácticamente cualquier persona, pudiendo robar sonrisas y encantar a su interlocutor. Parecía un espíritu libre e indomable… la clase de persona a la que no se puede retener con promesas. Y, sin embargo, por debajo de todo aquello había una familia muy conservadora por la cual sentía un gran apego y algo de culpa por no haber encajado en los moldes que sus padres habían soñado para ella. Era, en pocas palabras, una persona que necesitaba vínculos. Alguien que se nutría del intercambio con otros.
Paulo era un analista nato. No era raro que se hubiese dedicado a la tecnología y a los sistemas, para luego cambiar el rumbo de su vida y volverse músico. Ambas realidades se conjugaban en su personalidad de forma muy estrecha: Era una persona sensible y romántica que parecía tomarse todo con ligereza. Y, sin embargo, una vez que se llegaba a conocerlo, se revelaba también como un hombre extremadamente lógico y reflexivo. Capaz de analizar situaciones hasta encontrar soluciones que a otros se les escapaban. Nuestras charlas podían abarcar una gran variedad de temas, desde el comportamiento de algún colega de la orquesta hasta la realidad socio-económica del país. Parecía capaz de formarse una opinión rápida sobre cualquier argumento y debatir con una gran pericia. A diferencia de Rami, quien estaba llena de historias sobre su vida, a Paulo llegué a conocerlo mediante las reflexiones que hacía sobre su futuro inmediato.
Alizee, por su parte, tenía también algo de ermitaña. No solía visitarme, pero en algunas ocasiones salíamos a caminar por los montes que rodeaban La Paz. Ella también tenía algunas reflexiones que compartir, aunque solían basarse más en la observación de la enorme colmena humana que en ella misma.
El quiebre, sin embargo, había llegado aquella mañana de domingo.

Esta vez, el almuerzo se realizaba en mi departamento. Nos habíamos decidido por una comida fresca y sencilla. Los muchachos fueron llegando de uno en uno para abrir alguna cerveza mientras yo terminaba de organizar todo. Merlina caminaba entre las sillas, olisqueándoles las piernas, atenta para escapar ante el menor intento de acariciarla.
Habíamos pasado la última hora charlando sobre temas sin importancia, hasta que Rami notó que yo miraba mi teléfono, frunciendo el ceño.
- ¿Malas noticias?- preguntó.
- No- reí – Es esta notificación que me amenaza con que están por llegar mensajes… solo que nunca llega nada, pero el aviso no se va-
Paulo se apoyó con los codos sobre la mesa y extendió una mano, solícito. Yo dudé durante un segundo, antes de meter el aparato en el bolsillo.
- Seguro puedo resolverlo yo. Pero gracias-
El muchacho esbozó una sonrisa y levantó las manos, en una muda disculpa.
- Podría ser algo importante- insistió Rami – Algún amigo de tu ciudad, queriéndose poner en contacto. O tus padres-
- Seguramente no es nada urgente- repuse, con una sonrisa que pretendió sanjar el asunto.
- Bueno… si insistís- dijo la muchacha, sin dejar de mirarme - ¿Hace mucho que no hablás con tus padres?-
- ¿A qué viene esa pregunta?-
- A nada… a que nunca los mencionás-
Guardé silencio.
- De hecho- continuó Rami – Tampoco mencionás nunca a tus amigos de allá. O… bueno, nada, en realidad- me miró, ligeramente ceñuda.
- ¿Qué te gustaría que te cuente?- pregunté, en tono inocente.
- Lo que Rami quiere decir…- comentó Alizee - …es que no sabemos demasiado sobre vos-
Solté una carcajada.
- Chicos, prácticamente pasamos el verano juntos-
- ¡Exacto! ¿No crees que para la cantidad de horas que pasamos todos en tu diván…?- dijo Rami irónicamente, señalando la silla en la que solía sentarse cuando me visitaba. Se detuvo, sin saber cómo continuar. Paulo y Alizee se reían, encantados.
- Es verdad, ¿Quién sos, exactamente?- preguntó el muchacho, con su infalible habilidad para hacer preguntas directas y abruptas.
Los miré, impotente. Sentía que la situación se estaba saliendo de control, pero no se me ocurría qué responder. Supongo que al lector le parecerá algo exagerado mi hermetismo, pero juro que soy un oyente talentoso. Tanto que, a menudo, olvido por completo el hablar de mí mismo. Y en ese preciso instante no lograba rescatar de mi mente el más mínimo detalle personal con el cual apaciguar las aguas.
- Por ejemplo…- me ayudó Alizee - ¿Cuándo es tu cumpleaños?-
Sentí que se me encogía el estómago. Esto solo podía terminar mal.
- Es… hoy-
Paulo lanzó otra carcajada, dejando su silla y viniendo a abrazarme con ademanes exagerados. Rami me miraba, consternada y algo ofendida.

Unas cuantas horas después, habiendo terminado las traducciones pendientes, me aposté en la ventana para sentir la brisa veraniega en la cara. Esa última hora de la tarde siempre traía un poco de viento fresco, que acompañaba el atardecer. Suspiré, disfrutando el momento, y me apoyé en el marco, con los ojos cerrados. Unos segundos después oí un suave maullido detrás de mí.
Me volteé. Merlina estaba sentada sobre la mesa, mirándome con su carita severa. Como de costumbre, era difícil saber si estaba tranquila o de mal humor. Nuestra relación había mejorado mucho en las últimas semanas, pero su carácter de adolescente ofendida aún afloraba a diario. En ese momento parecía mirarme con algo de reproche.
- ¿Qué querés?- pregunté. Su respuesta fue un maullido corto. Insistí con mi pregunta y la gata volvió a maullar. No recordaba cuándo habíamos empezado a hacer eso, pero el animalito siempre parecía responder a mis preguntas con un maullido corto y firme. Se había convertido en un juego entre los dos. En ese momento, sin embargo, casi me parecía una afirmación. Como si me estuviese diciendo algo que yo, por lógica, debería haber adivinado.
Abrí la puerta del departamento y la miré, expectante. La gata vino encantada y salimos juntos a dar una vuelta por el barrio. Otra costumbre de las últimas semanas que tampoco recordaba cómo había empezado. Probablemente en una de las tantas ocasiones en las que el animalito había burlado mis intentos por mantenerla adentro cuando yo salía a despejarme. La tercer o cuarta vez que, luego de alejarme unos metros del departamento, la veía caminando a mi lado, desistí de volver a encerrarla. La cuestión es que hacía ya un tiempo que, por el barrio, se podía ver a un hombre y una gata que caminaban a la par.
- Te juro que se me olvidó contarles- le decía yo, que necesitaba justificarme con alguien – No es que no quiera. Es que desde que estoy en Perú, las celebraciones no tienen mucho sentido. ¿Qué se supone que haga en Navidad, por ejemplo? Sí, compro algo rico, cocino con más ganas, destapo un buen vino, escucho la Misa Criolla… me pongo el especial de navidad de La Niñera en la laptop. Hablo un rato con mis padres por teléfono. Y nada más. Con mi cumpleaños es igual- me detuve. La gata se había sentado sobre el respaldo de un banco de piedra, a un lado del camino. Me miraba de reojo mientras se lamía el pelaje del lomo.
- Hoy a la mañana yo tampoco me acordaba, te lo juro. Me desperté como todas las mañanas y una hora después le presté atención a la fecha en el teléfono. Me resultó raro que mis padres no me hubiesen saludado. Tampoco es la gran cosa- insistí. La gata seguía lamiéndose.
Cuando hubo terminado, emprendimos el camino de regreso. Yo me preguntaba si debía hacer algo por mi cumpleaños, antes de que terminase el día. Para cuando entramos al departamento, seguía dándole vueltas al asunto. Concluí que no me apetecía… y que ya había sido suficiente con el almuerzo de ese mismo día.
“Además” pensé, mientras comenzaba a preparar la cena, “Me motiva más la culpa que siento por el reproche de Rami que un verdadero deseo de brindar por mis 32 años”.

Una semana después, siempre un domingo, volvía a encontrarme ante un paisaje que últimamente se había vuelto muy habitual: Un sendero rocoso que se extendía ante mí y la inmensidad de un paisaje montañoso que llegaba hasta donde la vista podía ver.
Habíamos partido temprano, aquella mañana, con las primeras luces del alba. Nos habíamos puesto de acuerdo la tarde anterior y, tras unos cuantos preparativos, habíamos dejado todo listo.
Paulo y yo compartíamos esa obsesión por las cumbres. Ese sentimiento caprichoso de que solo en la cima de una montaña, lejos de todo, podíamos sentirnos verdaderamente vivos.
Habíamos pasado las últimas horas caminando en terrenos muy distintos, desde un sendero sembrado de hojas secas, rodeado de árboles, hasta lo que parecía ser una inmensa espina dorsal: El camino a la cumbre era angosto y directo. Solo unos minutos nos separaban de la pequeña cruz de madera que alguien había colocado al final del recorrido. A ambos lados del camino, la montaña caía abruptamente hasta morir en el nacimiento de otros montes.
Media hora después, ya en nuestro destino, Paulo comenzó a sacar chocolates de su mochila, para mi gran alegría. Cómo o porqué siempre tenía chocolate a mano, era algo que nunca me había querido explicar.
Yo estaba de pie, lo más cerca posible del borde. Otra pasión que mantengo desde muy pequeño y que solía consternar a mi madre: las alturas y los bordes.
Un ave de rapiña iba y venía, lanzando eventuales gritos de caza. Ante mi se extendía una región de colores grises, verdes y azules. Era fácil sentirse el rey del mundo, desde ese lugar… y a la vez, pensar que se era el último hombre sobre la tierra. Aunque evidentemente no lo era, porque un momento después me llegaron los ruidosos sorbos que mi amigo estaba dando a su cantimplora. Me acerqué a él.
- Lástima que el resto no haya querido venir- comenté, aceptando el agua.
- Bueno, no es para cualquiera, este recorrido. Alizee no quiso levantarse temprano, además. Y Rami…- se detuvo y me miró.
- No me dirás que sigue ofendida-
- No, ofendida no. Creo que simplemente no se tomó a bien lo de tu cumpleaños-
Chasquee la lengua, sintiéndome culpable y fastidiado en igual medida. Notaba la mirada de mi amigo clavada en mi nuca.
- No podés negar que realmente sabemos poco sobre vos. ¡A mi no me molesta!- agregó rápidamente, al ver que abría la boca para protestar - ¡En serio! Pero a veces pareciera que no llegás a confiar en nosotros-
Aquello cambiaba un poco las cosas. Es increíble lo fácil que es cambiar entre un reproche y un reclamo legítimo.
- Yo entiendo que extrañes a tu familia y amigos…- probó, el muchacho.
- No es eso. Bueno, sí… pero no del todo. ¿Alguna vez te conté porqué dejé mi país?-
- ¿Querías viajar? ¿La música te llevó a pastos más verdes? ¿Le debías dinero a algún mafioso?- ironizó Paulo.
- Sí, por supuesto que quería viajar. Pero también tuve algunos motivos urgentes para irme… y luego pasé algún tiempo viajando de una ciudad a otra, buscándome una vida. Las pocas personas que fui conociendo en esos viajes, quedaron en el camino. Y quizás, erróneamente, piense que ustedes también son un simple capítulo de mi vida, que tarde o temprano va a llegar a su fin-
- Todas las relaciones tienen un principio y un final-
- Sí… y no. Cuando hacés amistades en la ciudad en la que naciste, no te planteás que tarde o temprano tengan que separarse. Es como la relación con la familia… uno sabe que es para siempre. O cree que lo es-
Guardamos silencio un instante.
- Yo creo que tenés miedo de encariñarte-
- No se. Quizá simplemente me resulte más sencillo no hablar sobre mí… y luego no tener que dar explicaciones-
Paulo me miraba, en silencio.
- Si soy un buen amigo y un buen vecino… ¿Qué es lo que les debo? ¿Acaso no basta con estar ahí cuando necesitan hablar?- insistí - ¿El hecho de que ustedes puedan abrirse significa que yo tengo que pagarles de la misma manera?-
El muchacho seguía mudo. No hubiese sabido decir si comenzaba a impacientarse o solo me estaba dejando hablar. Sea como fuese (y como suele ocurrirme) rápidamente me di cuenta de que estaba siendo testarudo e infantil.
- Disculpame, Paulo… simplemente me cuesta ser yo mismo en un lugar que no es el mío. Siento que nunca voy a poder llamar “hogar” a este lugar o a este país. Siento, en serio, que allá afuera no hay un hogar para mí. Que el único que conocí se encuentra en la ciudad que yo mismo decidí dejar hace varios años-
- ¿Y nunca te planteaste volver?-
- No… o al menos no por ahora. Siento que este viaje aún tiene muchísimo para ofrecer. Y además…-
Paulo alzó las cejas, animándome a continuar.
- …y además siento que mi lugar, allá, también empieza a desaparecer. Como si hubiese dejado una silla vacía que, de a poco, empiezan a quitar de la mesa-
Nos quedamos en silencio un momento, sopesando aquellas últimas palabras.
- Es decir que ya no sos de allá, ni sos de acá. No sos nadie. ¿No había una canción de tu tierra que cantaba sobre lo mismo?-
Solté una breve carcajada. Casi me había olvidado de Facundo Cabral. ¿Hacía cuanto que no escuchaba música argentina? ¿Hacía cuánto que no me permitía un encuentro, aunque lejano, con mi cultura?
- Yo nunca viajé fuera de este país- dijo Paulo – Pero me imagino que el sentimiento de perder las raíces es difícil-
- No creo que sea tan sencillo. Cuando uno deja el lugar en el que creció, no pierde las raíces. Se las lleva en brazos. Y cuanto más grandes son, cuanto más profundamente estaban arraigadas, más pesan. Y ese es el peso con el que uno carga a diario-
Tras otra pequeña pausa, Paulo se puso de pie y se sacudió las manos.
- Voy a decirte una cosa… y luego podemos empezar el descenso. A nosotros no nos debés nada, pero nos gustaría poder conocerte un poco mejor. Me di cuenta fácilmente, hace unos meses, que insistís en afrontar tus dificultades solo. La gata, la orquesta, el trabajo, la soledad, el integrarte a un lugar nuevo. Pareciera que te mirases al espejo, cada mañana, y te repitieses que tenés que poder solo con todo- me extendió una mano para ayudarme a ponerme de pie. – Y estoy seguro de que hay gente en tu país que te extraña. ¡Es el precio de viajar! ¡El tiempo no va a detenerse por vos! ¡Ni allá ni en ninguna de las ciudades en las que viviste! ¡Pero eso no significa que no vayas dejando huellas en quienes te conocen! Algunas más profundas, otras menos… quieras o no, ya sos uno de nosotros y nos gustaría poder entrar un poco en tu mundo- coronó esta última frase dándome un fuerte tirón del brazo.
- Hacete un favor y hablá con tus padres y tus amigos- dijo con firmeza – Contales cómo te sentís. Contanos a nosotros, si querés, cómo se sentís. Empezá a hablar de una buena vez, no solo a escuchar. Y, por el amor del cielo, cambiá el discursito que le dedicás a tu espejo todas las mañanas-. Y sin mas, empezó a caminar por el sendero, montaña abajo.
Me quedé unos instantes clavado en el lugar, absolutamente mudo. No estoy acostumbrado a este tipo de reproches filosóficos… al menos no a ser yo quien los recibe. Me asustaba un poco todo lo que había entendido aquél muchacho en solo un rato de charla. Descubrí que hacía mucho que no me abría con nadie, que no expresaba mis sentimientos… y la verdad es que en ese momento me sentía horriblemente expuesto. Había una voz en mi interior que me gritaba que había cometido un error. Que había hablado sin pensar. Que había sido poco precavido y que, ahora, Paulo sabía algo de mí. Y que todo aquello iba a terminar en tragedia.
Respiré profundamente y volví a mirar el horizonte infinito que se extendía en todas direcciones. Quizá ya era hora de acallar un poco esa voz. De dejar de fingirme indestructible para no preocupar a mis padres y de ser tan inaccesible a aquellos que, de modo sincero, pretendían preocuparse por mí.
Cuando comencé a caminar, con mi mochila de vuelta a la espalda, Paulo ya se había alejado bastante… aunque aprecié que se había detenido y miraba en mi dirección. La voz en mi interior aún insistía en que había cometido un error, aunque me pareció que hablaba con un poco menos de fuerza.

Varias horas después, ya de nuevo en mi departamento, me encontraba sentado en el suelo, estirando las piernas. Merlina, en un alarde de elasticidad felina, me acompañaba lamiéndose zonas del cuerpo que parecían inalcanzables.
Mientras movía mi fatigado cuerpo, le daba vueltas y vueltas a la charla con Paulo. No podía negarme que tenía su parte de razón. Entendía perfectamente que, ante una salida abrupta de la ciudad en la que había vivido toda mi vida, la pérdida de contacto con quienes siempre consideré parte de mi mundo, los constantes tropiezos en el extranjero y la necesidad de salir adelante sin venirme abajo, había acabado por cerrarme. Primero conmigo mismo y luego con el mundo que había dejado. Finalmente había terminado por cerrarme incluso ante personas nuevas. Intenté recordar las últimas charlas con mis padres. Intenté traer de nuevo el recuerdo de sus rostros, intentar recordar si parecían orgullosos o preocupados. Las preguntas comenzaban a surgir como el agua que emerge de la tierra, luego de mucho tiempo encerrada en una napa. Me pregunté cómo era para ellos el saberme lejos y qué hacía yo, día a día, para apaciguar esa distancia.
Me detuve y suspiré profundamente. ¿Quién era yo, a fin de cuentas? ¿Quién había sido en mi ciudad y quién era ahora? ¿Qué podía ofrecer a esas personas que apenas empezaban a conocerme y que podía dar a quienes me conocían de toda la vida? ¿Cuándo era la última vez que había intentado hacer algo por quienes aún me extrañaban? ¿No podría buscar pequeñas formas de reducir un poco esa distancia?
Me extendí sobre el suelo, con las manos sobre el pecho. Probablemente aquello también había sido una salida fácil: Acallar la culpa que sentía por aquellos que me extrañanan, en mi tierra, volviéndome un poco más lejano de lo que correspondía. El repetir “Estoy bien, mamá” se había vuelto automático. Pero hacía tiempo que no les sonreía sinceramente, a través de la pantalla del teléfono.
Pensé en mis amigos. En aquellas pocas personas que me conocían desde hacía años. ¿No había sido injusto el colocarlos en la misma bolsa que a mis colegas de la orquesta? ¿No me debía también a ellos?
¿Qué estaba haciendo, a fin de cuentas? ¿Porqué, si siempre había sido una persona sociable, ahora me había acostumbrado al aislamiento? ¿Porqué no dedicaba un momento del domigo a enviar un mensaje a quienes, sabía, aún pensaban en mí?
Exactamente cuando comenzaba a enojarme conmigo mismo, oí un suave sonido de vibraciones, sobre la mesa. Me levanté a ver qué ocurría.
Como si respondiese a mis propias reflexiones, la pantalla del teléfono se iluminó. Noté que la notificación había desaparecido.
Uno a uno, comenzaron a llegar montones de mensajes. Algunos me saludaban por mi cumpleaños, otros (de hacía algunos días) simplemente preguntaban cómo estaba.
Cuando hubo llegado el último, la pantalla se oscureció e inmediatamente volvió a iluminarse con el sonido que había elegido para las llamadas. Se trataba de “Cittè tango” de Piazzolla. Música Argentina. Música que, hacía unos días, había recordado cuánto extrañaba.
Sonreí cansado y me llevé el teléfono a la oreja.
- Buenas y santas- dije, en voz baja. Las voces de mis padres, del otro lado, me llegaban más nítidas que nunca. Mi padre me deseaba feliz cumpleaños y mi madre, como no podía ser de otra forma, me decía que había estado muerta de preocupación porque no lograban comunicarse conmigo. Suspiré, mientras los dejaba hablar, y busqué a tientas una silla para sentarme y disfrutar de una charla que (imaginaba) iba a ser larga.







                                      
                                      


Comentarios

  1. Un capítulo donde parece que el protagonista necesita sacar un poco más de él , entregarse de algún modo y que le conozcan.
    Este verano creo que le va a venir de perlas estar alejado de su entorno habitual le va a hacer conocerse mucho más a él mismo.
    Un abrazo, feliz finde.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El verano termina y fue justo como decís. Siempre hay algún proceso interno en movimiento :)
      Gracias por comentar.

      Eliminar
  2. En cada entrega se desvela la personalidad de un personaje que desde su yo, como quien quita una por una las capas de la cebolla va desgranando sus adentros sus sentimientos de soledad , de soslayo del otro que, provoca ese aislamiento que uno cree protectivo cuando toma la decisión de hacer camino. Un abrazo y encantado de leerte. Carlos

    ResponderEliminar
  3. Gracias por el comentario!
    La vida misma nos presenta personajes que se van dejando descubrir con el tiempo :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario