Capítulo 8 (Parte 2): 21 de mayo, 2023.

21 de Mayo: Si, sigue siendo domingo. Si no dividía esta historia en dos partes, iba a resultar demasiado larga.
En fin, sigo sentado en mi cama, tecleando en una laptop que no es la mía. Luego de escribir la primera mitad del relato, decidí tomarme un rato para desayunar y controlar a Merlina. Sigue durmiendo, gracias al cielo, aunque aún respira algo fatigosamente. Perdón, ya llegaremos a eso.
Yo estoy un poco mejor, el dolor de estómago amainó, luego de que me tuviese loco durante varias semanas. Y es que durante este mes ocurrieron tantas cosas, una detrás de otra, que mi estabilidad emocional comenzó a resentirse seriamente. Una constante sensación de malestar y cansancio comenzó a apoderarse de mí, volviéndose más desgastante con cada nueva mala noticia.
Creo que lo último que conté fue sobre el día de la audición, ¿No? Realmente no fue una experiencia agradable, por lo que solo con eso hubiese bastado para provocarme una noche entera de pesadillas. Pero el encuentro con ese hombre, el haberme visto arrastrado hacia recuerdos que preferiría tener lejos, la pérdida de mi laptop (junto con dos semanas de trabajo) y la sensación de indefensión con la que me había ido a la cama, habían devenido en una noche particularmente difícil.
Un par de días después no me encontraba mejor. Pasaba las tardes leyendo, demasiado adolorido e incómodo como para hacer mucho más. Comía poco y dormía aún menos. Sin embargo, la amabilidad de Paulo al prestarme una vieja laptop me devolvió la posibilidad de recuperar el trabajo perdido.
Sí, fue luego de intentar llamar a un par de técnicos de la ciudad, que recordé que tenía un vecino que había dedicado diez años de su vida a ello.
- Te agradezco muchísimo- le dije, acompañándolo a la puerta, luego de haber compartido una taza de te. – Por el diagnóstico veloz de la mía y por prestarme la tuya. Voy a intentar comprar una nueva lo antes posible-.
Paulo hizo un gesto vago, restándole importancia.
- Lamento mucho lo que ocurrió, pero está completamente quemada por dentro. ¿Seguro que no la tenías enchufada durante la tormenta?-
- No… sinceramente no tengo idea de qué ocurrió-
- Bueno, pasa. No debería, pero pasa. Usá la mía tranquilo, hasta que consigas otra. Yo tengo una nueva-
Sonreí, cansado. El gesto me costó más de lo que debería, por lo que recurrí a un viejo truco: apretar los ojos y ensanchar la sonrisa, intentando ocultar mi malestar. Me alivió el sentir la mano de mi amigo en el hombro.
- ¿Seguro que vos estás bien? Nunca te vi tan ojeroso-
- Macanudamente- dije, intentando agregar una carcajada al resultado final.

Observé a Paulo alejándose hacia su departamento. Justo cuando lo vi entrar por su puerta, sentí un aleteo sobre mi cabeza. Un ave negra acababa de posarse cerca de mí. Ya hacía un par de días que veía varias, sobrevolando los techos del barrio. Supongo que sería útil para este relato el decir que era un cuervo, pero sinceramente no tengo idea. No sé identificar pájaros. Bien podía ser una graja, un mirlo, un estornino, no sé. Eran negros y los veía constantemente desde hacía un par de días.
Lo que sí puedo decir con seguridad es que, en mi estado, la presencia de esos bichos no resultaba particularmente tranquilizadora.
Volví adentro. El sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte y el cielo, cubierto de nubes, se teñía de mil tonalidades de rojo. Últimamente, el atardecer resultaba el único momento colorido del día. El resto era un sinfín de tardes grises, carentes de interés, llenas de aves negras que se posaban para mirarnos sombríamente.
Me senté a la mesa, dispuesto a seguir traduciendo. Rápidamente el sol se llevó lo poco que quedaba de luz y me quedé completamente a oscuras, iluminado únicamente por el brillo de la pantalla. Así estuve durante un rato, ajeno a todo, hasta que recordé que debería cenar algo.
Me levanté pesadamente, intentando recordar qué habría en la heladera que pudiese calentar rápidamente. Era otra cosa que había comenzado a ocurrir hacía un par días: Ya no sentía hambre, por más que pasase horas sin probar bocado. A menudo tenía que recordarme que la hora del almuerzo había pasado o que debería comer algo antes de ir a dormir, al menos para mantener mi cuerpo funcionando. Mi cerebro, al menos, ya no me lo recordaba de forma autónoma.
Volví a mis traducciones con un plato humeante en mano. Si me concentraba, seguramente podría terminar antes de que el sueño me venciese. Un par de horas después, efectivamente, envié la traducción al Ministerio, con un asunto entre humorístico e irónico: “Por favor, no lo pierdan”.
Bajé la tapa de la laptop y me estiré sobre la silla. Los músculos de mi espalda se quejaron, mientras intentaba recuperar un poco la movilidad. Suspiré profundamente y me levanté a buscar un vaso de agua. Otra costumbre que había adquirido en los últimos días, visto que mi cuerpo tampoco me recordaba beber varias veces al día, como siempre había hecho.
Me aposté junto a la ventana. No se veía una sola luz en todo el barrio, ni siquiera de las ventanas en los departamentos cercanos al mío. La noche sin luna sumía todo en una oscuridad impenetrable, rota solo por fragmentos de sombra que se divisaban durante un momento, volando de acá para allá.
La ventana, convertida en un espejo, producto de la luz de mi sala y la oscuridad de afuera, me devolvía el reflejo de un muchacho pálido y ojeroso. Comencé a plantearme el visitar a un doctor, aunque nunca fui muy fanático de los hospitales.
Con un hondo suspiro y un nuevo intento por liberar la tensión de mi espalda, dejé el vaso y me fui a dormir. Mientras ponía la alarma volví a pensar en el sueño que había tenido. Afortunadamente, no había vuelto a repetirse.

Me desperté sobresaltado. Consciente del ruido sordo que acababa de oír. Parecía venir de la sala.
Me quedé un momento quieto, aguzando el oído. Ahí estaba otra vez, como un golpeteo sobre el suelo, acompañado por el sonido de garras arañando algo. Me destapé a toda prisa y salí de mi habitación, descalzo.
Respiré profundamente, mientras mi cabeza aún dormida se tomaba un segundo para asimilar la imagen: Merlina se retorcía en el suelo, presa de violentas sacudidas. Su boca se abría en una mueca de dolor, dejando los colmillos al descubierto. Los ojos, abiertos de par en par, miraban al vacío.
Corrí hacia ella y la tomé tan delicadamente como pude. Sin saber qué hacer, comencé a acariciarle el lomo, mientras le hablaba en voz baja, para calmarla. Pero no parecía dar resultado. Su cuerpito continuaba arqueándose y temblando violentamente, mientras las garras arañaban el aire, descontroladas. Una parte mía quería salir corriendo a pedir ayuda. La otra, absolutamente tranquila y lógica (como siempre que me enfrento a una situación límite) miraba alrededor buscando el teléfono. Pero sinceramente, no habría sabido a quién llamar. Me plantee tomarla en brazos y llamar un taxi, rogando que llegase pronto para ir a algún hospital veterinario de guardia. Hasta ahí llegó mi capacidad de organización, mientras la parte más sensible de mi mente repetía “No, no, por favor” incesantemente.
Luego de lo que me pareció una eternidad, junté valor y la tomé en brazos. Volví a mi habitación, a toda prisa, para buscar el teléfono. Cuando comenzaba a buscar el número del taxi, me pareció que la gata temblaba con menos violencia. La dejé sobre la cama, acariciándola con una mano, mientras que con la otra continuaba buscando desesperadamente. Unos segundos después, sus movimientos cesaron por completo.
Dejé el teléfono y la observé durante un instante, temiéndome lo peor. Pero no, la oía respirar. Tenía los ojos muy abiertos, y movía la cabeza lentamente, mirando a su alrededor, desorientada. Me imaginé que no debía entender nada.
- ¿Merlina?- probé, con un temblor en la voz. La gata me miró y maulló suavemente. Tenía el pelo del lomo y de la cola completamente erizado. Intentó levantarse, pero cayó pesadamente sobre las sábanas.
La ayudé a bajar y la observé dirigirse hacia la sala, con pasos tambaleantes. Se la veía muy débil, aunque me alivió verla dirigirse hacia la comida y el agua. Volví a sentarme en la cama, respirando pesadamente. Aquella sucesión de eventos desagradables comenzaba a poder conmigo. Respiré tan profundamente como pude y cuando volví a abrir los ojos, noté las manchas de sangre sobre las sábanas. Tenía las manos y brazos cubiertos de arañazos.
Media hora después me encontraba sentado sobre mi cama, con la gata enrollada entre mis piernas. Tenía su cabeza apoyada en mí, aunque mantenía los ojos abiertos. Yo acababa de hablar con un veterinario de la guardia médica de La Paz. Me había dado varios consejos para tenerla vigilada, insistiendo en que llevarla a un control en ese momento podía no ser la mejor idea. Sería ponerla bajo otra situación estresante. Prometió mandar a alguien en los próximos días y me repitió que, de no repetirse el incidente, lo mejor que podíamos hacer era dejarla tranquila.
Yo la observaba, sintiendo un nudo en la garganta y el estómago. Hubiese querido llorar, pero me sentía completamente incapaz. Intentando moverla lo menos posible, me estiré bajo las sábanas y cerré los ojos, sin dejar de acariciarla. La oí suspirar brevemente.

Una hora después lo di por imposible. Cuando las primeras luces trémulas de la mañana comenzaron a entrar por entre las rendijas de la persiana, me pareció que seguir intentando dormir era una pérdida de tiempo. Me levanté lo más sigilosamente que pude y fui a la sala a preparar algo de café.
Volví a apostarme junto a la ventana, fiel a mi costumbre de las últimas semanas. La mañana, como era obvio, se perfilaba gris, aunque las nubes parecían un poco menos oscuras. Suspiré, intentando deshacer el nudo que llevaba en el estómago. El humo que se elevaba de mi taza resultaba muy reconfortante.
Quizás fuera por mi cansancio corporal y emocional, pero mi mente insistía en dar un hilo conductor a todo lo que había pasado durante aquellos días, empezando por la audición y siguiendo con los problemas laborales, la pérdida de mi laptop, el incidente con la gata… e incluso el insistente clima gris y la bandada de aves negras que comenzaba a ver llegar, con las primeras luces del alba. Una voz en mi cabeza insistía en que todo aquello estaba conectado. Descarté nuevamente la idea. Solo esperaba no tener más sobresaltos.
Decidí salir a estirar las piernas, esperando despejar lo suficiente la cabeza como para empezar a trabajar. Necesitaba recuperar el trabajo atrasado cuanto antes.
Dejé la taza junto a la laptop y reparé en que era una que nunca había usado hasta ahora. Tenía una extraña acuarela de un gato. Al verla, el nudo en mi estómago se apretó. ¿Porqué precisamente esa mañana? Siempre usaba la otra, la de los lunares de colores. Un momento después, salía por la puerta, sin dejar de pensar en Merlina. Me prometí volver rápidamente.
Al verme, las aves comenzaron a graznar. Me pregunté si me estaban saludando o simplemente se reían de mis desgracias. Contrario a lo que hubiese esperado, no echaron a volar cuando pasé entre ellas, simplemente me miraban. Yo llevaba un jean oscuro y un pullover de un color marrón ocre. Me imaginé que desde cualquiera de los departamentos del barrio, debía parecer un espantapájaros andante que había decidido plantar cara a aquellos pajarracos.
Pronto abandoné el barrio y me dirigí hacia la ruta. Una niebla se extendía hasta donde alcanzaba la vista, por lo que solo se veía un tramo de asfalto, en ambas direcciones. La cerrazón asemejaba un muro que marcaba el límite del barrio Ernesto Guevara.
Caminé por espacio de una hora, o eso me pareció a mí. Pero la verdad es que cuando volví, el sol ya estaba en lo alto. Quizás había perdido la noción del tiempo, entre mis pensamientos trémulos y la niebla que me rodeaba como un océano.
Me detuve un momento, al borde de la ruta, pensando en si realmente quería volver al departamento. No, la verdad es que no quería… pero la gata estaba sola y yo tenía que ponerme a trabajar.
Pasé junto a los primeros departamentos, “La verdad es que igual llevo buen ritmo… si trabajo como ayer, debería terminar para la semana que viene”. Dejé atrás el cobertizo, “Hace varios días que no veo a ese caballo”. Me acerqué a mi departamento, “¿Me preparo otro café?”. Y me encontré frente a frente con Paulo. Perdido en mis pensamientos y con el cerebro embotado por el cansancio y la niebla, no había reparado en que el muchacho estaba junto a mi puerta. Mi puerta… que estaba abierta de par en par.
- La vi abierta y…- comenzó el muchacho, mientras yo lo apartaba y entraba en mi departamento. Adentro, todo estaba revuelto. Tanto en la sala, como en mi habitación y el baño, se veía el mismo caos: estantes revueltos, ropa tirada por el piso, partituras y documentos del trabajo por doquier. Merlina estaba acurrucada en un rincón.
- ¡¿Qué pasó?!- pregunté desesperado, sintiendo un vahído.
- Acabo de llegar. Vi tu puerta abierta y me pareció raro. Cuando entré, todo estaba así- repuso Paulo.
Me paré en el centro de la sala, mirando a mi alrededor. Inmediatamente después fui a revisar el cajón en donde guardaba el dinero y los documentos importantes. Vacío. Solo habían dejado mi documento.
Me agarré la cabeza, mirando al suelo, mientras Paulo se acercaba titubeante. Comencé a sentir un pitido en los oídos que me impedía pensar. ¿Qué había pasado? Y sobre todo, ¿Porqué? ¡¿Porqué a mí?! ¡¿Porqué ahora?!
La voz de Paulo resonó a lo lejos, como si se tratase de una radio mal sintonizada. Me pareció oír la palabra “violín” y mi cuerpo experimentó un sacudón de adrenalina. Entré corriendo a mi habitación, temiendo lo peor. Pero el instrumento seguía ahí. Quienquiera que hubiese entrado a mi departamento, no había reparado en el valor del contenido de ese estuche.
Vi a Paulo de pie, en el umbral. Me observaba, mudo.
- ¿Nadie vio nada?- le pregunté con una voz aguda, teñida de histeria.
- Nada. Jamás había pasado algo así-
Negué con la cabeza, en silencio, mordiéndome los labios con fuerza. Mi cabeza se negaba a pensar.
- Vamos. Te llevo a hacer la denuncia- se ofreció el muchacho.
Asentí brevemente. Entonces tuve la primer idea inteligente de aquella jornada.
- ¿Podemos también pasar por la veterinaria?-
Paulo me miró, confundido. Por toda respuesta señalé a Merlina, que temblaba en un rincón. No pareció necesario aclarar más. Asintió con la cabeza y salió en dirección a su destartalado auto.

El resto de la mañana pasó entre trámites burocráticos, declaraciones en la comisaría, consejos del veterinario y un almuerzo improvisado que Paulo me obligó a aceptar, en un café del centro de La Paz. Al menos en la ciudad no había niebla.
- Te prometo que te pago esto cuanto antes. Por ahora, no sé qué hacer… se llevaron todo el dinero- comenté, mirando el resto del sándwich que dudaba poder terminar.
- ¿En serio tenías todos tus ahorros en ese cajón?- preguntó incrédulo. Yo asentí, maldiciéndome por mi falta de previsibilidad. ¿Qué iba a hacer ahora?
- Bueno- prosiguió el muchacho – Mirale el lado bueno. No se llevaron el violín… y el veterinario dijo que probablemente la gata esté bien con una medicación-. Ambos bajamos la mirada hacia el transporte, en el que Merlina dormía enrollada. Aún se la veía muy débil.
- Medicación que no sé cómo voy a pagar- repuse. Inmediatamente lamenté el comentario: Paulo asentía con la cabeza, señalándose el pecho. No supe cómo negarme.
- Te prometo devolverte absolutamente todo- insistí.
- Por ahora no te preocupes. ¿Podrán darte un adelanto en ese trabajo tuyo? Al menos para la comida del resto del mes y el alquiler-
- No hasta que me ponga al día con las traducciones pendientes. La política de la empresa es muy estricta. Pero quizás pueda pedirle un favor a mi superior- dije, pensando en Lonehome.
Paulo asintió, masticando lentamente.
- ¿Puedo sugerirte algo que no te va a gustar?-
- Mirá, por como vienen las cosas últimamente, tan malo no puede ser-
- Volvé a intentarlo con la More Lucky. No sé qué pasó durante esa audición, o porqué no querés hablar de ello. Pero si necesitás una mano para preparar alguna pieza que sorprenda a Byron, yo te puedo ayudar. Se que no es la persona más agradable que existe… pero insisto en que te vendría bien volver a tocar. Todos necesitamos mantener el vínculo con la música-
Yo mantuve la mirada baja mientras mi amigo hablaba. Él le dio un par de golpes a la mesa con los nudillos.
- ¡Te escuchamos estudiar todos los santos días! ¡Sabemos de qué sos capaz! No entiendo cómo no pasaste esa audición. Si yo…-
- Me negué a tocar, Paulo- lo interrumpí. Él se quedó de piedra.
- Perdón, ¿Qué?-
- Byron me pidió una pieza que no puedo tocar-
El muchacho se quedó callado unos segundos, esperando que yo continuase. No sabía cómo empezar a explicar. Y él pareció entender.
- Ok, será una historia para cuando hayas descansado un poco. Pero insisto- dijo, levantándose con la billetera en mano. – Andá e intentalo-

“Andá e intentalo”. Me lo dije a mí mismo durante el resto de ese día, mientras ordenaba el caos de mi departamento. Intentaba mantener la cabeza ocupada en devolver todo a su lugar, para no pensar en la sensación de vulnerabilidad que sentía. Era como si ese departamento fuese mi santuario personal, una burbuja de seguridad inviolable que hasta ese momento había mantenido al mundo fuera… y a mí mismo fuera del alcance de todo lo que no me gustaba de ese mundo. Ahora me parecía sentir como si el departamento no tuviese paredes, o como si hubiese perdido el techo y afuera volviese a llover. Me sentía expuesto, débil. Y esa desagradable sensación se agregaba a la lista de malestares que ya venía experimentando los últimos días.
Mientras intentaba que mis espacios volviesen a la normalidad, vigilaba a la gata. Aún caminaba lentamente, aunque sin quedarse quieta. Sin embargo, me pareció verla un poco más segura de sí misma. Me pregunté qué había hecho mientras entraban a robar. Probablemente se había escondido, o al menos eso esperaba. Ella tampoco necesitaba más momentos estresantes. Y el solo pensar en que hubiesen podido hacerle algo…
No, necesitaba apartar todos esos pensamientos desesperantes. Necesitaba dejar afuera los “qué hubiese pasado sí…” y concentrarme en lo que podía controlar.
Me senté en una de las sillas, con un libro en la mano que acababa de recoger para dejarlo en una estantería, y me cubrí el rostro con las manos. Odiaba obligarme a no pensar, a no sentir. Odiaba esa facilidad mía para convertir mi mente en una roca y dejar afuera todo lo que no fuese urgente y práctico. Pero la realidad es que era bueno en ello. Poseía un control de mis sentimientos que constituía un óptimo mecanismo de defensa… aunque que me resultaba sumamente decepcionante el lograrlo tan fácilmente.
Me quedé allí un momento, hasta que sentí el contacto del animalito junto a mis piernas. Merlina se restregaba contra mí, ronroneando con fuerza. Hice un ademán de tomarla entre mis brazos, deteniéndome un segundo para darle la posibilidad de escapar y comprobé que la gata no se apartaba. Dejé el libro y me senté en el suelo, mientras ella se acomodaba sobre mis piernas cruzadas y comenzaba a amasarme el vientre. Sentí el llanto contenido en la garganta, pero no lograba romper la represa que contenía las lágrimas.
Estuvimos así un rato largo. Mi cuerpo se iba relajando, de a poco y una resolución iba tomando fuerza en mi cabeza: La próxima vez iba a tocar esa condenada obra. Sentía que el enfrentar esa situación iba a darme un poco de fortaleza y confianza en mí mismo para afrontar todo lo que estaba ocurriendo. Y Paulo tenía razón: el dinero no venía mal.

Pasé los siguientes días trabajando en las traducciones, recuperando horas de sueño, preparándome técnica y mentalmente para la audición, comiendo tan sanamente como podía y mimando a la gata.
Mi cuerpo comenzaba a recuperar la fuerza y el dolor del estómago casi había desaparecido, aunque emocionalmente aún sentía una mezcla de absoluto desgaste y fría resolución. Como si algo en mi cabeza se hubiese roto, pero yo insistiese en ignorarlo.
Finalmente llegó el día. Paulo había venido a verme, exactamente una semana antes, para confirmarme día y hora de la audición.
Volví a subir a la combi. Esta vez, algunos de los músicos me miraban. Decidí ignorarlos a todos y pasé el viaje con los auriculares en las orejas. Mi amigo no hizo ningún intento de conversar conmigo.
Como la última vez, el muchacho nervioso me condujo ante la puerta de Byron, al final del pasillo. Me pregunté si alguien le había avisado que yo vendría.
Levanté el puño para golpear, pero la puerta se abrió antes. El corpulento hombre vestía tan bien como siempre, pero en su rostro despectivo había una sonrisa condescendiente. Como si me estuviese haciendo un gran favor al dedicarme su tiempo.
Hice una leve inclinación de cabeza y comencé a explicar que me interesaba tomar la audición de nuevo, pero Byron me detuvo alzando la mano, prepotente.
- Usted está aquí por necesidad, Jacob. Vuelve desesperado, con su frágil vida desarmada. Y yo me manejo perfectamente con esos términos. ¿Quiere el puesto? Ya sabe que hacer-
Sentí la boca seca. ¿Qué es lo que sabía aquél hombre? Aparté rápidamente las exageradas sospechas que tenía acerca del director y de los eventos de los últimos días. Necesitaba estar calmado y lúcido.
Byron pareció percibir los cambios en mi rostro, por lo que acentuó su sonrisa y asintió con la cabeza.
- Si me hace el favor de acompañarme, lo presentaré a la More Lucky. No hay otros candidatos, hoy. Veamos si puede tocar su obrita delante de la orquesta-.
Lo seguí por los pasillos que ya conocía, hasta la sala de ensayo. Como la última vez, los músicos ya estaban en sus puestos. Encontré rápidamente los rostros de mis amigos, que me observaban con una mezcla de sorpresa y confusión. Byron se dejó caer sobre una butaca y me miró, sin dejar de sonreír con malicia. Decidí no darle el gusto.
Sin siquiera presentarme o dar explicaciones, saqué mi violín de su estuche y me lo llevé al hombro. Respiré profundamente. Tenía que lograrlo. Pese al sin fin de malas noticias de las últimas semanas, pese a que el cuerpo me rogaba que le diese un respiro, pese a haber pasado casi un año en coma, hacía tan solo unos meses, tenía que lograrlo.
La primer nota, larguísima, me llevó diez años hacia atrás en el tiempo. Me volvía a encontrar en un hermoso y verde parque, junto a otros músicos, mientras decenas de personas nos observaban.
El “Parque de Paz” (un nombre que en su momento percibí como marketing barato y que hoy, dado dónde había venido a vivir, casi me parecía un mal chiste) es un enorme terreno privado. Una extensión gigantesca de prado verde, con árboles plantados desordenadamente, en un diseño en apariencia azaroso, pero bien planificado. Yo me encontraba junto a los amigos de mi hermano, interpretando aquella misma pieza que hoy ejecutaba delante de una orquesta. Los rostros que me observaban eran los mismos, ayer y hoy. Una mezcla de ojos vacíos que no sabían cómo interpretar lo que estaba ocurriendo.
Diez años atrás yo había tocado sin siquiera prestar atención a las notas, totalmente ajeno a la música. Hoy, sin embargo, dedicaba toda mi alma a la interpretación. Intentaba entrar en comunión con el autor, que había escrito aquella obra, siglos atrás. Con mi hermano, que había ido tan lejos buscando la paz, que ya nadie podía alcanzarlo. Con el diálogo de mi instrumento, compañero inseparable, que reposaba sobre mi hombro, respondiendo a los pedidos de mis dedos sobre él. Intentaba transitar aquella música, como siempre, preguntándome quién diablos era yo.
Mucho más rápido de lo que hubiera esperado, el Aria llegó a su fin.
No hubo aplausos. No hubo sonido alguno que reconociese lo que acababa de pasar. Byron me miraba, inmóvil. No había mudado su expresión durante esos minutos. Su sonrisa seguía ahí. Invencible. Inmutable.
Tras unos segundos se levantó y pasó junto a mí.
- Aceptable- dijo, dirigiéndose hacia la puerta de salida de la sala – Lo espero la semana próxima, para los ensayos. Fila de segundos violines. Pida que le den una copia de las obras-.
Decenas de ojos lo observaron salir. Yo comencé a guardar mi instrumento, intentando no mirar a nadie. No hubiese sabido cómo reaccionar.
Sentí una mano en el hombro. Levanté la mirada, imaginando que sería alguno de mis amigos, pero me encontré con los ojos sonrientes de la muchacha alta. De cerca parecía incluso más solemne, como una antigua estatua de mármol.
- Escuché esa obra mil veces… creo que jamás sentí tanta paz como hoy, escuchándote tocarla-.
Le agradecí sinceramente, pensando en que quizás mi hermano sí lo había logrado, después de todo.
Me levanté, con el estuche colgado del hombro. Observé que Paulo me saludaba, desde su lugar, que no había abandonado. Imaginé que tenía que irme para dejar que la orquesta ensayase. Empecé a dirigirme hacia la salida, pero escuché un chistido que me llamaba. Cuando giré la cabeza, la muchacha alta hizo un extraño movimiento de contoneo, con la risa aún bailándole en los ojos. Un gesto entre burlón y amistoso, como un chiste entre dos personas que se conocen desde siempre. Sin saber porqué, le devolví el gesto y ella soltó una breve carcajada, antes de volver a su puesto. Por algún motivo, aquella extraña e inocente broma me relajó. El mar de emociones añejas pareció removerse en mi interior y la represa que yo mismo había creado finalmente cedió.
Y mis ojos finalmente se llenaron de lágrimas.















(A Fede. Y a su búsqueda de paz)

Comentarios

  1. Hola Martín gracias,por tu visita, ya veo que tu entrada pertenece a un diario no sé si inventado o tuyo real.
    De igual modo, a simple vista de lectura parece que las cosas no van bien del todo y encima esa gata que te trae por el camino de la locura hay que cuidarla y sino hay posibles ya se complica la cosa.
    Espero que sigas con tu diario, y todo tenga ,mejor solución.
    Un abrazo.

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    1. Gracias por tu comentario y por tus buenos deseos.
      Merlina sigue con su medicación diaria y no volvimos a tener sobresaltos, por suerte.

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  2. Bien definida tu manera de contar desde el diario , que me hace recordar a Benedetti y su novela, La tregua. Centras la historia alrededor de los vecinos músicos y tu gata, que estrechan tu intimidad y sus afanes en buen logro narrativo. Un abrazo. Carlos

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    1. Anotada "La tregua". Tengo una lista pendiente de libros, que crece más rápido de lo que llego a leerlos (por fortuna)
      Gracias por el comentario. Siempre es agradable leer opiniones sobre la narración. Otro abrazo.

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  4. No sos un buen blogger no devolvés los comentarios
    Yo me voy
    Te va a ser dificil tener amigos

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    1. Bueno, creo que desde el relato se entiende que no me destaco por ser bueno en lo que hago.
      Sin embargo hago lo posible todos los días.
      ¡Gracias por tu comentario!

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