Capítulo 7: 28 de abril, 2023.

Escuché un bufido que venía desde la sala.

Me apresuré a ver qué ocurría. Con el correr de las semanas había comenzado a habituarme a todo lo que ahora constituía mi vida. Es decir: Los chistes de Paulo, la polvareda que se levantaba todas las mañanas, las interminables traducciones que encargaba el Ministerio, las tazas de café sobre la mesa de la cocina que esperaban a que las lavase para hacer el almuerzo, cuyos platos lavaría para merendar algo rápidamente, en tazas que lavaría antes de hacer la cena… que concluía con una última lavada y me llevaba a la cama.
Me había acostumbrado a la rutina de un lugar en el que no ocurría demasiado. A ver al grupo de músicos entrar y salir de sus casas, al caballo intermitente junto al cobertizo, al perro con el cual me había encariñado mucho, a los abrazos desinteresados de Rami, al viento y al polvo y al viento y al polvo y al viento, a un sol que se levantaba por sobre una llanura de casas desparramadas y a los días que comenzaban a correr cada vez más rápido.
A lo único que no lograba acostumbrarme era la fría independencia de Merlina, que aún no se dejaba tocar (aunque jamás me rechazaba un plato de comida). Debo decir que estoy más acostumbrado al lenguaje y ritmos caninos, más allá de que la actitud particularmente arisca de la gata me dejase siempre anonadado. Pero, en fin… aun así me alarmó sentirla bufar. Acudí corriendo a la sala.
En un rincón, la gata permanecía inmóvil con la cola erizada. Tardé un par de segundos en ubicar a Otto, que entraba por la puerta. Aunque no recordaba haberla dejado abierta.
Casi sin pensarlo, me dirigí hacia él. Extendí la mano con la palma hacia arriba, me agaché y aparté la mirada, esperando que él viniese a olerme. No dejábamos de ser dos desconocidos, después de todo. El perro se acercó, contento, a apoyar su cabeza barbuda en mi brazo. Yo también cerré los ojos. Había algo que me apretaba las tripas, aunque no sabía bien qué. Como si el olor y el pelaje de aquél animal despertasen una añoranza en mí.
- Bravo…- escuché, saliendo de mi sopor.
Levanté la mirada. Alizee se encontraba de pie junto a la puerta abierta, mirándome sin el menor rastro de su habitual ironía. Parecía ligeramente sorprendida.
- Cuestión de respeto básico- dije yo, restándole importancia.
- Sí, bueno… no es algo que haga todo el mundo. ¿Puedo?- preguntó, echando una rápida mirada a la sala.
- Estás en tu casa-
Cerró la puerta tras de sí y se acercó a su perro. Noté una extraña conexión entre la chica y el animal. Un hilo de amor y respeto que los envolvía como si se hubiesen criado juntos… pero había algo más.
- ¿Café?- invité. ¿Porqué tenía que ser siempre un hombre tan protocolar?
- Té, si hay. Si no, nada- musitó, sonriendo al perro con ternura. Era la tercer o cuarta expresión nueva que veía en su rostro, aquella mañana. Me pregunté quién era ella, en realidad.
Me entretuve un minuto preparando las infusiones, en medio de un silencio atrozmente tenso, pero ligeramente reconfortante. Como si fuese precisamente lo que debía ocurrir.
Cuando tuve las dos tazas en mis manos, me senté a la mesa, esperando que ella hiciese lo mismo.
Colocó la silla frente a mí y me miró, muy seria.
- Voy a romper yo el silencio y preguntarte por tus amigos- dije, con una media sonrisa.
- En realidad no los conozco tanto. Yo vivo con Rami. Nos presentó un amigo en común, porque las dos necesitábamos un alquiler barato. Llevamos un par de años acá. Paulo fue a la secundaria conmigo, aunque jamás habíamos hablado demasiado hasta que nos reencontramos, cuando llegué. Luego está Lee, es violinista- agregó, desviando la mirada hacia Otto, que había encontrado un rincón cómodo donde enroscarse para dormir. De Merlina no había rastro alguno. Me pareció intuir algo raro en la dirección de la mirada de Alizee.
- Lee y vos…- empecé, esperando una respuesta.
- Simplemente no es una persona con la cual me sienta demasiado cómoda. ¡En fin…!- repuso, antes de que yo pudiese preguntar más - …luego está Gluck, creo que es percusionista. No vive en el barrio, él tiene un departamento hermoso en La Paz. Lo vemos para algún cumpleaños, pero francamente creo que está más cómodo con la gente de la ciudad-
El silencio volvió a caer entre nosotros. No era habitual que yo no supiese cómo llevar los hilos de una conversación. Aventuré otra apertura clásica, como si estuviésemos jugando ajedrez:
- ¿Y puedo preguntarte qué hacés acá, viviendo en medio de la nada, entre músicos?-
- Bueno, el alquiler barato, como te comentaba…- dijo, clavando en mí su mirada aguileña -…yo trabajo para las granjas de esta zona, me ocupo de la salud de los animales-
- ¿Veterinaria?-
- Casi… el año que viene, espero. Pero el trabajo no viene mal y francamente me siento más cómoda entre animales que con las personas-
- Te entiendo- dije, riendo entre dientes. – Yo todavía no sé a cuáles prefiero. Tengo momentos-
Guardamos silencio nuevamente, durante unos segundos, hasta que Alizee dejó la taza vacía sobre la mesa y se estiró, extendiendo sus brazos y piernas hacia adelante.
- Y bueeeno…- murmuró, a modo de despedida – Sigo con lo mío y te dejo seguir a vos también. Gracias por el te-

Un par de horas después, cerca del mediodía, dejé el monitor con la traducción a medio acabar para salir a estirar las piernas.
Sabía que era un gesto demasiado pretencioso el asomarse al umbral de la puerta con una taza de café en la mano, pero el calor de mis manos envolviendo la bebida en medio del viento incesante resultaba irresistiblemente reconfortante. Suspiré más profundamente de lo que hubiese querido y observé los caminos de tierra que se extendían en todas direcciones. Las últimas noches habían caído varios chaparrones y el terreno aún estaba algo embarrado. Realmente si algo le faltaba a la depresiva postal que constituía aquél lugar, era una ciénaga intransitable.
Me apoyé en el marco, observando a Paulo y Rami que llegaban caminando hacia el cobertizo. Del señor Byron no había vuelto a saber nada, aunque recordaba haber soñado un par de veces con su oscura presencia.
Me oculté parcialmente dentro del departamento, esperando a que los muchachos siguiesen su camino. Con el correr de las semanas les había tomado un gran cariño… pero hay momentos en los que uno, simplemente, prefiere estar solo. Aunque tenía que admitir que resultaban dos personas realmente fáciles de tratar. Lográbamos entendernos como si llevásemos años conociéndonos. Se trataba de ese tipo de amistad intuitiva y sin demasiadas preguntas que se da entre personas sencillas.
Un momento después, un coche se detuvo junto al camino. Un muchacho con un estuche de violín a la espalda bajó casi inmediatamente y comenzó a hacerle gestos a quien manejaba, para ayudarlo a transitar sobre la huella traicionera del barro.
Un par de minutos después, con el auto estacionado junto al cobertizo, el conductor bajó y comenzó a controlar las ruedas. Se trataba de un muchacho petiso, algo robusto. Me resultaba absolutamente imposible determinar su edad, aunque lo atribuí a la distancia y a mi poca capacidad visual. Pero bien podría haber tenido 18 años… o 40. A su lado, el muchacho del violín (que imaginé era Lee, de quien me habían hablado varias veces) lo esperaba pacientemente.
Una vez terminada la inspección, el muchacho robusto levantó el dedo índice y comenzó a señalar las casas una por una, como si las contase, con el ceño fruncido. Parecía estar buscando algo. Algo que, extrañamente, terminé siendo yo: el muchacho terminó de girar sobre si mismo y, viéndome delante de la puerta del departamento, extendió la mano triunfal, señalándome.
- ¡Ecco!- lo oí gritar. Mientras se dirigía sonriente hacia mí, evitando resbalar sobre el terreno barroso.
Me apresuré a cerrar la puerta, a sabiendas de que Merlina intentaría salir para olfatear a los recién llegados… y que luego sería imposible volver a meterla en el departamento.
- ¡Buen día! ¿Martín?- dijo el muchacho robusto, que acababa de llegar a mi puerta (su amigo aún intentaba caminar sin terminar en el suelo)
Asentí con la cabeza y estreché su mano. Incluso de cerca me costaba adivinar su edad: A pesar de su baja estatura tenía el cuerpo robusto y desarrollado de un adulto, pero sus rasgos joviales y su sonrisa franca y alegre le daban un aspecto aniñado. Llevaba puesta una elegante campera de cuero, sobre la que caía una mata de largo cabello ondulado y unos jeans gastados según la moda. Para hacerlo aún más difícil, tenía una voz juvenil y aflautada.
- ¡Excelente! ¡Rami nos pidió que viniéramos a buscarte! Probablemente aún esté cocinando- dijo, sonriendo cada vez más, a pesar de mi gesto de incertidumbre – Me llamo Gluck… y este es Lee- agregó, una vez que el otro muchacho nos hubiese alcanzado.
Lee alzó la mano y esbozó una sonrisa, mientras se tambaleaba intentando mantener el equilibrio. Tenía un aspecto cuidadosamente descuidado (como si se hubiese despertado una hora antes de lo previsto, aquella mañana, para despeinar su cabello y abotonarse mal la camisa adrede). Al principio creí que algo en mí le sorprendía, pero en seguida entendí que esa era su expresión habitual: las cejas alzadas permanentemente y los ojos muy abiertos, como si observase algo por primera vez en su vida. Su barba necesitaba un recorte y observé que llevaba una pequeña cola en el pelo, atada con una liga elástica. A pesar de todo, aprecié una genuina expresión de bondad e inocencia en su rostro.
- Martín… un gusto, chicos- dije, con la taza aún en mi mano – Y me vas a tener que disculpar, pero no termino de entenderte-
- Nos pasa por movernos entre latinos- respondió Lee, ensayando un gesto de impotencia – Rami no se hace entender y él no entiende nada-.
Sonreí, concediéndole aquella broma, y levanté las cejas esperando la explicación.
- Es el cumpleaños de Alizee. Está todo casi listo, nos pidieron que vengamos a invitarte- dijo Gluck, por toda explicación.

- ¡Quietos!- gritó Rami, apenas abrió la puerta. Sin decir más, desapareció dentro de la casa, con su melena arremolinándose tras ella. Pocos segundos después volvió con un trapo de piso en las manos, que extendió ante nosotros como si fuese un cortejo de bienvenida.
Llegar nos había tomado 5 fatigosos minutos, tratando de no resbalar y adivinando qué porciones del terreno eran más seguras. Yo imaginaba que, desde cualquier ventana, parecíamos un grupo de equilibristas muy poco hábiles o un desfile de astronautas en la luna. Los tres dábamos pasos muy calculados, con los brazos extendidos y la cara contraída en una mueca de concentración.
Una vez dentro, ambos muchachos siguieron a Rami a otra habitación, de donde llegaba un exquisito olor a comida. Yo me entretuve unos segundos observando un par de cuadros, en el hall de entrada. Uno mostraba un enorme paisaje árido, con poca vegetación, pero hermosamente pintado. El otro parecía más una acuarela, pues los detalles no se entendían del todo bien, pero claramente representaba una mujer recostada sobre una cama, tapada con una manta muy sutil que apenas cubría su desnudez. Su rostro sin definir parecía mirarme sugerentemente, aunque probablemente solo fuese mi mente rellenando detalles.
- ¿Te gusta? Lo pintó Tina, mi ex novia. Hace ya cinco años, creo- dijo Rami, muy sonriente, volviendo de la sala.
- Disculpame- dije, sonriendo también – Tengo la mala costumbre de detenerme en los cuadros, cuando visito un lugar nuevo-
- Ah… me imagino que sos de los que no resisten mirar dentro del botiquín del baño, en casa ajena-
Reí por lo bajo, mientras la seguía dentro de la sala. A fin de cuentas, probablemente fuera cierto.
Dentro, Paulo conversaba animadamente con Alizee, sentados ante una mesa cuadrada de madera. Lee y Gluck se encontraban cerca, bromeando sobre el enorme caño de metal que se extendía en mitad de la sala. El lugar era más grande de lo que hubiese imaginado, decorado de forma sencilla pero moderna. Un sillón largo se extendía ante un televisor de tamaño considerable y otro cuadro enorme que mostraba un paisaje selvático dominaba la única pared que no tenía puertas.
- Excelente- dijo Alizee con acritud, en voz alta, ni bien entré.
La miré, alzando las cejas, mientras Rami reía por lo bajo.
- Disculpame, pensé que…-
- Pensaste mal- sentenció la chica. Observé que había reemplazado sus habituales ropas desgastadas por un sobrio vestido largo. Llevaba el pelo suelto, que caía sobre su hombro izquierdo, abriéndose en abanico.
Miré a Rami, dubitativo, pensando en retirarme. Ella, por toda respuesta, entrelazó su brazo con el mío y me guió hasta una silla.
- Háganse amigos- nos dijo, con la risa aún bailándole en los ojos. Y se dirigió hacia los dos muchachos, que ahora intentaban entrelazar las piernas en torno al caño, sin conseguir mantener el equilibrio.
Paulo se levantó también y pasó junto a mí, tras palmearme el hombro. Tomó un par de vasos y desapareció tras una puerta.
- No sabía que fuese tu cumpleaños. Nos vimos esta mañana- dije, intentando eliminar cualquier tono de fastidio o reproche de mi voz.
- Bueno, no creo que fueses a morir por no saberlo-
- Es en serio, ¿Preferís que me vaya?-
- No, está bien… ya estás acá- y tras estas palabras, alzó un dedo y señaló hacia una puerta, en el momento exacto en el que se oía el “¡Plop!” de una botella de vino destapándose.
La miré durante un par de segundos.
- Esta mañana…- empecé, sin saber como continuar.
- ¿Si?- dijo en un tono exageradamente dulce, casi infantil.
Volví a mirarla. No hubiese podido decir si en su sonrisa había algún rastro de ironía. Era un cuadro que no habría sabido leer ni aunque mi vida dependiese de ello.
En ese momento, Paulo volvió con una botella destapada y los dos vasos aún en la mano. Sirvió un poco de vino para él y para mí y se sentó a mi lado. Pasamos un rato agradable charlando sobre música, mientras yo dedicaba un oído a escucharlo y el otro a las conversaciones que se sucedían a mi alrededor. Otra mala costumbre que tengo, supongo. Quiero la figura y el fondo. Quiero dedicar toda mi atención a quien me habla, pero el resto de las situaciones que se suceden a mi alrededor también me interesan muchísimo. Podría decirse que no quiero perderme de nada.
Paulo me refirió algunos detalles de su vida en forma de tres o cuatro anécdotas muy humorísticas. Según entendí, había estudiado una tecnicatura en informática en La Paz. Profesión de la cual trabajó durante varios años hasta que comprendió que no quería pasar el resto de su vida como cirujano de computadoras. Fue entonces que sintió el llamado de la música y decidió retomar sus estudios de bajo, que había abandonado de niño.
Mientras charlábamos, Rami explicaba a Lee la técnica correcta para aferrarse al caño. Por lo que parecía, llevaba años practicando ese tipo de danza. Alizee los observaba, con su perro sobre el regazo, mientras Gluck buscaba algo en su teléfono. Un momento después, los primeros acordes de una sesión de jazz llenaron la sala. Increíblemente, la atmósfera parecía haberse suavizado.
Rami caminó resuelta, hacia nosotros, tomó a Paulo de las manos y lo llevó al centro de la sala. Mientras ambos bailaban animadamente (era increíble que la actitud burlona del muchacho se reflejase incluso en los movimientos de su cuerpo), Lee y Gluck guardaban cierta distancia, balanceándose entre un pie y el otro. Yo, como era inevitable, comenzaba a sacar mis propias conclusiones sobre el funcionamiento de aquél grupo, el rol de cada uno de ellos y cómo cada personalidad encajaba en el todo como una pieza de rompecabezas.
Un par de minutos después, el muchacho robusto se dirigió hacia la mesa, tomó dos tenedores y comenzó a tamborilear con ellos en cuanta superficie encontrase.
Como si aquello hubiese sido una indicación irresistible, Paulo se sentó sobre el sofá y comenzó a tamborilear en los almohadones de cuero, generando un interesante contrapunto. Unos segundos después, Rami cantaba la melodía de la pieza que salía por los parlantes, sin errar una nota. Lee movía la cabeza, mientras sacaba su violín del estuche y Alizee bailaba con su perro, aún en la silla.
No pude menos que admirar la conexión de aquellos muchachos. Aquella repentina orquesta informal se había organizado demasiado rápido como para pensar que era la primera vez que ocurría. Cada uno de ellos parecía inmerso en un pequeño mundo íntimo que se conectaba con el del resto.
Yo observaba, encantado... y sí, también pensaba en cómo esa escena encajaría en este blog. Y es que empezaba a visualizar mi vida en aquel barrio como una serie de fotografías, cada una representando una situación diferente, un detalle que comenzaba a ser parte de mí, parte del día a día. Incluso podía verlas muy claramente: Una panorámica de las casas desparramadas caprichosamente, la llanura de pasto seco que se extendía alrededor del barrio, el caballo delante del cobertizo, mi pequeña mesa en donde descansaban la gata y la laptop (esa foto, por favor, en sephia), la ruta que se extendía hacia el infinito... y finalmente, una última foto de cuatro músicos apasionados, entregados a un momento de armonía pura.
La pieza terminó con unos pocos acordes finales y el delicado mecanismo de relojería que suponían aquellos muchachos se fue deteniendo hasta quedar suspendido en el tiempo. Paulo y Gluck permanecían con las manos alzadas y los ojos cerrados, como si esperasen la bendición de alguien. Rami los observaba, sonriente. Lee, por su parte, había empezado a guardar su violín unos segundos antes de que la música terminase. Solo se oían unos delicados aullidos del perro, que había decidido unirse a cantar, como por la mitad de la pieza.
- Bravissimo- murmuró Alizee, con una mirada de adoración a su mascota.
- Sin duda… hermoso, chicos- repuse yo, levantándome. – Y me disculpo, pero yo mañana trabajo. Les agradezco muchísimo que me hayan invitado-
- ¿Ya te vas?- preguntó Rami, alzando una ceja. Me pareció escuchar un irónico “Por fin” de Alizee, que la mirada de los muchachos terminó por confirmar.

Un minuto después, la muchacha y el perro me acompañaban hacia la puerta. Sin mediar palabra, Alizee abrió y, esbozando una sonrisa, me saludó con la mano.
- ¿Cómo es, entonces? ¿Vamos a tratarnos bien en privado y gruñirnos en público?- aventuré.
- Me parece perfecto- rio.
Asentí con la cabeza, le devolví el saludo y me dirigí hacia afuera. Fue entonces, cuando la puerta volvió a cerrarse tras de mí, que caí en la cuenta de que la muchacha no saludaba a nadie con un beso, un abrazo, o siquiera estrechando la mano. De hecho, jamás la había visto tener ninguna otra forma de contacto físico. Con nadie.
Luego de cruzar la ciénaga sin mayores contratiempos, entré a mi departamento. Oí un suave maullido de Merlina y luego la vi acercándose. Nunca sabía bien por dónde aparecería, cuando yo llegaba.
La gata se acercó y frotándose suavemente contra mis piernas, me dedicó un ronroneo de unos pocos segundos. Encantado por la novedad, me agaché e intenté acariciarle la cabeza, con el típico resultado: Haciendo gala de una agilidad arisca, la gata me esquivó y volvió a irse.
- Supongo que ya es algo… al menos viniste a saludarme- murmuré en voz baja, sonriendo. Y por algún motivo, mi mente volvió a la fiesta, a los cuatro músicos y a Alizee.
A veces, pensé, ciertas personas también demuestran tener un corazón felino.




(En la foto: Martín, Paulo, Gluck, Rami, Lee, Alizee... y, por supuesto, Otto)






Comentarios

  1. Sin duda, Alizee necesita sexo; ya sea con un hombre o una mujer. Pero lo necesita, está claro.

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    1. Supongo que todos tenemos una historia que nos vuelve incomprensibles a los ojos de los demás. Y ella no es la excepción :)
      ¡Gracias por leer y comentar!

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  2. ESte aparte del texto, aunque no he leído los precedentes, cómo define la figura del personaje, como un ser que se condena en este barrio proverbial, a vivir en una especie de exilio entre gatos, y estos muchachos que ya entran a su vida. Contar desde la primera persona, ya le da a la historia, aire de intimidad y cercanía con el lector. Seguiré leyéndole. Gracias por su paso por La joroba del camello. Un abrazo. Carlos

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    1. Recomiendo mucho leer la historia en orden. Ni yo mismo termino de creer todo lo que pasó desde que abrí el blog, pero supongo que los eventos ordenados le dan (si fuese posible) un poco de sentido.
      Gracias a usted por leer. Seguiremos en contacto.

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  3. Un exilio que no parece que sea voluntario, pero tampoco impuesto , no sé cómo transcurrirá el resto , pero promete . Los personajes no tienen que ver unos con otros , al menos asi de pasada , quizás esté equivocada y haya un núcleo de unión entre ellos. Un placer leerte , y gracias por tu visita.

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    1. Todavía no conozco tan bien como quisiera a este grupete de personas. Espero pronto poder aclarar el panorama.
      En cuanto al exilio... digamos que fue un empujón que necesitaba, aunque nunca hubiese pedido.
      Gracias a vos y hasta la próxima visita.

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  4. Hooola!! me ha gustado descubrirte, es verdad como comentan más arriba que con solo este capítulo no tenemos prespetiva del conjunto de tu relato, pero poco a poco nos haremos con él. Me gusta como pormenorizas en el perfil psicológico de los protagonistas ( sobre todo del narrador ) eso sí, es verdad que Alizee, resulta un poco desagradable, ya veremos a donde nos lleva tu historia.

    Un placer.. a ver si no olvido como volver a tu casa ; )

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    1. Gracias por el comentario!
      Soy nuevo en esto del blog, por lo que todo consejo me viene genial.
      En la página principal están publicados, en orden, el resto de los capítulos. Desde la introducción al capítulo 6 (este último). ¿Qué recomendás para que los lectores se vean inclinados a leer la historia en orden, en lugar de quedarse solo con este último capítulo aislado?

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  5. Parece que Lonehome, tenía razón con Merlina :)
    Saludos Martín

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    1. Mucha gente me dijo "Una gata te va a cambiar la vida". Empiezo a ver que era cierto.

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