Capítulo 8 (parte 1): 21 de mayo, 2023.

Me encuentro sentado sobre mi cama, tecleando en una laptop que no es mía. Las sábanas arremolinadas en torno a mis piernas hacen una especie de nido cálido para Merlina, que duerme, respirando fatigosamente. Yo tampoco me siento del todo bien, aunque supongo que es solo fatiga y stress. Las últimas semanas fueron un sinfín de situaciones desafortunadas. Todo empezó cuando rechacé una audición para formar parte de una orquesta. Pero quiero intentar contar las cosas en orden.

Antes de empezar: Estuve releyendo el blog, ahora que empiezan a llegar algunos visitantes. Me doy cuenta de que el estilo cambió bastante, desde 2019 hasta hoy. Lo que antes eran crónicas ordenadas de los eventos de varios meses (o incluso un entero año), hoy se convirtieron en episodios más narrativos, con diálogos y descripciones más trabajadas. Historias que parecen abrir y cerrar en sí mismas.
“Diario de un Exilio” empezó como un desahogo de lo que fueron mis desventuras en el extranjero. Cada vez que la realidad se volvía demasiado incoherente, yo me reía de ella escribiendo alguna crónica. Les hablé de cómo llegué a Perú, de mis primeros trabajos, de cómo me mantuve cuerdo buscando siempre mi conexión con la música y de los amigos que hice en el camino. Les conté (aunque no hacía falta) sobre la pandemia y sobre cómo, gracias a ello, terminé trabajando para el Ministerio de la Temporalidad. Les conté cómo una funcionaria del gobierno de La Paz comenzó a perseguirme y de mi traslado al barrio Ernesto Guevara, en donde conocí a un grupo de muchachos con quienes comencé a compartir mi vida. Y casi siempre, mis historias tuvieron un leve deje de tragi-comedia. Hoy, que escribo sentado en mi cama, entiendo que reírme de mis desventuras es un modo de mantenerme a flote. Así que en fin… les tengo otra historia. Una que no sé cómo cierra, pero que de todos modos quiero contar. Empieza el 1 de mayo. Un lunes.

Unos días después del cumpleaños de Alizee, una combi se detuvo a un lado de la ruta. Tocó bocina dos veces, con un sonido ahogado que parecía el llamado de algún animal grande, viejo y pesado. Inmediatamente vi salir de sus casas a Rami y Paulo. Este último cargaba un enorme contrabajo. Me alegré de que el terreno ya estuviese seco, al verlo caminar con el instrumento encima.
Mientras observaba a los muchachos apresurarse, yo terminaba de dejar todo listo en el departamento. La laptop y los cables fuera del alcance de Merlina, los postigos de las ventanas entornados, la llave de gas cerrada y la mochila con todo lo que iba a necesitar. Tras una última mirada al rincón de la gata para controlar que tuviese agua y comida, salí apresuradamente y cerré la puerta con llave. Caminé la corta distancia que me separaba de la combi, intuyendo las miradas de varias personas sobre mí, y me acomodé dentro.
Paulo me había dejado un lugar al lado suyo y Rami ya conversaba animadamente con una chica de tez oscura. Me senté, dejé el estuche de mi instrumento a mis pies y miré por la ventana hacia mi departamento. Me había acostumbrado a pasar casi todo el día en casa, dejar a la gata sola me parecía casi inmoral. Pero supuse que ella también iba a agradecer un poco de soledad. Las últimas semanas habíamos tenido que convivir a toda hora, aunque poco a poco comenzaba a dar levísimas muestras de afecto.
- ¿Nervioso?- preguntó Paulo, enarcando las cejas.
- Un poco- respondí – Hace mucho que no realizo audiciones para una orquesta-
- Bueno, no le quiero quitar seriedad al asunto… Byron espera un buen desempeño de los músicos que contrata. Insiste en mantener el nivel de la More Lucky. Pero la paga es buena y los ensayos son tres veces por semana, lo que deja tiempo para vivir-
Sonreí ante este último comentario y observé disimuladamente al resto de los músicos que viajaban con nosotros. Cuando me había extendido la invitación para tomar parte en las audiciones de ese día, Paulo me había explicado que la orquesta tenía una combi a disposición de los músicos que habitasen en las afueras de la ciudad, aunque la gran mayoría residía en La Paz y no la usaba. Además, la chica de tez oscura, que no aparentaba más de 20 años, se veían personas de edades y nacionalidades muy variadas. Cerca de mí, un chico de cabello oscuro mantenía la vista fija en un teléfono, mientras jugaba una partida de ajedrez virtual. Dos muchachas en la parte de atrás conversaban en susurros, una de ellas vestía un conjunto deportivo y parecía ser altísima. Tenía una mata cabello castaño y una sonrisa que se contagiaba hacia sus ojos. La otra parecía su antítesis: traía el cabello corto y rizado, era de baja estatura y tenía un lunar justo debajo de cada ojo. El resto de la combi la ocupaban músicos con características igual de heterogéneas.
Poco después llegamos al Teatro Municipal de La Paz, en donde se realizaban los ensayos. Paulo me había comentado que el director había recibido el establecimiento en herencia. Provenía de una familia acomodada, que llevaba viviendo en la zona desde las épocas coloniales.
Mientras los músicos entraban por una puerta lateral, me quedé unos segundos observando la fachada del teatro y preguntándome porqué jamás había venido a ver música allí.
Oí un chistido. Un muchacho delgado estaba de pie junto a la puerta lateral del teatro.
- ¿Venís a la audición?- preguntó.
Asentí con la cabeza y me apresuré a entrar. El muchacho me hizo un gesto apresurado y me guió a través de varias puertas hasta llegar a un pasillo largo, exquisitamente decorado y alfombrado, en donde se detuvo.
- Al Sr. Byron no le gusta esperar y el resto de los candidatos ya están adentro- me comentó, nervioso.
- Perfecto, gracias- dije e hice un ademán de cruzar el pasillo hacia una puerta de madera negra que se encontraba al final. El chico me detuvo, poniéndome una mano en el hombro.
- No, es que…- tartamudeó - …es que tienen que entrar todos juntos. ¿Podrías decirle que te entretuviste afuera y que no fue culpa mía?-
Observé atentamente al muchacho. Estaba pálido y su frente estaba húmeda de sudor.
- ¿Estás bien?- pregunté, algo alarmado.
- Sí… no… bueno, sí. Pero decile, por favor, que el retraso fue por tu culpa. Es…-
Se detuvo, mirando boquiabierto por sobre mi hombro. Me volteé y vi a Byron de pie ante la puerta abierta. Pese a haberlo visto solo una vez, no había podido olvidar su aspecto. Vestía un traje marrón oscuro que combinaba a la perfección con su piel de color ébano. Sus zapatos eran de un negro reluciente y su imponente porte parecía exagerar su altura. Esta vez no llevaba puestos los lentes oscuros, por lo que pude ver que tenía unos ojos pequeños y oscuros, a juego con su boca cruel.
Nos observó durante unos segundos, con un gesto entre fastidiado y aburrido.
- Las audiciones comenzaron hace algunos minutos, señores. Y no me importa de quién sea la culpa- murmuró con una voz suave y aterciopelada, que no tenía un ápice de calidez. - ¿Jacob?- dijo, trasladando lentamente su mirada hacia mí. Asentí con la cabeza y me acerqué un par de pasos, con mi mano extendida. No hizo ademan de levantar la suya.
- Adentro- murmuró. Y volvió a entrar por la puerta.

La sala era enorme. A un lado se veía un escritorio, en donde reposaba una laptop y varias agendas abiertas. Al otro, algunos sillones y sillas, distribuidos para ocupar la circunferencia de la sala, en cuyo centro se levantaba un atril solitario. Un enorme retrato de Byron dominaba la estancia, sobre su escritorio y el resto de las paredes estaban cubiertas por cuadros que, supuse, serían retratos de sus antepasados. El patrón de un hombre elegante y de tez oscura se repetía constantemente, así como los gestos de superioridad y desagrado. Como si ninguno de ellos hubiese querido ser inmortalizado en una pintura y solo lo tolerasen porque era lo esperable en las altas esferas.
En uno de los sillones se sentaban dos chicas, que parecían tan intimidadas como yo. Preferí no cometer el error de sentarme sin que Byron me lo indicase. El hombre pareció notar esto, ya que se sentó ante su escritorio y sonrió con ironía, mirándome.
- Tarde, Jacob… tarde, tarde- repetía, en voz baja. – Así que va a ser el último-. Tras esto levantó uno de sus enormes dedos y señaló a una de las muchachas.
La chica se levantó, se dirigió hacia el escritorio, en donde el director le extendió una partitura. Supuse que eso explicaba el hecho de que no nos hubiesen aclarado nada sobre la audición. Por lo general se indicaba qué obras presentar o se invitaba a los aspirantes a elegir una de su agrado.
La chica se dirigió hacia el centro de la sala. Colocó la partitura sobre el atril y volvió hacia el sillón para recoger una flauta traversa que yo no había visto antes. Unos segundos después, su figura había tomado control total de la habitación. Comenzó a leer una obra de aspecto romántico que yo no conocía. Me pareció genial y hermoso ver cómo todo atisbo de miedo se había desvanecido de su rostro. Se movía hacia adelante y hacia atrás, absolutamente concentrada en la lectura. Interpretaba con tanta gracia y seguridad que incluso parecía haber crecido algunos palmos. La música inundaba la sala y no pude menos que maravillarme de la enorme capacidad de interpretación de aquella flautista.
Tras un par de minutos, Byron levantó una mano, rompiendo el hechizo. Asintió con la cabeza, observando a la muchacha y le indicó con un gesto que saliese por la puerta. La flautista dudó durante un segundo, tras lo cual se inclinó ligeramente y se apresuró a recoger sus cosas.
Apenas la puerta se cerró, el hombre señaló a la otra muchacha, que ya había armado su clarinete. Me pregunté si los puestos para cuerdas estarían todos cubiertos.
La chica tomó su partitura y se colocó en el centro de la sala. Sus ojos recorrieron el papel varias veces, tras lo cual se llevó el instrumento a los labios y aspiró sonoramente. Percibí el gesto de fastidio del director incluso antes de verlo. Golpeó el escritorio con un puño.
- ¿Me harías el favor, querida, de comenzar de nuevo? Pero esta vez, fingiendo que sos una mujer y no un buey-
La chica volvió a comenzar. Sin embargo, los nervios la traicionaron una vez más. Había algo en su música que no terminaba de cerrar. El hombre le permitió seguir durante unos segundos, antes de levantarse y retirar la partitura del atril. La chica parecía al borde de las lágrimas. Se apresuró a salir incluso antes que Byron lo propusiese.
Respiré profundamente. Me levanté y saqué mi violín de su estuche. Cuando alcé la mirada, mi partitura ya estaba sobre el atril y el hombre volvía a ocupar su silla ante el escritorio. Sonreía de forma maliciosa, como si estuviese por ser testigo de algo que le producía un placer sardónico.
Me paré ante el atril. Cuando vi el título, respiré profundo.
- No- dije, con voz débil.
El hombre alzó una ceja.
- No- insistí – Por favor, tiene que haber alguna otra obra-
- Pero yo quiero escuchar esta, Jacob. Y usted quiere entrar en la More Lucky. ¿Porqué no nos damos el gusto mutuamente?- su sonrisa comenzaba a darme escalofríos.
- Es que no puedo. Lo lamento mucho-
- Música, Jacob… música maravillosa, de genios que nos precedieron-
Me quedé mudo, ante el atril. La obra era el “Aria en la cuerda de Sol” de Johann Sebastian Bach. Una pieza que no había podido tocar desde hacía más de diez años. Pero, por supuesto, Byron no tenía por qué saberlo. Me maldije internamente por esa actitud infantil que jamás había podido superar.
- Bueno, si no toca…- comenzó el hombre, sin dejar de sonreír. E hizo un ademán hacia la puerta.
Por supuesto, salí. No hubiese podido tocar esas notas por nada del mundo. Me disculpé por haberle hecho perder su tiempo y me dirigí hacia la puerta.

El muchacho de la entrada había desaparecido, por lo que comencé a recorrer los pasillos intentando dar con la puerta lateral por la que había entrado. Pronto comencé a escuchar un leve rumor de música y mis pasos me llevaron a la sala de ensayo.
La orquesta ensayaba sin director, por lo que vi. Aunque todos los músicos parecían seguir las indicaciones corporales de una muchacha asiática, de muy baja estatura, que arrancaba melodías a su violín de modo apasionado. Se trataba de un grupo numeroso, no vi que faltase ninguno de los componentes de una orquesta sinfónica.
Paulo, entre los contrabajos, observaba a la muchacha sin parpadear. Entre los violines pude divisar a Lee, despeinado como siempre. Y Gluck, con una maza en mano, ante dos enormes timbales, miraba distraído su teléfono.
Unos minutos después, la pieza terminó. Vi a los músicos relajarse, como si se desarmase un delicado mecanismo de relojería. La chica, al frente de los violines, suspiró y hecho una mirada a la orquesta.
- No correr, por favor- pidió, en un español tosco. Tras lo cual se lanzó a desgranar unas cuantas notas furiosas en su instrumento. La orquesta pareció entender inmediatamente de qué se trataba y atacó junto con ella. Reconocí la pieza desde sus primeros compases: se trataba de la Danza Macabra, de Saint-Saëns. Un viaje oscuro de diez minutos a través de diálogos entre instrumentos solistas y respuestas de la orquesta, que llevan al oyente a través de paisajes sonoros ominosos, fieles al título de la pieza.
Quizá fuese por la vertiginosa velocidad de la música, o porque aún me encontraba agitado luego de mi fallida audición, pero comencé a sentir que mi cuerpo temblaba con leves escalofríos. Un instante después, oí una voz suave a mis espaldas.
- Señor Jacob… fuera de aquí, ahora mismo-.
El rostro desdeñoso de Byron fue lo último que vi, antes de abandonar el recinto a toda prisa.

Unas horas después, ya en casa, miraba llover por la ventana mientras una tormenta de sentimientos discurría dentro mío. Había decidido volver en taxi, visto que la combi emprendía el regreso al final del ensayo. Luego de unos intentos fallidos por trabajar en mis traducciones, había decidido dedicar un rato al café y a la ventana. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y no me encontraba con la energía para trabajar… o para atender la puerta a Paulo y Rami, que vinieron a verme ni bien llegaron al barrio. Preferí fingir que no estaba.
Por una parte, sabía que mi actitud había sido infantil: Debería haberme comportado como un adulto y tocar la maldita pieza. ¿No quería, acaso, recuperar mi vínculo con la música?
Por otra parte, sin embargo, una voz en mi interior insistía en que era imposible. ¿Cuánto había pasado? ¿Diez años? Dediqué un segundo a hacer unos cálculos mentales… once años. Doce, dentro de un par de meses. Más de una década sin mi hermano, cuyos intentos por encontrar alivio a una vida que sentía imposible habían acabado en la toma de una decisión definitiva.
Lamento si al lector le parece repentino. Siempre preferí no hablar de ciertos temas, en este blog. Pero, en fin, ya que el tema salió por mi negativa a tocar la Suite en Sol, voy a explicar brevemente mis motivos: Mi hermano mayor siempre fue la persona más organizada del mundo. Tanto así que planeó su propia despedida con el rigor de un forense. Dejó varias cartas explicando el porqué de su decisión (quizás en un intento por brindarnos algo de paz, argumentando que él se iba buscando la suya propia), organizó la herencia de sus efectos personales más queridos, preparó su plan con semanas de antelación… e incluso le quedó tiempo para planificar los detalles de su funeral. Hoy descansa donde él mismo lo dispuso, y en sus pompas fúnebres se tocó una de sus piezas favoritas. Sí, adivinaron cuál. Lo que quizás no podrían adivinar es que en una de sus cartas pedía expresamente que sus amigos más cercanos y yo mismo interpretásemos la pieza de Bach personalmente. Y perdón, pero no pienso decir más. Solo aclarar que, desde entonces, he tenido ocasión de tocarla varias veces. Siempre me negué.
En medio del intercambio interno entre vergüenza y culpa, comenzó a abrirse paso también la rabia y una cierta incertidumbre: ¿Podía ser que ese hombre supiese del pedido de mi hermano? ¿La partitura estaba elegida adrede? Sacudí la cabeza, maldiciendo mi mente fantasiosa. No había forma de que eso fuera posible.
La luz de mi teléfono, sobre la mesa, me sacó de mis pensamientos. Caminé hacia él, rogando porque no fuese alguno de los muchachos del barrio. No creí tener la fuerza para seguir ignorándolos.
El nombre “Lonehome” brillaba en la pantalla. Atendí de inmediato.
- Señora Lonehome, buenas tardes. Si es por las traducciones de hoy…-
- Martín, no. Es por las de ayer. De hecho, las de las últimas dos semanas. Hubo un error en los registros y perdimos todo el material. ¿Tenés una copia en tu laptop?-
- Sí, tengo copia de todo. Te lo envío en seguida-
- Un genio, gracias- y cortó.
Suspiré. Eché una última mirada a la ventana y me planteé el obligarme a seguir traduciendo, ya que de todos modos debía encender la laptop. Solo que no encendió.
Controlé los cables, la batería, insistí con el botón de encendido y nada. Me pareció sentir un leve olor a quemado, pero quizás fuese mi imaginación.
Controlé que en el departamento hubiese electricidad, cambié de toma de corriente, enchufé y desenchufé el cargador un par de veces y finalmente volví a probar con el botón de encendido. Ahora el olor a quemado era más que evidente.
Maldiciendo en voz alta, volví a llamar a Lonehome para darle las malas noticias. No parecía demasiado contenta con la posibilidad de que dos semanas de traducciones se perdiesen irremediablemente. Eso sin contar los retrasos ocasionados por mi imposibilidad de seguir trabajando. Le prometí visitar a un técnico al día siguiente.
Volví a dejarme caer sobre la silla, algo abrumado. Merlina me miraba desde la mesa, con una mezcla de ironía y compasión. Extendí mi mano, suplicante, y la gata se restregó contra ella, quizá intuyendo que no había sido una buena jornada. Decidí tomarme el resto del día libre.

Quizá fuesen los nervios de la audición y el incidente con la laptop, el hecho de haberme saltado la cena o el malestar estomacal con el que me fui a dormir. Pero tuve un sueño particularmente extraño:
Me encontraba acostado en una cama, tapado con unas frazadas viejas y ásperas. Afuera se oía una tormenta. La habitación en la que me encontraba estaba a oscuras, pero la poca luz que entraba por las ventanas me ayudaba a ver que se trataba de una estancia de madera, poco amueblada y muy vieja. Además de la cama y una pequeña mesa de luz, un enorme ropero y dos puertas ocupaban el resto de mi visión.
Intenté incorporarme, pero mi cuerpo se sentía demasiado pesado y un fuerte dolor en el estómago me impedía moverme. Desistí e intenté destaparme, para palparme la panza. En ese momento, un reloj dio una campanada.
Desperté. La realidad no parecía demasiado distinta de mi sueño. Me encontraba en mi cama, tapado hasta la barbilla, sosteniéndome el estómago que aún me dolía. Afuera seguía lloviendo torrencialmente. Miré mi teléfono: era la una en punto. Aún algo adormilado, preferí no darle muchas vueltas a aquél sueño y me di vuelta para seguir durmiendo.
Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba acostado boca abajo en la misma habitación de aspecto rústico. Aún llovía. Giré sobre mí mismo y me levanté para ir al baño, muy consciente de estar soñando. Lo encontré rápidamente tras una puerta, junto al armario. Cuando terminé, me planteé el explorar aquella vieja casa, pero una extraña intuición me decía que no estaba solo: en alguna otra habitación había alguien más. Alguien que sabía que yo estaba ahí. Una sensación de urgencia y una nueva puntada en el estómago me hizo volver a acostarme en la cama. Permanecí allí unos segundos hasta que las campanadas del reloj volvieron a sonar. Cuatro veces.
Desperté muy incómodo en mi propia habitación. No necesité mirar el teléfono para saber que eran las cuatro… y, como parecía evidente, necesitaba ir al baño urgentemente. Me levanté, con la sensación de no estar despierto del todo y empezando a dudar en cuál de las dos habitaciones era la real. Mientras caminaba hacia el baño intenté sacarme de encima la sensación de aturdimiento. Me sentía realmente desorientado, como si no pudiese confiar en mis propios sentidos.
Volví rápidamente a la cama, esta vez consciente de que probablemente volviese a despertar en aquella habitación. Supongo que de haber estado un poco más lúcido, hubiese entendido que todo aquello era absurdo… pero en ese momento, el mareo y el dolor de estómago hacían que la situación pareciese lógica.
Me llevó un par de minutos volver a conciliar el sueño. Pero no me sorprendió verme una vez más en aquel extraño lugar. Solo que ahora la lluvia parecía haber amainado. Y otra puerta, en la que no había reparado antes, estaba abierta de par en par. Una figura alta y corpulenta estaba de pie en el umbral y no había duda de que me estaba mirando. Desorientado y a oscuras, yo solo podía percibir una silueta. Pero había algo en aquella figura que me inspiraba un pavor atroz. Una fuerte puntada en la panza me obligó a meter una mano bajo la sábana. Noté algo húmedo y pegajoso. Cuando la saqué para observarla, parecía cubierta de sangre. En ese momento, las campanas volvieron a sonar y la figura comenzó a avanzar hacia mí. Como en una especie de danza macabra, con cada campanada, se acercaba un paso. Siete pasos, exactamente. Cuando la tuve a un palmo de distancia, hice un esfuerzo que me pareció sobrehumano y logré despertar. La alarma de mi teléfono daba las 7. Afuera había dejado de llover.







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