Capítulo 1: 3 de enero, 2020
Feliz 3 de enero. Feliz 2020. Feliz vida nueva.
¿Feliz?
Yo también quise sumarme a las publicaciones de "balance" de fin de año que veo en redes... o en las resoluciones para el año que inicia. Sin embargo me encuentro tan mareado por los acontecimientos de los últimos meses, que me resulta imposible hacer un "balance". No hay equilibrio alguno en mi vida, en este momento. Pero, en fin, ya que en estas últimas semanas recibí comentarios muy curiosos (felicitándome por estar viajando por el mundo, preguntándome si es verdad que me escapé de Bahía por un juicio laboral, o interesándose simplemente por mi nueva vida como zoologo marino) me pareció interesante contar un poco de mi 2019 y dar por tierra el misterio. La vida en Perú me deja estos huecos libres.
Sí: salí de Bahía de noche y sin dar muchas explicaciones. Llevaba conmigo una mochila con ropa, mi violín y unas cuantas revistas de Billiken sobre dinosaurios que planeaba vender en el extranjero. Las amenazas del sindicato de trabajadores portuarios ya se habían vuelto preocupantes (no se aguantan una broma, en fin...) y tras acordar con mis padres en que lo mejor era desaparecer por un tiempo y hacerles jurar que le iban a dar de comer a mi perra, salí para Ezeiza un 4 de marzo. En el colectivo hacia el aeropuerto tuve algo de tiempo para repasar mi plan y comprendí que era absolutamente incoherente. El haber buscado trabajo por internet y haber aceptado la primera oferta que vi (alojamiento gratis en una ciudad que no conocía a cambio de cuidar a tres niños que jamás había visto) había parecido un buen salvoconducto, en su momento. Ahora me preguntaba si no estaría empezando con el pie izquierdo. O, en fin, si lo mío no se trataría de una absoluta falta de pie.
Después de 15 hs de avión llegué a Londres, en donde supuestamente un hombre me esperaría, sosteniendo un cartel con mi nombre. Algo debió salir mal, porque estuve en ese aeropuerto 20 hs más de lo esperado, con la única companía de un cordobés que insistió en contarme toda su vida sin parar de hacer chistes (me plantee seriamente hacerme el muerto en pleno Gatwick). Al día siguiente, alguien me despertó sacudiéndome el hombro. Parpadée, tratando de enfocar a la figura desgarbada que se inclinaba sobre mí. El hombre señalaba insistentemente un cartel de cartón que llevaba escrito mi nombre con fibrón. Ante su insistencia, asentí con la cabeza. Él asintió satisfecho, me estrechó la mano y me indicó por señas que lo acompañase. Me guió hacia afuera del aeropuerto, en donde nos esperaba una vieja combi destartalada. Tuve una desagradable sensación de insertidumbre al acomodarme en el asiento de atrás, pero el ruido de la puerta al cerrarse pareció mas decisivo que cualquier duda que yo pudiese albergar.
Durante el trayecto traté de entablar conversación con el hombre desgarbado, que permanecía mudo mientras manejaba. Llegué a la conclusión de que no hablaba español ni inglés. O quizás fuese simplemente algo hosco. Cuestión que algún malentendido hubo, entre él y yo, porque cuando me quise dar cuenta, se dirigió hacia un tunel que unía la isla con el continente. Para cuando quise sacar mi teléfono y abrir el Maps, ya era demasiado tarde: bajo tierra no había señal. Tras varias horas de viaje, llegamos a las afueras de una grande metrópolis que no reconocí. El cartel a un lado de la ruta (Benvent tudos a Cidade Aus Flores) no me sirvió para ubicarme. Unos minutos después, nos detuvimos junto un albergue bastante distinto a lo que había visto en fotos. Dudé. No sabía si era allí donde se suponía que me dejase la combi. El hombre debió haber visto mis gestos dubitativos, por el espejo retrovisor, porque lo oí decirme sus primeras palabras en todo el viaje:
- Bajando, vamos. Adentro te espera la señora. Calculo que en unos días ya te conseguirá en dónde trabajar-
- ¿Trabajar?- le pregunté yo, más por la intuición de que algo allí no cerraba que por simple recelo de la palabra.
- Sí... ¿No venís a eso? Pensé que todos los extranjeros venían aquí a realizar los trabajos que nosotros ya no queremos hacer-
Y tras esas palabras me indicó que bajase, con un breve gesto de la cabeza. Ni bien logré rescatar mi valija y mi violín del fondo de la baulera, la combi arrancó apresurada. La vi desaparecer en la siguiente esquina, con la puerta de la baulera aún balancéandose hacia arriba y hacia abajo como una mano que me saludaba burlona. Sin saber bien que hacer, caminé los pocos pasos que me separaban de esa triste construcción que, se suponía, era mi albergue. Me planté ante una puerta de madera hinchada, algo vieja, y golpée un par de veces. Pocos segundos después, la puerta se abrió y un chico de mi edad salió apresurado, agarrando mi valija y llevándola hacia adentro. Creo que también hizo un ademán de agarrar el estuche de mi violín, pero algo en mi lenguaje corporal debió dejar en claro que no pensaba desprenderme de él. Luego de dejar mis cosas en un pequeño pasillo que hacía de hall, se retiró sin dirigirme la palabra. Las semanas que pasé allí aún se mueven en mi memoria como un torbellino veloz e impreciso.
Ahí mismo se abrió una puerta y me recibió Fran'Kha. Una mujer de avanzada edad con aires de Madame que me asignó una habitación y se llevó casi todo lo que había ahorrado en un año de trabajo, diciendo que de todas formas los bolívares no me iban a servir en esa ciudad. Fue un mes difícil: la mujer que parecía no dormir nunca se quedaba hablando al teléfono hasta el amanecer (en lenguas diversas que nunca identifiqué, a pesar de que ella insistía en ser una italiana graduada en la facultad de psicología) y luego nos despertaba a todos tocando una gaita, encerrada en el baño. Un baño que, por cierto, tenía que bastar para las 14 personas que habitábamos ese lugar... entre los cuales había parejas de diferentes partes del mundo y un muchacho con bigotes caricaturescos que cada día se presentaba con un nombre distinto. Con algunos de ellos logré conversar un poco, alternando entre inglés y español, pero la atmósfera general era de cautela y desconfianza. Todos parecían vigilarse entre sí, como si supiesen algún secreto peligroso que yo desconocía. Y noté que, en general, hacían un grande esfuerzo por no cruzarse a Fran'Kha en los pasillos (cosa que me pareció lógica luego de una noche en la que me la encontré totalmente desnuda, con un martillo y unos clavos en la mano). En más de una ocasión llegué a escuchar gritos o golpes en algún lugar de la residencia. Siempre parecían voces distintas. Llegué a pensar que todos éramos partícipes de una curiosa guerra civil cuyas reglas no estaban claras para nadie. Hoy, escribiendo, me doy cuenta de que la situación debería haberme parecido alarmante... pero por algún motivo, yo había caído en un extraño sopor apático, a los pocos días de llegar allí. Todo me daba igual. Los días se sucedían en la misma secuencia de despertar, comer y existir.
Ese mes dormí realmente poco... motivo por el cual, casi en Abril, terminé con una indisposición fuerte de todo el cuerpo. Volando de fiebre, pedí que llamasen a un médico... pero Fran'Kha me esperaba con la policía local, acusándome de estar drogado. Al día siguiente, después de haber pasado la noche en una comisaría respondiendo a preguntas inconexas (¿Seguro que tocás el violin? A ver, tocame "Despacito") decidí irme del albergue: ya había tenido suficiente de toda esa gente cuya antipatía y violencia constante habían mermado mi salud. Muy desorientado y aún con la fiebre alta, vagué por las calles hasta dar con la Estación Central. Pasé bajo un arco de piedra, dirigéndome a donde intuía que debían estar los andenes, y me encontré ante un tren me esperaba con las puertas abiertas de par en par. No exagero, realmente pareciera que lo hubiesen dejado ahí para mí. Aún débil por la fiebre, con un fuerte dolor en todo el cuerpo y sintiendome deslumbrado e incómodo por las luces de la calle, entré en el vagón sin pensarlo demasiado.
Al día siguiente llegué a Cidade aos Prados en donde una mujer, Rose, me ofreció un alojamiento barato. Yo andaba corto de plata y aún no había siquiera retomado mis estudios de violín, por lo que la oferta me sedujo.
Obviamente, ya que esta es una historia de eventos desafortunados, tal alquiler no existía. Para cuando llegué a la dirección (un hermoso restaurant) ya era tarde. La mujer había desaparecido y yo estaba en la calle.
Pasé dos días vagando hasta que encontré algo de ayuda. Una mujer de apellido Simons y su encantadora hermana Christine me recomendaron un departamento céntrico en la ciudad. Ahí logré recuperar algo de estabilidad psíquica y emocional en un país que no era el mío y cuyo idioma no manejaba bien. El departamento era pequeño, pero curiosamente acogedor... y venía incluido con una simpática perra husky, la cual (me dijeron) nunca habían podido echar.
Pasé dos meses trabajando de consultor telefónico en una empresa cuyo objetivo final jamás entendí, solo se que los clientes llamaban enfurecidos y que mi trabajo era apaciguarlos tan bien como pudiese. Mientras tanto Christine se convirtió en una amistad invaluable y me presentó a Pablo, un reconocido pianista de jazz que volvió a acercarme a la música.
Logré recuperarme un poco, pero mi tiempo ahí se terminaba: Cidade aos Prados es una colonia china y tener pinta de argentino no me ayudaba. Pasados los dos meses renuncié a mi trabajo (la directora me comentó que, de todas formas, planeaban echarme por mi costumbre de comer tutucas en el laburo) y decidí hacer mi primera elección inteligente. Busqué oportunidades laborales por todos lados hasta que di con varias entrevistas. Me trasladé a la ciudad en la que me encuentro actualmente (estoy en Peru, ya) en la que conocí el ambiente de las Bandas Privadas. Grupos de jóvenes pagados por empresas sin nombre en una constante guerra por el dominio comercial del territorio. Tras varias entrevistas y una breve formación me uní a los Compañeros de Hera (Hera Comms en el dialecto local). No era el tipo de trabajo que esperaba, ya que poco tengo de vendedor (lo mío era preparar y distribuir los productos, la parte de intimar a los clientes y a la competencia en una casi guerra de mafias era solo para quienes llevaban años en el grupo y habían mostrado su lealtad). Sin embargo permanecí con ellos durante varios meses que se me hicieron eternos. Los horarios laborales no tenían lógica, pero a menudo pasábamos 12 horas trabajando bajo el sol en un Agosto de 38 grados de media. Fueron meses sin música, luego de los cuales pude establecerme finalmente y abandonar el grupo en busca de retomar un poco mi profesión como docente.
Hoy, finalmente, logré establecerme como violinista en una pequeña orquesta dirigida por un curioso hombre hindú. Mis antiguos compañeros laborales desistieron de retenerme (al principio el "jefe" me informó de que no podía renunciar tan facilmente... ya sabía demasiado sobre ellos) y me encuentro en una cierta estabilidad ¿Soy feliz? Probablemente.
Encontré un maestro de violín (el señor Cortez) y vuelvo a dedicarme a lo mío.
Más o menos ese fue mi 2016, si me olvido de algún detalle es por el café turco (alguna adicción en mi vida iba a tener). Sepan disculpar los errores de orticultura.
La Paz. Perú. 3 de Enero de 2021
¿Feliz?
Yo también quise sumarme a las publicaciones de "balance" de fin de año que veo en redes... o en las resoluciones para el año que inicia. Sin embargo me encuentro tan mareado por los acontecimientos de los últimos meses, que me resulta imposible hacer un "balance". No hay equilibrio alguno en mi vida, en este momento. Pero, en fin, ya que en estas últimas semanas recibí comentarios muy curiosos (felicitándome por estar viajando por el mundo, preguntándome si es verdad que me escapé de Bahía por un juicio laboral, o interesándose simplemente por mi nueva vida como zoologo marino) me pareció interesante contar un poco de mi 2019 y dar por tierra el misterio. La vida en Perú me deja estos huecos libres.
Sí: salí de Bahía de noche y sin dar muchas explicaciones. Llevaba conmigo una mochila con ropa, mi violín y unas cuantas revistas de Billiken sobre dinosaurios que planeaba vender en el extranjero. Las amenazas del sindicato de trabajadores portuarios ya se habían vuelto preocupantes (no se aguantan una broma, en fin...) y tras acordar con mis padres en que lo mejor era desaparecer por un tiempo y hacerles jurar que le iban a dar de comer a mi perra, salí para Ezeiza un 4 de marzo. En el colectivo hacia el aeropuerto tuve algo de tiempo para repasar mi plan y comprendí que era absolutamente incoherente. El haber buscado trabajo por internet y haber aceptado la primera oferta que vi (alojamiento gratis en una ciudad que no conocía a cambio de cuidar a tres niños que jamás había visto) había parecido un buen salvoconducto, en su momento. Ahora me preguntaba si no estaría empezando con el pie izquierdo. O, en fin, si lo mío no se trataría de una absoluta falta de pie.
Después de 15 hs de avión llegué a Londres, en donde supuestamente un hombre me esperaría, sosteniendo un cartel con mi nombre. Algo debió salir mal, porque estuve en ese aeropuerto 20 hs más de lo esperado, con la única companía de un cordobés que insistió en contarme toda su vida sin parar de hacer chistes (me plantee seriamente hacerme el muerto en pleno Gatwick). Al día siguiente, alguien me despertó sacudiéndome el hombro. Parpadée, tratando de enfocar a la figura desgarbada que se inclinaba sobre mí. El hombre señalaba insistentemente un cartel de cartón que llevaba escrito mi nombre con fibrón. Ante su insistencia, asentí con la cabeza. Él asintió satisfecho, me estrechó la mano y me indicó por señas que lo acompañase. Me guió hacia afuera del aeropuerto, en donde nos esperaba una vieja combi destartalada. Tuve una desagradable sensación de insertidumbre al acomodarme en el asiento de atrás, pero el ruido de la puerta al cerrarse pareció mas decisivo que cualquier duda que yo pudiese albergar.
Durante el trayecto traté de entablar conversación con el hombre desgarbado, que permanecía mudo mientras manejaba. Llegué a la conclusión de que no hablaba español ni inglés. O quizás fuese simplemente algo hosco. Cuestión que algún malentendido hubo, entre él y yo, porque cuando me quise dar cuenta, se dirigió hacia un tunel que unía la isla con el continente. Para cuando quise sacar mi teléfono y abrir el Maps, ya era demasiado tarde: bajo tierra no había señal. Tras varias horas de viaje, llegamos a las afueras de una grande metrópolis que no reconocí. El cartel a un lado de la ruta (Benvent tudos a Cidade Aus Flores) no me sirvió para ubicarme. Unos minutos después, nos detuvimos junto un albergue bastante distinto a lo que había visto en fotos. Dudé. No sabía si era allí donde se suponía que me dejase la combi. El hombre debió haber visto mis gestos dubitativos, por el espejo retrovisor, porque lo oí decirme sus primeras palabras en todo el viaje:
- Bajando, vamos. Adentro te espera la señora. Calculo que en unos días ya te conseguirá en dónde trabajar-
- ¿Trabajar?- le pregunté yo, más por la intuición de que algo allí no cerraba que por simple recelo de la palabra.
- Sí... ¿No venís a eso? Pensé que todos los extranjeros venían aquí a realizar los trabajos que nosotros ya no queremos hacer-
Y tras esas palabras me indicó que bajase, con un breve gesto de la cabeza. Ni bien logré rescatar mi valija y mi violín del fondo de la baulera, la combi arrancó apresurada. La vi desaparecer en la siguiente esquina, con la puerta de la baulera aún balancéandose hacia arriba y hacia abajo como una mano que me saludaba burlona. Sin saber bien que hacer, caminé los pocos pasos que me separaban de esa triste construcción que, se suponía, era mi albergue. Me planté ante una puerta de madera hinchada, algo vieja, y golpée un par de veces. Pocos segundos después, la puerta se abrió y un chico de mi edad salió apresurado, agarrando mi valija y llevándola hacia adentro. Creo que también hizo un ademán de agarrar el estuche de mi violín, pero algo en mi lenguaje corporal debió dejar en claro que no pensaba desprenderme de él. Luego de dejar mis cosas en un pequeño pasillo que hacía de hall, se retiró sin dirigirme la palabra. Las semanas que pasé allí aún se mueven en mi memoria como un torbellino veloz e impreciso.
Ahí mismo se abrió una puerta y me recibió Fran'Kha. Una mujer de avanzada edad con aires de Madame que me asignó una habitación y se llevó casi todo lo que había ahorrado en un año de trabajo, diciendo que de todas formas los bolívares no me iban a servir en esa ciudad. Fue un mes difícil: la mujer que parecía no dormir nunca se quedaba hablando al teléfono hasta el amanecer (en lenguas diversas que nunca identifiqué, a pesar de que ella insistía en ser una italiana graduada en la facultad de psicología) y luego nos despertaba a todos tocando una gaita, encerrada en el baño. Un baño que, por cierto, tenía que bastar para las 14 personas que habitábamos ese lugar... entre los cuales había parejas de diferentes partes del mundo y un muchacho con bigotes caricaturescos que cada día se presentaba con un nombre distinto. Con algunos de ellos logré conversar un poco, alternando entre inglés y español, pero la atmósfera general era de cautela y desconfianza. Todos parecían vigilarse entre sí, como si supiesen algún secreto peligroso que yo desconocía. Y noté que, en general, hacían un grande esfuerzo por no cruzarse a Fran'Kha en los pasillos (cosa que me pareció lógica luego de una noche en la que me la encontré totalmente desnuda, con un martillo y unos clavos en la mano). En más de una ocasión llegué a escuchar gritos o golpes en algún lugar de la residencia. Siempre parecían voces distintas. Llegué a pensar que todos éramos partícipes de una curiosa guerra civil cuyas reglas no estaban claras para nadie. Hoy, escribiendo, me doy cuenta de que la situación debería haberme parecido alarmante... pero por algún motivo, yo había caído en un extraño sopor apático, a los pocos días de llegar allí. Todo me daba igual. Los días se sucedían en la misma secuencia de despertar, comer y existir.
Ese mes dormí realmente poco... motivo por el cual, casi en Abril, terminé con una indisposición fuerte de todo el cuerpo. Volando de fiebre, pedí que llamasen a un médico... pero Fran'Kha me esperaba con la policía local, acusándome de estar drogado. Al día siguiente, después de haber pasado la noche en una comisaría respondiendo a preguntas inconexas (¿Seguro que tocás el violin? A ver, tocame "Despacito") decidí irme del albergue: ya había tenido suficiente de toda esa gente cuya antipatía y violencia constante habían mermado mi salud. Muy desorientado y aún con la fiebre alta, vagué por las calles hasta dar con la Estación Central. Pasé bajo un arco de piedra, dirigéndome a donde intuía que debían estar los andenes, y me encontré ante un tren me esperaba con las puertas abiertas de par en par. No exagero, realmente pareciera que lo hubiesen dejado ahí para mí. Aún débil por la fiebre, con un fuerte dolor en todo el cuerpo y sintiendome deslumbrado e incómodo por las luces de la calle, entré en el vagón sin pensarlo demasiado.
Al día siguiente llegué a Cidade aos Prados en donde una mujer, Rose, me ofreció un alojamiento barato. Yo andaba corto de plata y aún no había siquiera retomado mis estudios de violín, por lo que la oferta me sedujo.
Obviamente, ya que esta es una historia de eventos desafortunados, tal alquiler no existía. Para cuando llegué a la dirección (un hermoso restaurant) ya era tarde. La mujer había desaparecido y yo estaba en la calle.
Pasé dos días vagando hasta que encontré algo de ayuda. Una mujer de apellido Simons y su encantadora hermana Christine me recomendaron un departamento céntrico en la ciudad. Ahí logré recuperar algo de estabilidad psíquica y emocional en un país que no era el mío y cuyo idioma no manejaba bien. El departamento era pequeño, pero curiosamente acogedor... y venía incluido con una simpática perra husky, la cual (me dijeron) nunca habían podido echar.
Pasé dos meses trabajando de consultor telefónico en una empresa cuyo objetivo final jamás entendí, solo se que los clientes llamaban enfurecidos y que mi trabajo era apaciguarlos tan bien como pudiese. Mientras tanto Christine se convirtió en una amistad invaluable y me presentó a Pablo, un reconocido pianista de jazz que volvió a acercarme a la música.
Logré recuperarme un poco, pero mi tiempo ahí se terminaba: Cidade aos Prados es una colonia china y tener pinta de argentino no me ayudaba. Pasados los dos meses renuncié a mi trabajo (la directora me comentó que, de todas formas, planeaban echarme por mi costumbre de comer tutucas en el laburo) y decidí hacer mi primera elección inteligente. Busqué oportunidades laborales por todos lados hasta que di con varias entrevistas. Me trasladé a la ciudad en la que me encuentro actualmente (estoy en Peru, ya) en la que conocí el ambiente de las Bandas Privadas. Grupos de jóvenes pagados por empresas sin nombre en una constante guerra por el dominio comercial del territorio. Tras varias entrevistas y una breve formación me uní a los Compañeros de Hera (Hera Comms en el dialecto local). No era el tipo de trabajo que esperaba, ya que poco tengo de vendedor (lo mío era preparar y distribuir los productos, la parte de intimar a los clientes y a la competencia en una casi guerra de mafias era solo para quienes llevaban años en el grupo y habían mostrado su lealtad). Sin embargo permanecí con ellos durante varios meses que se me hicieron eternos. Los horarios laborales no tenían lógica, pero a menudo pasábamos 12 horas trabajando bajo el sol en un Agosto de 38 grados de media. Fueron meses sin música, luego de los cuales pude establecerme finalmente y abandonar el grupo en busca de retomar un poco mi profesión como docente.
Hoy, finalmente, logré establecerme como violinista en una pequeña orquesta dirigida por un curioso hombre hindú. Mis antiguos compañeros laborales desistieron de retenerme (al principio el "jefe" me informó de que no podía renunciar tan facilmente... ya sabía demasiado sobre ellos) y me encuentro en una cierta estabilidad ¿Soy feliz? Probablemente.
Encontré un maestro de violín (el señor Cortez) y vuelvo a dedicarme a lo mío.
Más o menos ese fue mi 2016, si me olvido de algún detalle es por el café turco (alguna adicción en mi vida iba a tener). Sepan disculpar los errores de orticultura.
La Paz. Perú. 3 de Enero de 2021
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